miércoles, 2 de enero de 2013



Posted: 28 Nov 2012 09:36 AM PST
Referencia: Kurzweilai.net .
Por Steven Pinker, 25 de noviembre 2012

"La Tabla Rasa: la negación moderna de la naturaleza humana"
Autor: Steven Pinker

En "La tabla rasa" (2003), Steven Pinker, uno de los principales expertos del mundo en el lenguaje y la mente, explora la idea de la naturaleza humana y sus colorantes morales, emocionales y políticos.

Con su ingenio característico, lucidez y perspicacia, Pinker sostiene que el dogma de que la mente no tiene características innatas, una doctrina sostenida por muchos intelectuales durante el pasado siglo, niega nuestra humanidad común y nuestras preferencias individuales, reemplazando los análisis objetivos de los problemas sociales con eslóganes sensacionalistas, y distorsiona nuestra comprensión de la política, la violencia, la educación de los hijos y de las artes.

Introducir calma y racionalidad en los debates, conocidos por pulverizar y ensuciar las argumentaciones, Pinker muestra la importancia del reconocimiento honesto de la naturaleza humana basada en la ciencia y el sentido común.

- Puedes echar un vistazo al libro en Scribd.com o en Google.Books .
- Imagen: Scribd.com.
   
Posted: 27 Nov 2012 11:16 PM PST
Referencia: NewScientist.com .
Por Catherine Brahic 26 de noviembre 2012


La edad de oro

Los finales de 1990 y principios de 2000, fue una época dorada de descubrimientos para los paleoantropólogos. En el espacio de una década, fueron descubiertos los restos de tres homínidos nuevos en los desiertos de África oriental y central. El más completo fue Ardipithecus ramidus, un esqueleto de 4,4 millones de años de edad, en Afar, Etiopía, apodado Ardi. A éste se unieron más tarde el Sahelanthropus tchadensis, de hace 6 a 7 millones de años, y el Orrorin tugenensis, de unos 6 millones de años.

El Ardipithecus es, con mucho, el más conocido de los tres. Aproximadamente del tamaño de un chimpancé, el esqueleto incluye dientes como los humanos, un cráneo pequeño y las extremidades inferiores de un animal que podía caminar en posición vertical (aunque también tenía un dedo gordo del pie oponible para agarrarse a las ramas). También fue identificada una posible relación, el Ardipithecus kadabba, por los dientes y fragmentos de unos pocos huesos, haciendo retroceder el origen del género alrededor de hace 5,8 millones de años.

Del Sahelanthropus se conoce un solo cráneo en el Chad, apodado Toumaï. Tal que el Ardipithecus, sus dientes eran pequeños y de forma humana, y la mitad de su cara es corta, otro rasgo humano. La forma del agujero donde se inserta la columna vertebral en la base del cráneo sugiere que podría caminar sobre dos piernas, aunque esto es objeto de acalorados debates.

Del Orrorin, por su parte, se sabe solamente de un puñado de dientes, además de algunos huesos de las piernas y los dedos, lo que da a entender que también caminaba erguido, pero que aún trepaba a los árboles.

Todos los huesos juntos apenas llenarían dos cajas de zapatos, pero hicieron un gran ruido. En general, se pensaba que, cuando finalmente se lograra desenterrar los primeros homínidos, nos encontraríamos con algo que se parecía a un chimpancé. Y sin embargo, Ardi, Toumai y Orrorin tiene características netamente humanas. "Reina el desconcierto entre lo que sabemos", dice Tim White de la Universidad de California, Berkeley, quien dirigió el descubrimiento de Ardi.

Algunos se apresuraron a reclamarlos como ancestros humanos. Pero el reloj de edad molecular decía otra cosa: era demasiado pronto. Y así, se les descartó como ramas laterales del árbol familiar, experimentos evolutivos sin salida con poca o ninguna relevancia para el evento principal.

Ahora, con las nuevas estimaciones del reloj molecular, se les ha vuelto a dar la bienvenida al redil. "El argumento de que son demasiado tempranos se ha evaporado", apunta White, que piensa que los tres son miembros del mismo género.

Con el tiempo ciertamente las cosas se ven mejor. "Si nos fijamos en el consenso de las recientes tasas de mutación, Sahelanthropus está casi en el límite", dice Scally, que recientemente publicó una revisión de las revisiones y de sus consecuencias para la evolución (Nature Review Genetics, vol 13, p 745) . "Si se trata de un humano, un proto-humano, o dentro de un período en el que los humanos se iban separando de los chimpancés, no creo que nadie pueda decirlo. Pero desde la perspectiva genética, desde luego que no creo que deba descartarse, que es lo que la gente solía hacer."

La anatomía también tiene sentido, agrega White. "Parece que para aquellos de nosotros que estudiamos los fósiles, que la forma de obtener el último ancestro común es un Australopithecus, a través de algo parecido al Ardi. Se había vuelto una dirección preconcebida la del Australopithecus. Y dicho de otro manera, esto es posterior a la escisión".

"¿Representa el Ardi una especie que está en línea directa?", continúa. "No lo sé, porque no tenemos suficientes fósiles de otros lugares todavía. Pero tampoco podemos descartarlo".

Otra posibilidad, no descartable, es que la división sea aún más atrás en el tiempo. La lenta acumulación de mutaciones significa que las nuevas estimaciones de la tasa de mutación tengan incluso más grandes márgenes de error. En general, los genetistas y los paleoantropólogos se sienten cómodos con una cifra revisada de 7 a 8 millones de años. Algunos, incluso, van más allá.

"Para mí, una división de 13 millones de años de antigüedad, podría en el fondo estar en lo cierto", dice Lovejoy. "Si te vas atrás 10 ó 15 millones de años, el planeta estaba cubierto de monos, muchos de empezaron a mostrar algunos tipos de adaptaciones anatómicas que se observan en los humanos modernos".

Lovejoy, no obstante, va por su cuenta. Una semana después de que A. Kong y sus colegas publicaran su nueva estimación, otro equipo, incluyendo muchos de los mismos investigadores, publicaron otra. Ellos analizaron el ADN de más de 85.000 islandeses, centrándose en los tramos cortos de ADN llamados microsatélites. Según su coautor David Reich, de la Universidad de Harvard se trata del registro más fiable de mutaciones.

La tasa que encontraron no era tan lenta como la de A. Kong. A consecuencia de ello, su estimación de la fecha de la escisión es más restringida, 7,5 millones años (Nature Genetics, vol 44, p 1161).

Hay unos cuantos otros extremos sueltos a poner en orden. Otro problema con la estimación A. Kong, dice Reich, es que si se utiliza hasta la fecha la escisión entre orangutanes y monos africanos, humanos, chimpancés y gorilas, entonces conseguimos algo que entra en el rango de 30 millones de años, salvajemente inconsistente con el máximo de 20 millones de años sugeridos por el registro fósil.

En un intento de reconciliar ambos, Scally ha propuesto que a medida que nuestros ancestros evolucionaban desde los pequeños primates a monos de gran tamaño, el número de mutaciones acumuladas con cada generación decrecía. Esto concuerda con lo que se ve en otros mamíferos. "Se observa con bastante amplitud, incluso en primates, que las especies con mayor tamaño corporal tienden a tener tiempos más largos de generación", dice Scally. Las generaciones más largas significan menores tasas de mutación.

Esto sería plausible, dice Reich, si no fuera porque, caso de tener razón, las tasas de mutación de nuestros antepasados ​​y de los orangutanes habrían caído exactamente al mismo tiempo. "Me parece algo en extremo difícil de creer"; a pesar de ello, prosiguió Reich, "la hipótesis de Scally es probablemente la mejor que tenemos."

Sutilezas aparte, lo que sí parece seguro es que nuestro linaje es considerablemente mayor de lo que se pensaba. Y eso tiene consecuencias para el resto de la prehistoria humana. El reloj molecular se ha utilizado hasta la fecha para una serie de eventos clave, no menos, al menos cuando nuestros ancestros salieron de África. Eso ha sido estimado observando las diferencias genéticas entre los Yoruba de Nigeria y los europeos y los asiáticos.

Los primeros cálculos genéticos proponían que esto ocurrió hace 50.000 años. Así que cuando se descubrieron los restos fósiles de Israel y de los sitios arqueológicos de la India con alrededor de 100.000 años de antigüedad, hubo que dar algunas explicaciones. Los huesos israelíes fueron descartados como los restos de una solución temprana de una opción sin salida, y los sitios de la India como un error, puro y simple. El reloj molecular de nuevo resuelve la discrepancia, empujando la divergencia de vuelta entre 90.000 y 130.000 años atrás.

Algo similar ocurre con la división entre nosotros y los neandertales. Los huesos descubiertos en una cueva en Atapuerca, España, y atribuidos al probable antepasado de los neandertales, el Homo heidelbergensis, datan de hace entre 400.000 y 600.000 años. Pero esto creó un problema, ya que el reloj molecular sugería que H. heidelbergensis apareció después de eso. Sin embargo, las nuevas estimaciones decen que, de hecho, tienen alrededor de 500.000 años de antigüedad.

Otros hechos relevantes esperan revisión; no obstante, la principal conclusión está clara. El linaje humano es mucho mayor, y nuestros parientes más cercanos vivos son más lejanos de lo que se pensaba. Estamos acostumbrados a pensar en nosotros mismos como algo separado y distinto del resto del reino animal. Pues ya tenemos un poco más de separación, y un poco más claro.


Precisando nuestros orígenes (1) .
- Precisando nuestros orígenes (2).

- Artículo original: "Our true dawn: Pinning down human origins"
- Imagen y diagrama: Istockphoto y New.Scientist.com
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Posted: 27 Nov 2012 11:00 PM PST
Referencia: NewScientist.com .
Por Catherine Brahic, 26 de noviembre 2012

La argumentación sobre que nuestro linaje escindido del de los chimpancés está a punto de resolverse, con colosales consecuencias para la prehistoria.

Alineando, generación tras generación de antepasados, remontándonos en el tiempo a través de las civilizaciones, las edades de hielo, a la épica migración fuera de África, hasta el origen mismo de nuestra especie. Y por otro lado, cogiendo la línea del chimpancé y alineando sus antepasados. ¿Cuánto tiempo hay que ir hacia atrás, y cuántas generaciones deben pasar, antes de que se encuentren las dos líneas?

Esta es una de las cuestiones más importantes y más fuertes de la evolución humana. Sabemos que en algún momento compartimos un ancestro común con los chimpancés, pero el momento exacto, y cómo era ese antepasado, ha sido exasperadamente difícil de precisar. Los paleontólogos han buscado restos fósiles y los genetistas han hurgado en la documentación histórica que supone el ADN humano y el del chimpancé. Ambas disciplinas hicieron descubrimientos, pero no terminaban de llegar a un acuerdo.

Las nuevas estimaciones en cuanto a la separación de nuestro linaje y el de los chimpancés sugieren que algunas de nuestras ideas establecidas están asombrosamente equivocadas. Si son correctas, exigen una reescritura de la prehistoria humana, empezando desde el principio.

Pero, ¿cuándo fue ese principio? El primer lugar, obviamente, para buscar respuestas será en el registro fósil. Pero los fósiles humanos, o más estrictamente homínidos, que es el grupo que nos incluye tanto a nosotros como a todos nuestros parientes extintos desde que se produjo la escisión, son francamente pocos sobre la tierra, además de difíciles de interpretar.

Los genetistas tienen que trabajar más. El ADN contiene trazos delatores de eventos del pasado de la especie, incluyendo información sobre la ascendencia común y la especiación. En teoría, el cálculo de temporización de un evento de especiación debería ser sencillo. Conforme dos especies divergen de un ancestro común, su ADN se vuelve cada vez más diferente, en gran parte debido a la acumulación de mutaciones aleatorias. La cantidad de diferencia genética entre dos especies relacionadas es proporcional a la longitud en el tiempo desde que se separaron. Para estimar cuándo se produjo la separación entre humano y chimpancé, los genetistas pueden, simplemente, contar las diferencias en los tramos coincidentes de ADN del chimpancé y el humano, se divide después por la velocidad a la que se acumulan las mutaciones. Esto se conoce como el método del reloj molecular.

Pero hay trampa. Para llegar a esa respuesta debemos saber lo rápido que surgen las mutaciones. Y eso nos lleva de nuevo al punto de partida: primero necesitamos saber cuánto tiempo hace que nos separamos de los chimpancés.

Para evitar este ‘catch-22', los genetistas volvieron su vista hacia los orangutanes. Los fósiles sugieren que la separación de nuestro linaje ocurrió hace 10 ó 20 millones de años. Usando este dulce dato, los genetistas llegaron a una tasa de unas 75 mutaciones por genoma y por generación. En otras palabras, la descendencia humana y la de chimpancés tiene, cada una, 75 nuevas mutaciones que no heredan de sus padres.

Fósiles o ADN

Este número se basa en varios supuestos importantes, igual de fiables que los registros fósiles del orangután, o sea, que no lo son. Pese a ello, se llevó a cabo la suposición de que los ancestros humanos se separaron de los chimpancés entre 4 a 6 millones de años atrás.

Cuando los cazadores de fósiles oyen este número, lloran por el error. El extremo inferior de la estimación es particularmente difícil de tragar. El Australopithecus afarensis, un homínido temprano desde del este de África, que ya tiene características específicas humanas según nuestros datos se remonta por lo menos a 3,85 millones de años. Sus caninos eran pequeños, por ejemplo. Y caminaban erguidos.

Ambos rasgos se consideran homínidos, lo que significa que desarrollaron nuestro linaje después de la escisión y no aparecen al lado del chimpancé. Sin embargo, es difícil ver cómo podrían haber evolucionado tan rápidamente, en tan sólo 150.000 años después de la separación.

"Los genetistas ignoraron por completo a los paleontólogos", señala Owen Lovejoy de la Universidad Estatal de Kent, en Ohio. "Nos gustaría obtener estimaciones de hace alrededor de 4 millones de años; no obstante hay homínidos inconfundibles y altamente evolucionados que se remontan a casi 4 millones de años. Pero indicar una fecha para la divergencia de 4 millones años es, simplemente, una tontería."

Incluso en 5 ó 6 millones de años, la separación fue recibida con escepticismo. Esto es debido en gran parte a tres fósiles recientemente descubiertos en África que datan de la misma época. Los tres Australopithecus son anteriores, pero portaban las marcas inconfundibles de la humanidad. Aunque la interpretación de los restos es controvertido, muchos los consideran como post-escisión.

Dicho de otra manera, los paleontólogos estaban seguros de que había pocas probabilidades de exactitud de los resultados de ADN. La humanidad, afirmaron, tenía que ser más vieja de lo que los genetistas clamaban.

La historia parece haberles dado la razón. En los últimos tres años, los investigadores que estudian las poblaciones humanas, por primera vez han podido observar mutaciones casi a medida de que ocurrieran. Y eso crea toda una diferencia. En lugar de depender de una estimación basada en los fósiles raros, ahora podemos ver el tic-tac del reloj molecular en tiempo real. "Hasta que no fueron capaces de comparar los genomas de los niños con sus padres, no pudieron estimar la tasa de mutación de los humanos", añadió Aylwyn Scally, del Wellcome Trust Sanger Institute de Cambridge, Reino Unido.

En septiembre, Augustine Kong, de Decode Genetics en Reykjavik, Islandia, y sus colegas, publicaron un innovador estudio. Después de escanear los genomas de 78 niños y sus padres, para contar el número de nuevas mutaciones en el genoma de cada niño, hallaron que cada niño portaba un promedio de 36 nuevas mutaciones (Nature, vol 488, p 471). Es crucial entender que es la mitad de lo que se suponía anteriormente, es decir, el reloj molecular es más lento de lo que pensábamos, reajustando la división humano-chimpancé más atrás en el tiempo (ver diagrama).



Pero, ¿cuánto tiempo atrás exactamente? A principios de este año, Kevin Langergraber, de la Universidad de Boston y sus colegas, resolvieron otra pieza del rompecabezas. Las tasas de mutación en estudios como los de A. Kong se miden por generación. Para convertir esto en una estimación de la separación de los chimpancés, lo que necesitamos saber es cuánto tiempo dura una generación, en otras palabras, la edad media de reproducción. Tenemos un buen control sobre esto para los humanos, pero no en otros primates. Para los chimpancés, las estimaciones oscilaron entre 15 a 25 años.

Utilizando datos de 226 crías nacidas en ocho poblaciones de chimpancés salvajes, Langergraber encontró que, de media, los chimpancés se reproducían con 24 años y medio (PNAS, vol 109, p 15716). Basándose en estas nuevas cifras, el equipo estimó que el linaje humano siguió su camino por separado hace al menos 7 millones de años, y posiblemente una fecha tan lejana como 13 millones de años.

"Está claro que si esto es correcto, la mayoría de los libros de texto que tratan de la historia de nuestra especie tendrán que reescribirse", apunta Klaus Zuberbühler, de la Universidad de St Andrews, Reino Unido, que ayudó a la recopilación de datos para el estudio. "La importancia de esto apenas puede sobreestimarse".

John Hawks, de la Universidad de Wisconsin-Madison, está de acuerdo. "Creo que esto afectará a prácticamente todos los acontecimientos de la evolución humana, desde la divergencia inicial de nuestro linaje a la dispersión fuera de África."

Quizás la consecuencia más significativa la hallemos en la búsqueda de los primeros miembros de una tribu humana. Por ahora, el Australopithecus es el más antiguo homínido aceptada, aunque una división anterior nos trae a escena a otras especies.

Precisando nuestros orígenes (1) .
- Precisando nuestros orígenes (2).

- Artículo original: "Our true dawn: Pinning down human origins"
- Imagen y diagrama: Istockphoto y New.Scientist.com

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