jueves, 12 de noviembre de 2009

FE Y CIENCIA EN EL MODELO RIELO

IV CONGRESO MUNDIAL DE METAFÍSICA


Presentación.- En la Conferencia de Clausura del Congreso, a cargo del Prof. Jose Maria Lopez Sevillano afirma que en el "Modelo de Fernando Rielo" este distingue tres momentos de la creación:

a) El primer momento es el Big-bang de la materia, que en su evolución se abre
a la vida.

b) El segundo momento es el Big-bang de la vida, que en su evolución se abre al
espíritu.

c) El tercer y postrer momento es la creación del espíritu en la concepción de un
ser humano.

Analizados estos tres aspectos la vida -al y como la conocemos,la percibimos,la captamos ,la sentimos tiene sentido y no como afirman los materialistas es un resultado probabilista en el que tan solo participan el azar o una concatenación de accidentes.

El Prof. Lopez Sevillano es sumamente claro en reiterar el "Modelo de Rielo" ,también conocido como Modelo Genético porque en el se entrecruzan tres variables que no se dan por casualidad: el soma,la psique y el espíritu.

En mi obra: Universos: Los Rostros de Dios que se incluye en este blog, justamente termino señalando que la Cosmologia per se nos deja insatisfechos cuando todo se tiende a reducir a formulas matemáticas y a constantes físicas ,haciendo que la Vida que surge en el momento de Creacion (Fe) o en el Modelo de Big Bang (Ciencia), quede sujeta a variables que participan tanto de la metafísica de la que dicen huir los científicos, como de la ideología (agnosticismo) que les atrapa cuando no es posible reducir el concepto Dios a ecuaciones.

Es por tal razón que encuentro que el modelo de Rielo ,sumamente sencillo ,contiene una verdad inconmensurable: la verdad de la Vida.


Implicaciones del Modelo Genético en las áreas experiencial y experimental de las ciencias
( Extracto )




Conferencia de Clausura del Congreso, a cargo del Prof. José María López Sevillano ,
Roma, 7 de noviembre de 2009.



..."La primera precisión que debemos tener en cuenta acerca del Modelo Genético
de Fernando Rielo es que es un modelo absoluto o metafísico cuya presentación viene
dada por la concepción genética del principio de relación.

Cuando ordinariamente hablamos de lo genético, nos referimos a la información
codificada de la vida orgánica, a su transmisión hereditaria o al origen y desarrollo de las características que controlan su proceso. Metafísicamente, estamos refiriéndonos a la vida absoluta; por tanto, a la génesis e influjo sobre todo lo que es vida y sobre todo aquello que limita, condiciona y posibilita el desarrollo de la misma.

Si hemos de tratar acerca de la vida, de la ciencia o de la experiencia humana,
como de cualquier otro tema de importancia para nuestra reflexión, debemos tener en
cuenta un modelo absoluto desde el cual todo adquiera unidad, dirección y sentido.
Contribuyen a la búsqueda de este modelo absoluto las filosofías y las religiones.

Por eso, cuando hablamos de algo, debemos saber desde qué modelo o filosofía lo
hacemos. Podemos hablar mucho sobre la libertad, la vida, la economía, el
sufrimiento o la mismísima muerte; pero ¿desde qué modelo o filosofía lo hacemos?
A la base de lo que hablamos, implícito o explícito está un modelo o una filosofía que nos dé visión del tema dentro de un contexto general de la realidad.

Sin embargo, hay algo que ha empañado siempre la visión de la realidad, y sigue
empañándola, nos dirá Rielo. Este algo son las ideologías que, en sus prejuicios,
distorsionan dicha visión e, incluso, la pueden degradar profundamente. El
reconocimiento de una ideología lo obtenemos por su estructura reductiva, excluyente
e intolerante. Las ideologías reducen, en lugar de potenciar; excluyen, en lugar de
incluir; y fanatizan, en lugar de activar la apertura y el diálogo.

Si nos referimos al cuerpo, a la psique y al espíritu del ser humano, cualquiera
de estas dimensiones que tomemos, elevadas a absoluto, incurren en ideología:
el ser humano no es sólo cuerpo, ni es sólo psique, ni es sólo espíritu.

De este modo, el materialismo o fisicalismo, el psicologismo o conductismo y el
espiritualismo o idealismo gnoseológico, son ideologías porque, absolutizando una
sola dimensión, presentan la realidad del ser humano reducida a esa dimensión
con exclusión de todas las demás.

La tendencia ideologizante está presente en la reflexión, en el discurso, en la
filosofía, en la política, en la religión. Nadie estamos libres de la tentación de las ideologías; lo que tenemos que hacer es no caer en ella. Toda ideología intentará siempre forjar un discurso justificativo e impositivo cuyos frutos podemos observar en el comportamiento de quien está preso en sus garras: la reducción, la exclusión y la intransigencia son el resultado que todos podemos observar en cualquier ideología.

Si nos referimos a la vida, no podemos incurrir en el simplismo de lo que dicta
sólo la matematización y el experimento de las ciencias biológicas y limitarnos a las expectativas generadas con la secuenciación del genoma humano, junto con los
avances tecnológicos, que permiten a los científicos diseñar insólitas terapias para
combatir enfermedades hasta ahora incurables, mejora sustancial de la calidad de
vida y el retraso del envejecimiento.

Hoy, por ejemplo, muchos tipos de cáncer ya se curan; algunas infecciones están erradicadas o a punto de erradicarse; los recientes hallazgos en cardiología alejan, en buena parte, el fantasma del infarto; los culpables de algunos trastornos cerebrales (la epilepsia, la demencia, el parkinson o la embolia) están siendo desenmascarados en tal grado que los síntomas de estas enfermedades neurológicas pueden aliviarse con la esperanza de que en pocos años se encuentre su cura.

Pero no, nuestra vida no sólo es pura biología. Nuestro cuerpo, tal como lo
percibimos, no está diseñado para la inmortalidad. Seguimos muriéndonos por
infarto, por cáncer o por otras enfermedades. El optimismo de la ciencia y su técnica no nos alivia del temor a la muerte. No reduzcamos nuestra vida a simple biología incurriendo en la ideología del biologismo.

Debemos distinguir, por lo menos, tres ámbitos de la vida: a) vida orgánica o
vegetativa, b) vida psíquica o anímica y c) vida espiritual o consciencial.

La materia, cuando llega a su grado culmen de evolución se abre a la vida;
tal hecho ocurre en la interacción de los elementos prebióticos —carbono, ácidos
nucleicos, proteínas, lípidos y glúcidos— que hacen posible que se dé la vida en
el cosmos y son los responsables de las características propias de la vida orgánica
o vegetativa.

A su vez, la vida vegetativa, en su evolución con el sistema nervioso y el cerebro,
se abre a la vida psíquica o anímica. Por último, la vida psíquica o anímica —en su
evolución con el proceso máximo de encefalización y desarrollo de la corteza cerebral— se abre a la vida espiritual o consciencial en el ser humano.

La materia inerte es incapaz por sí misma de producir la vida.
De la interacción de las cuatro fuerzas básicas de la materia —gravedad, electromagnética, nuclear fuerte y nuclear débil—, o de la interacción de las partículas elementales —quarks, leptones y gluones—, sólo pueden salir la materia y los fenómenos que se derivan de ella.

La vida no es resultado de ninguna de estas interacciones; por tanto, no puede emerger en absoluto de la materia, sino que es dada a la materia cuando ésta cumple, en su evolución, con las condiciones de posibilidad para que pueda realizarse la vida.

La materia debe llegar a un momento cumbre de apertura a la vida con el objeto de que ésta pueda darse en aquélla. La vida orgánica se sucede, a su vez, en interacción con la compositividad de la materia y la complejidad de los componentes vitales —estímulo-respuesta, instintos— dando lugar a los sentimientos, emociones, imaginación, memoria, fantasía, que son componentes psíquicos complejos.

Se constituye, de este modo, la vida psíquica o anímica: es el paso de la vegetación a la animación. La animación, por último, adquiere distintos momentos en la evolución para abrirse definitivamente al espíritu.

Hemos llegado, de este modo, a la psicomatización del espíritu que se hace persona en virtud de la divina presencia constitutiva del modelo absoluto que inhabita en aquél.

Fernando Rielo distingue .... tres momentos de la creación:

a) El primer momento es el Big-bang de la materia, que en su evolución se abre
a la vida.

b) El segundo momento es el Big-bang de la vida, que en su evolución se abre al
espíritu.

c) El tercer y postrer momento es la creación del espíritu en la concepción de un
ser humano. Este espíritu asume en sí mismo el precedente homínido con sus
funciones psíquicas y orgánicas; por ello, Fernando Rielo afirma que tenemos un
espíritu psicosomatizado.

El ser humano participa, pues, de los tres estadios de la vida, aunque hay que
afirmar, con exactitud, que su naturaleza, formada de soma, psique y espíritu,
solamente tiene una vida; esto es, está constituido por una vida espiritual o
consciencial que asume, reduciendo a cero ontológico el precedente anímico y
vegetativo, todo el específico de la vida psíquica y también todo lo específico de la vida orgánica.

Fernando Rielo concibe la “transformación” no como cambio de una forma en otra de tal modo que la primera es aniquilada por la segunda; nuestro autor
afirma que no existe la aniquilación, sino la reducción a cero de una forma por otra
forma que asume el específico de la anterior de tal modo que este específico pasa a
ser de la forma asumente sin ser aniquilada, sino reducida a cero la asumida.
En nuestro caso, el espíritu es la forma asumente que hace suyo el específico de la psique y el específico del soma, reduciendo a cero la forma anímica y la forma estructural del cuerpo con el objeto de asumir sus específicos.

De aquí, que no sean tres vidas, sino única vida espiritual o consciencial que
asume el vital carácter psicológico y el vital carácter orgánico del precedente
homínido. Por ello, en unidad de naturaleza, el ser humano es un espíritu
psicosomatizado en el que pueden diferenciarse el carácter orgánico y el carácter
psicológico de la vida consciencial con sus funciones vegetativo-compositivas y sus
funciones psíquico-complejas.

Tengamos en cuenta, por otra parte, que es el ser humano, con su espíritu
psicosomatizado, el que hace ciencia, sociedad, historia, arte, religión. Por tanto,
debemos saber primero quién es el sujeto de la ciencia experiencial y experimental
con el objeto de discernir mejor su estructura y su origen y cuál puede ser su finalidad y su relación con el modelo absoluto.

Debemos ir primero al análisis de nuestra consciencia humana. En ella,
observamos que está presente como objeto de conocimiento todo lo que es finito o
relativo, y también está presente el infinito o absoluto en cuanto que tenemos
consciencia de estar abiertos a este infinito o absoluto.

La presencia de lo finito y la presencia del infinito están presentes en nuestra consciencia como objetos de conocimiento y como límite formal (lo finito) y límite transcendental (el infinito); pero no están presentes del mismo modo: lo finito está presente limitándonos; el infinito está presente potenciándonos, abriéndonos a sí mismo. Por ello, no somos ni finitos ni infinitos; antes bien, finitos abiertos al infinito.

¿Qué es lo que nos define como personas? En ningún caso, nos puede definir lo menos,
sino lo más; esto es, nos define la presencia del infinito que, por ser definiens,
es constitutiva, esencial, y en ningún caso accidental. Es también presencia absoluta o divina porque el modelo absoluto, concepción genética del principio de relación, son personas divinas: a nivel racional, dos personas divinas, Binidad, en inmanente complementariedad intrínseca [P1 =P2]; a nivel revelado, tres personas divinas, Trinidad, en inmanente complementariedad intrínseca [P1 =P2 =P3].

La divina presencia constitutiva del modelo absoluto en nuestro espíritu deja a
éste en estado de ser y acto de ser consciencial; por eso, nuestro espíritu, como
consciencia potestativa, tiene forma de ser y razón de ser. A este estado, acto, forma y razón de ser del espíritu lo denomina Fernando Rielo “gene ontológico o místico”: es la réplica, en un espíritu creado, del gene metafísico o divino, impreso en nosotros por la divina presencia constitutiva del modelo absoluto.

Nuestro organismo se caracteriza por multitud o compositividad de genes físicos
(de 25.000 a 30.000 genes, según el proyecto del genoma humano); nuestra psique se
forma por la complejidad del gene psíquico; y nuestro espíritu se define por la
simplicidad del gene ontológico o místico.

El espíritu, lejos de la compositividad de la materia y de la complejidad de
la psique, no puede tener sino único gene ontológico o místico a imagen y semejanza
del único gene absoluto; esto es, del único gene metafísico o divino en que consiste la concepción genética del principio de relación, constituida por personas divinas. La geneticidad espiritual asume en sí misma la geneticidad psicológica y la geneticidad biológica dando unidad, dirección y sentido a la vida integral de la persona humana.

Debemos hablar, por tanto, de la geneticidad del espíritu, de la geneticidad de la
psique y de la geneticidad del organismo o soma.

La vida del espíritu es la que es infundida por la divina presencia constitutiva del
modelo absoluto; por tanto, es vida ontológica o mística. Se denomina vida
ontológica porque atañe al ser; esto es, al “ontos” del espíritu. Dicho de otro modo, la vida ontológica, en Rielo, corresponde al estado de ser, acto de ser, forma de ser y razón de ser de nuestro espíritu.

A esta vida ontológica la denomina también “vida mística” porque este estado, acto,
forma y razón de ser es experiencia del amor o apertura del espíritu a la infinitud.
Nuestro autor afirmará, además, que el espíritu humano es éxtasis incoado porque
la divina presencia constitutiva del modelo absoluto es el “+” que rompe la identidad del espíritu en cuanto espíritu, haciéndolo salir de sí abriéndolo al Absoluto y a lo que, no siendo el Absoluto, halla su forma y razón de ser en el Absoluto.

La divina presencia constitutiva del modelo absoluto en el espíritu humano es,
para Fernando Rielo, “principio concreacional” y “epistémico”. Es principio
concreacional porque acompaña a la creación del espíritu, capacitándolo con las
estructuras y operadores genéticos que aquél requiere para ser persona. Estas
estructuras y operadores, que constituyen el gene ontológico o místico, no son otras
que el contrapunto de los atributos divinos en el espíritu creado: la “bondad divina” del modelo absoluto, por ejemplo, es “bondad mística u ontológica” en la persona humana.

Rielo establece con ello las proposiciones genéticas respecto de los
atributos: verdad, bondad, hermosura, unidad, amor, justicia, etc.; expresándolas del siguiente modo: “la verdad en la persona humana es mística u ontológica verdad de la divina o metafísica verdad”; “la bondad es mística u ontológica bondad de la divina o metafísica bondad”, etc., que es como decir, refiriéndonos, por ejemplo, a la verdad: “mística u ontológica verdad a imagen y semejanza de la divina o metafísica verdad.

La divina presencia constitutiva es “principio epistémico” porque, actuando en
las estructuras y operadores genéticos, nos inspira el objeto de conocimiento y la
actuación positiva con respecto a este objeto; esto es, nos hace conocer,
transcendentalmente, el objeto con el mismo conocer con el que el modelo absoluto
conoce, teniendo en cuenta que el espíritu creado posee en su límite formal múltiples limitaciones, condicionamientos y resistencias, que de ningún modo tiene el Absoluto.

Nuestro conocimiento, por tanto, no puede ser sino un conocimiento finito
abierto al infinito. En la medida en que el sujeto humano reduzca —por la iniciativa
inspiradora y por su respuesta a la inspiración— su límite formal, se acercará más al conocimiento del modelo absoluto, cuya presencia constitutiva en el espíritu le abre, en sus estructuras y operadores genéticos, al límite transcendental.

Nadie ni nada salva al ser humano del esfuerzo que debe hacer para responder a esta inspiración constitutiva con el fin de hacer ciencia, arte, política, sociedad, etc., y así poder transformar la realidad para su bienestar físico, psíquico y espiritual.

Esta inspiración se da, como el sol y la lluvia, a buenos y malos, a creyentes e incrédulos. El Génesis 3,19 corrobora este hecho universal: “Comerás el pan con el sudor de tu frente”.

No hay descubridor, ni premio Nobel, ni profesional, ni nadie que no haya trabajado y sufrido sus hallazgos, su premio, su profesión o, incluso, su luchar para vivir cada día.

Si me refiero a la ciencia, ésta consiste en el conocimiento de la realidad en
todos sus ámbitos con el objeto de actuar sobre ellos y servir al bienestar físico,
psíquico y espiritual del ser humano en su nivel personal y social. La realidad, por
otra parte, se presenta, desde el punto de vista material y fenomenológico,
matematizable y experimentable; es el dominio de las ciencias experimentales, que
tienen como lenguaje la matemática.

Otra cosa es la realidad desde el punto de vista de lo que no es cuantificable, ni
matematizable, ni experimentable. El experimento se realiza teniendo en cuenta los
sentidos y la potenciación de estos con la ayuda de la técnica.

Sin embargo, existe un amplio campo, dentro de la realidad, que, no siendo
experimentable, sí es matematizable y capaz de conocer o predecir hechos físicos o
fenomenológicos. Pero existe un amplísimo campo que no es ni matematizable ni
experimental; éste pertenece a la realidad incuantificacional y puede ser definido y
experienciado o vivido, pero no matematizado ni experimentado. Su lenguaje no es la
matemática, sino la metafísica.

El instrumento no es la medida, ni la experimentación, sino la vivencia o la experienciación.

Hemos visto el ámbito biológico u orgánico, al que contribuyen todas las
ciencias experimentales o de la naturaleza. Pero tenemos también los ámbitos psicobiológico, psicológico, psico-espiritual y espiritual. Si nos referimos al campo psicobiológico, éste participa de la experimentación y de la experienciación, pues en lo psico-biológico existe algo que es puramente matematizable y experimentable, y algo que es sólo definible y experienciable.

La manifestación de los sentimientos y emociones, por ejemplo, se da en un campo matematizable y experimental; sin embargo, la unidad, dirección y sentido de los sentimientos no corresponde a lo matematizable y experimental, sino a la definición y a la vivencia, requiriéndose, para ello, el lenguaje metafísico y ontológico.

El ámbito psicológico participa más de lo incuantificable que de la cuantificación:
el contenido de la razón, del deseo y de la intención, si bien tienen su manifestación psicosomática, y por tanto experimental, es un contenido complejo, que tiene mucho de experiencialidad o de vivencia, aunque puede ser objeto de la lógica formal.

Es aquí donde naufragan todos los formalismos porque se cierran en una razón que deja sin unidad, dirección y sentido transcendentes al objeto de consciencia. Debemos tener cuidado en no identificar el campo de la formalidad de la razón con el campo de la metafísica.

Más allá de la razón, del deseo y de la intención, están las funciones psicoespirituales como la intuición, la fruición y la libertad, cuyo contenido es netamente experiencial o de la vivencia. Pero más allá de estas funciones psicosomáticas y psicoespirituales, podemos hallar la potencia de unión que caracteriza a nuestro espíritu y es la fuerza por la cual podemos unir nuestras facultades y sus funciones, y podemos salir de nosotros mismos para unirnos con el Absoluto, con nuestros semejantes, con la naturaleza y el cosmos.

Esto no sería posible sin que la divina presencia constitutiva del modelo absoluto deje constituida a la potencia de unión en consciencia y potestad ontológicas; esto es, la divina presencia constitutiva deja a nuestro espíritu en estado, acto, forma y razón de ser de una consciencia ontológica o mística que se proyecta en las facultades y sus funciones psicoespirituales y psicosomáticas.

Es cierto que la experiencia del ser humano es una, y ésta es experiencia de un
espíritu psicosomatizado; por tanto, tiene como propiedades las funciones
psicoespirituales y psicosomáticas: la intuición, la fruición, la libertad, la razón, el deseo, la intención, la memoria, la imaginación, el sentimiento, la emoción, los instintos, los estímulos, las sensaciones, los sentidos, etc. Por eso, debemos decir no que tenemos experiencia racional, emotiva o imaginativa, sino más bien “carácter racional, emotivo, imaginativo, intuitivo, intencional, instintivo, sensible, etc., de nuestra única experiencia, que es experiencia espiritual.

Ahora bien, metodológicamente, con el objeto de hacer ciencia, debemos considerar la realidad bajo su dimensión cuantificacional, matematizable y experimentable, y su dimensión incuantificacional, definible y experienciable o vivencial.

La primera la constituyen las ciencias experimentales cuyo lenguaje es la
matemática; la segunda la constituyen las ciencias experienciales o de la vivencia,
cuyo lenguaje es la metafísica y la ontología o mística.

No son dos tipos diferentes de experiencia, sino única experiencia humana que adquiere dos formas: experimental, para todo lo que es cuantificable; experiencial, para todo lo que no es cuantificable, teniendo en cuenta que todo lo que no es cuantificable es muchísimo más vasto e importante en el ser humano, como son, por ejemplo, los contenidos de la verdad, la bondad, la hermosura, la justicia, la creencia, la expectativa, el amor y un largo etcétera.

La constante transcendental de todas las ciencias, nos explica Rielo, es la
inspiración en virtud de que la divina presencia constitutiva del modelo absoluto en el espíritu humano es el principio epistémico inspirador de toda verdad, bondad,
hermosura, inspirador de toda creatividad y quehacer positivo del ser humano.

La constante formal es distinta en cada una de los dos niveles de ciencia: en las
ciencias experimentales, la constante formal es la unidad de medida; en las ciencias
experienciales, la constante formal es la unidad de vivencia.

La metodología genética tiene, finalmente, una actitud metodológica que no
podemos ignorar:

1) Debemos llevar la inteligencia a límite en tal grado que el término que
resulta, a la visión intelectual bien formada, es el modelo absoluto bajo la razón de axioma absoluto que da unidad, dirección y sentido al objeto de nuestra inteligencia.

2) Debemos llevar nuestra voluntad a límite en tal grado que el término que
resulta, a nuestro compromiso ontológico, es el modelo absoluto bajo la razón de
fundamento que da unidad, dirección y sentido al objeto de nuestra voluntad.

3) Debemos llevar nuestra tendencia unitiva a límite en tal grado que el término
que resulta a nuestra unión, en sentido último, es el modelo absoluto bajo la razón de principio que da unidad, dirección y sentido al objeto de nuestra unión.

Resumo en dos palabras esta ponencia. El modelo absoluto no es otra cosa que
el amor absoluto entre personas divinas, que se hacen constitutivamente presentes en
el ser humano infundiendo su amor en nuestro espíritu y haciendo de éste místico
amor de su divino amor. Podemos comprender, entonces, que el mayor testimonio de
amor es, como afirma Cristo con su palabra y con su ejemplo, “dar la vida”. Quien
está dispuesto a dar la vida, y no a quitarla, y la vida se puede dar de muchas formas y en múltiples dimensiones, entra de lleno en la comprensión de la concepción
genética del principio de relación.

José María López Sevillano
Presidente del Colegio de Doctores

IV CONGRESO MUNDIAL DE METAFÍSICA

De como saberes y experiencias diversas y dispersas: la fe, la teología, la metafísica y la ciencia buscan encontrar su puesto en una colaboración al servicio del ser humano.


Del 5 al 7 de noviembre se ha celebrado en Roma el IV Congreso Mundial de Metafísica, organizado por la Escuela Idente, la Fundazione Idente di Studi e Ricerca ( Estudio e Investigación) y el Instituto Internacional de Metafísica y Mística, contando con la colaboración de la Fundación Ortega y Gasset, y de la Fundación Fernando Rielo.

Este evento internacional viene celebrándose trianualmente desde el año 2000. Han participado 170 profesores de distintas Universidades del mundo, contando con una gran participación española.

En la sesión de apertura, el Presidente de Honor del Congreso, Cardenal Camilo Ruini subrayó como el Papa Benedicto XVI, en su ultima Encíclica Caritas in Veritate ha incluido el pensamiento metafísico en su reflexión sobre el desarrollo humano integral, afirmando que la doctrina social de la Iglesia permite a la fe, a la teología, a la metafísica y a la ciencia encontrar su puesto en una colaboración al servicio del hombre.
Por su parte, el Presidente del Congreso, Dr. Jesús Fernández Hernández, señalo como para Fernando Rielo, creador e impulsor de este Congreso Mundial, la metafísica, si quiere ser autentica, debe procurar una visión bien formada de la realidad desde un modelo absoluto que tiene que situarse lejos de las corrientes escépticas y relativistas.
Subrayó como las ideologías han empañado la filosofía, la política, la ciencia y la religión, sumiendo a la persona humana en el pensamiento errático de tres reduccionismos fundamentales: el filosófico, el político y el religioso.

La conferencia inaugural la impartió el Dr. Jesus Conill Sancho, Catedrático de la Universidad de Valencia, con el sugerente titulo: ¿Neurometafisica como Filosofia Primera?

Las sesiones se han desarrollando en mesas redondas, y comunicaciones distribuidas por grupos de idiomas en italiano, español e ingles. La temática de las mesas redondas ha sido: Metafísica y Persona; Metafísica y Sociedad; Metafísica y Arte; Metafísica y Teología; y el Modelo Genético de Fernando Rielo.

La conferencia de clausura la impartió el Presidente de la Escuela Idente, Dr. D. Jose M. López Sevillano, quien desarrollo las “Implicaciones del Modelo Genético de Fernando Rielo en las ciencias experienciales y experimentales, a la que siguió un animado coloquio.
D. David G. Murray, Director del Comité Cientifico, expuso las conclusiones del Congreso, comenzando con una pregunta: ¿es posible un pensamiento cristiano post-metafísico? o ¿puede prescindir totalmente la filosofía actual de la metafísica?, habría que responder: los seres humanos hacen metafísica porque necesitan explicarse la experiencia de apertura al absoluto que ya poseen. Las concepciones metafísicas nacen en el marco de esta exigencia vital.

En este sentido —manifestó— que el Modelo Genético propuesto por Fernando Rielo —que algunos ponentes de este Congreso han comentado— surge de la experiencia humana de apertura al infinito y plantea una concepción del absoluto que sea plenamente compatible con esa experiencia.
Una metafísica “bien formada”, en expresión rieliana, permite, a su vez, que en el ámbito cultural se pueda aclarar la comprensión de la experiencia mística presente en la humanidad y favorecerla a través de una comunicación adecuada. Así, la metafísica nace de la vida mística a la vez que la enriquece con su visión y su lenguaje. En esta perspectiva, están emergiendo de este Congreso unos proyectos que responden a la necesidad de mayor comunicación y aplicación de las intuiciones recibidas.

Es necesario, por ejemplo, potenciar el diálogo con las metafísicas clásicas o tradicionales para determinar el origen experiencial de sus observaciones más sentidas y colocarlas en un texto comparado con los intentos recientes de renovar la metafísica, notablemente las propuestas rielianas, de tal manera que esta reflexión transcendental emerja reforzada y ampliada en la cultura general.

Por otra parte, se formula un Modelo Absoluto —subrayo— no sólo para hablar de la infinitud, sino para iluminar las actividades concretas de los seres humanos. Este es el espíritu de las referencias a la metafísica en la reciente Encíclica Caritas in veritate, donde el Papa precisa los múltiples saberes que han de colaborar a distintos niveles de reflexión para promover el desarrollo humano integral.

Concluyo que también los frutos de una visión metafísica y mística han de compartirse e interaccionar con los campos que conciernen a la salud humana —como son la medicina, la psiquiatría y la psicología— teniendo en cuenta que el modelo de vida y el sentido último que se plantee una persona impacta profundamente su bienestar. Lo mismo puede decirse de la pedagogía y la formación humana en general.

El desarrollo de estas líneas supone el reto de seguir organizando encuentros para poderlas llevar a cabo.

El Dr. D. Jesús Fernández Hernández, Presidente del Congreso, lo clausuró manifestando su convencimiento de que se había logrado un espacio de intercambio de ideas y de amistad muy fructífero, agradeciendo la participación de todos los profesores.

Esta información que está tomada de la fuente original, se puede ampliar en la página web del Congreso: www.metaphysics2009.org

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Confiamos en SUSY.....

En el LHC las informaciones de prensa dicen que se busca la llamada impropiamente" Partícula de Dios" ,el Boson de Higgs, pero aun si no se logra encontrar en el LHC se esta jugando la suerte del "Modelo Standard" que explica la aparición del Universo conocido. Y aunque fracasara la "teoría de cuerdas" que soporta teóricamente la busqueda del Boson de Higgas podría encontrarse -eventualmente -la respuesta al principal "conundrum" que aqueja a la Cosmologia: ¿ Por cual razón la Gravedad es una fuerza esencialmente distinta a todas las demás fuerzas físicas conocidas.... Si solo esto logra dilucidarse en el LHC al menos se habra dado un paso gigantesco.

Esta información aparece en el numero correspondiente al 11 de noviembre de 2009 en la famosa Revista New Scientist...


Nuevas revelaciones sobre el LHC

(tomado de New Scientist ,11 noviembre 2009 )


In SUSY we trust: What the LHC is really looking for
Dear New Scientist Reader, welcome to the New Scientist newsletter. This week, we reveal what the LHC is really looking for…..

• 11 November 2009 by Anil Ananthaswamy
• Magazine issue 2734 (with 4 images)
• For similar stories, visit the Cosmology , Quantum World and The Large Hadron Collider Topic Guides

AS DAMP squibs go, it was quite a spectacular one. Amid great pomp and ceremony - not to mention dark offstage rumblings that the end of the world was nigh - the Large Hadron Collider (LHC), the world's mightiest particle smasher, fired up in September last year. Nine days later a short circuit and a catastrophic leak of liquid helium ignominiously shut the machine down.
Now for take two. Any day now, if all goes to plan, proton beams will start racing all the way round the ring deep beneath CERN, the LHC's home on the outskirts of Geneva, Switzerland.
Nobel laureate Steven Weinberg is worried. It's not that he thinks the LHC will create a black hole that will engulf the planet, or even that the restart will end in a technical debacle like last year's. No: he's actually worried that the LHC will find what some call the "God particle", the popular and embarrassingly grandiose moniker for the hitherto undetected Higgs boson.
"I'm terrified," he says. "Discovering just the Higgs would really be a crisis."
Why so? Evidence for the Higgs would be the capstone of an edifice that particle physicists have been building for half a century - the phenomenally successful theory known simply as the standard model. It describes all known particles, as well as three of the four forces that act on them: electromagnetism and the weak and strong nuclear forces.
It is also manifestly incomplete. We know from what the theory doesn't explain that it must be just part of something much bigger. So if the LHC finds the Higgs and nothing but the Higgs, the standard model will be sewn up. But then particle physics will be at a dead end, with no clues where to turn next.
Hence Weinberg's fears. However, if the theorists are right, before it ever finds the Higgs, the LHC will see the first outline of something far bigger: the grand, overarching theory known as supersymmetry. SUSY, as it is endearingly called, is a daring theory that doubles the number of particles needed to explain the world. And it could be just what particle physicists need to set them on the path to fresh enlightenment.
So what's so wrong with the standard model? First off, there are some obvious sins of omission. It has nothing whatsoever to say about the fourth fundamental force of nature, gravity, and it is also silent on the nature of dark matter. Dark matter is no trivial matter: if our interpretation of certain astronomical observations is correct, the stuff outweighs conventional matter in the cosmos by more than 4 to 1.
Ironically enough, though, the real trouble begins with the Higgs. The Higgs came about to solve a truly massive problem: the fact that the basic building blocks of ordinary matter (things such as electrons and quarks, collectively known as fermions) and the particles that carry forces (collectively called bosons) all have a property we call mass. Theories could see no rhyme or reason in particles' masses and could not predict them; they had to be measured in experiments and added into the theory by hand.
These "free parameters" were embarrassing loose threads in the theories that were being woven together to form what eventually became the standard model. In 1964,Peter Higgs of the University of Edinburgh, UK, and François Englert and Robert Brout of the Free University of Brussels (ULB) in Belgium independently hit upon a way to tie them up.
That mechanism was an unseen quantum field that suffuses the entire cosmos. Later dubbed the Higgs field, it imparts mass to all particles. The mass an elementary particle such as an electron or quark acquires depends on the strength of its interactions with the Higgs field, whose "quanta" are Higgs bosons.
Fields like this are key to the standard model as they describe how the electromagnetic and the weak and strong nuclear forces act on particles through the exchange of various bosons - the W and Z particles, gluons and photons. But the Higgs theory, though elegant, comes with a nasty sting in its tail: what is the mass of the Higgs itself? It should consist of a core mass plus contributions from its interactions with all the other elementary particles. When you tot up those contributions, the Higgs mass balloons out of control.
The experimental clues we already have suggest that the Higgs's mass should lie somewhere between 114 and 180 gigaelectronvolts - between 120 and 190 times the mass of a proton or neutron, and easily the sort of energy the LHC can reach. Theory, however, comes up with values 17 or 18 orders of magnitude greater - a catastrophic discrepancy dubbed "the hierarchy problem". The only way to get rid of it in the standard model is to fine-tune certain parameters with an accuracy of 1 part in 1034, something that physicists find unnatural and abhorrent.
Three into one
The hierarchy problem is not the only defect in the standard model. There is also the problem of how to reunite all the forces. In today's universe, the three forces dealt with by the standard model have very different strengths and ranges. At a subatomic level, the strong force is the strongest, the weak the weakest and the electromagnetic force somewhere in between.
Towards the end of the 1960s, though, Weinberg, then at Harvard University, showed with Abdus Salam and Sheldon Glashow that this hadn't always been the case. At the kind of high energies prevalent in the early universe, the weak and electromagnetic forces have one and the same strength; in fact they unify into one force. The expectation was that if you extrapolated back far enough towards the big bang, the strong force would also succumb, and be unified with the electromagnetic and weak force in one single super-force (see graph).
In 1974 Weinberg and his colleagues Helen Quinn and Howard Georgi showed that the standard model could indeed make that happen - but only approximately. Hailed initially as a great success, this not-so-exact reunification soon began to bug physicists working on "grand unified theories" of nature's interactions.
It was around this time that supersymmetry made its appearance, debuting in the work of Soviet physicists Yuri Golfand and Evgeny Likhtman that never quite made it to the west. It was left to Julius Wess of Karlsruhe University in Germany and Bruno Zumino of the University of California, Berkeley, to bring its radical prescriptions to wider attention a few years later.
Wess and Zumino were trying to apply physicists' favourite simplifying principle, symmetry, to the zoo of subatomic particles. Their aim was to show that the division of the particle domain into fermions and bosons is the result of a lost symmetry that existed in the early universe.
According to supersymmetry, each fermion is paired with a more massive supersymmetric boson, and each boson with a fermionic super-sibling. For example, the electron has the selectron (a boson) as its supersymmetric partner, while the photon is partnered with the photino (a fermion). In essence, the particles we know now are merely the runts of a litter double the size (see diagram).
The key to the theory is that in the high-energy soup of the early universe, particles and their super-partners were indistinguishable. Each pair co-existed as single massless entities. As the universe expanded and cooled, though, this supersymmetry broke down. Partners and super-partners went their separate ways, becoming individual particles with a distinctive mass all their own.
Supersymmetry was a bold idea, but one with seemingly little to commend it other than its appeal to the symmetry fetishists. Until, that is, you apply it to the hierarchy problem. It turned out that supersymmetry could tame all the pesky contributions from the Higgs's interactions with elementary particles, the ones that cause its mass to run out of control. They are simply cancelled out by contributions from their supersymmetric partners. "Supersymmetry makes the cancellation very natural," says Nathan Seiberg of Princeton University.
That wasn't all. In 1981 Georgi, together with Savas Dimopoulos of Stanford University, redid the force reunification calculations that he had done with Weinberg and Quinn, but with supersymmetry added to the mix. They found that the curves representing the strengths of all three forces could be made to come together with stunning accuracy in the early universe. "If you have two curves, it's not surprising that they intersect somewhere," says Weinberg. "But if you have three curves that intersect at the same point, then that's not trivial."
This second strike for supersymmetry was enough to convert many physicists into true believers. But it was when they began studying some of the questions raised by the new theory that things became really interesting.
One pressing question concerned the present-day whereabouts of supersymmetric particles. Electrons, photons and the like are all around us, but of selectrons and photinos there is no sign, either in nature or in any high-energy accelerator experiments so far. If such particles exist, they must be extremely massive indeed, requiring huge amounts of energy to fabricate.
Such huge particles would long since have decayed into a residue of the lightest, stable supersymmetric particles, dubbed neutralinos. Still massive, the neutralino has no electric charge and interacts with normal matter extremely timorously by means of the weak nuclear force. No surprise then that it is has eluded detection so far.
When physicists calculated exactly how much of the neutralino residue there should be, they were taken aback. It was a huge amount - far more than all the normal matter in the universe.
Beginning to sound familiar? Yes, indeed: it seemed that neutralinos fulfilled all the requirements for the dark matter that astronomical observations persuade us must dominate the cosmos. A third strike for supersymmetry.
Each of the three questions that supersymmetry purports to solve - the hierarchy problem, the reunification problem and the dark-matter problem - might have its own unique answer. But physicists are always inclined to favour an all-purpose theory if they can find one. "It's really reassuring that there is one idea that solves these three logically independent things," says Seiberg.
Supersymmetry solves problems with the standard model, helps to unify nature's forces and explains the origin of dark matter
Supersymmetry's scope does not end there. As Seiberg and his Princeton colleague Edward Witten have shown, the theory can also explain why quarks are never seen on their own, but are always corralled together by the strong force into larger particles such as protons and neutrons. In the standard model, there is no mathematical indication why that should be; with supersymmetry, it drops out of the equations naturally. Similarly, mathematics derived from supersymmetry can tell you how many ways can you fold a four-dimensional surface, an otherwise intractable problem in topology.
All this seems to point to some fundamental truth locked up within the theory. "When something has applications beyond those that you designed it for, then you say, 'well this looks deep'," says Seiberg. "The beauty of supersymmetry is really overwhelming."
Sadly, neither mathematical beauty nor promise are enough on their own. You also need experimental evidence. "It is embarrassing," says Michael Dine of the University of California, Santa Cruz. "It is a lot of paper expended on something that is holding on by these threads."
Circumstantial evidence for supersymmetry might be found in various experiments designed to find and characterise dark matter in cosmic rays passing through Earth. These include the Cryogenic Dark Matter Search experiment inside the Soudan Mine in northern Minnesota and the Xenon experiment beneath the Gran Sasso mountain in central Italy. Space probes like NASA's Fermi satellite are also scouring the Milky Way for the telltale signs expected to be produced when two neutralinos meet and annihilate.
The best proof would come, however, if we could produce neutralinos directly through collisions in an accelerator. The trouble is that we are not entirely sure how muscular that accelerator would need to be. The mass of the super-partners depends on precisely when supersymmetry broke apart as the universe cooled and the standard particles and their super-partners parted company. Various versions of the theory have not come up with a consistent timing. Some variants even suggest that certain super-partners are light enough to have already turned up in accelerators such as the Large Electron-Positron collider - the LHC's predecessor at CERN - or the Tevatron collider in Batavia, Illinois. Yet neither accelerator found anything.
The reason physicists are so excited about the LHC, though, is that the kind of supersymmetry that best solves the hierarchy problem will become visible at the higher energies the LHC will explore. Similarly, if neutralinos have the right mass to make up dark matter, they should be produced in great numbers at the LHC.
Since the accident during the accelerator's commissioning last year, CERN has adopted a softly-softly approach to the LHC's restart. For the first year it will smash together two beams of protons with a total energy of 7 teraelectronvolts (TeV), half its design energy. Even that is quite a step up from the 1.96 TeV that the Tevatron, the previous record holder, could manage. "If the heaviest supersymmetric particles weigh less than a teraelectronvolt, then they could be produced quite copiously in the early stages of LHC's running," says CERN theorist John Ellis.
If that is so, events after the accelerator is fired up again could take a paradoxical turn. The protons that the LHC smashes together are composite particles made up of quarks and gluons, and produce extremely messy debris. It could take rather a long time to dig the Higgs out of the rubble, says Ellis.
Any supersymmetric particles, on the other hand, will decay in as little as 10-16seconds into a slew of secondary particles, culminating in a cascade of neutralinos. Because neutralinos barely interact with other particles, they will evade the LHC's detectors. Paradoxically, this may make them relatively easy to find as the energy and momentum they carry will appear to be missing. "This, in principle, is something quite distinctive," says Ellis.
So if evidence for supersymmetry does exist in the form most theorists expect, it could be discovered well before the Higgs particle, whose problems SUSY purports to solve. Any sighting of something that looks like a neutralino would be very big news indeed. At the very least it would be the best sighting yet of a dark-matter particle. Even better, it would tell us that nature is fundamentally supersymmetric.
There is a palpable sense of excitement about what the LHC might find in the coming years. "I'll be delighted if it is supersymmetry," says Seiberg. "But I'll also be delighted if it is something else. We need more clues from nature. The LHC will give us these clues."
Blood brothers?
String theory and supersymmetry are two as-yet unproved theories about the make-up of the universe. But they are not necessarily related.
It is true that most popular variants of string theory take a supersymmetric universe as their starting point. String theorists, who have taken considerable flak for advocating a theory that has consistently struggled to make testable predictions, will breathe a huge sigh of relief if supersymmetry is found.
That might be premature: the universe could still be supersymmetric without string theory being correct. Conversely, at the kind of energies probed by the LHC, it is not clear that supersymmetry is a precondition for string theory. "It is easier to understand string theory if there is supersymmetry at the LHC," says Edward Witten, a theorist at Princeton University, "but it is not clear that it is a logical requirement."
If supersymmetry does smooth the way for string theory, however, that could be a decisive step towards a theory that solves the greatest unsolved problem of physics: why gravity seems so different to all the rest of the forces in nature. If so, supersymmetry really could have all the answers.
Anil Ananthaswamy is a consulting editor for New Scientist

sábado, 31 de octubre de 2009

The Anthropocene....

A raiz de la difusión de las diversas interpretaciones del libro de la Biblia Apocalipsis ,aun los científicos se han dedicado a especular sobre el tema,desde los años noventa.
Este breve articulo publicado por Bob Holmes en New Scientist ,en el mes de setiembre retoma el tema y lo desarrolla ya no sobre la idea de una extincion humana a larguisimo plazo como resultado de dos eventuales escenarios:
a) un Big Cruch (reversion del proceso de expansion universal actual que nos haria morir fritos )
b) o bien del proceso de expansion actual que nos haria morir helados si continua..

Ahora mas bien se especula en términos de menor significación cósmica...como resultado de mantenerse el calentamiento global producido por la acción del ser humano en el Cambio Climático.

La propuesta aparece bajo el titulo:


Post-human Earth: How the planet will recover from us

* 30 September 2009 by Bob Holmes Magazine issue 2728 New Scientist.



WHEN Nobel prize-winning atmospheric chemist Paul Crutzen coined the word Anthropocene around 10 years ago, he gave birth to a powerful idea: that human activity is now affecting the Earth so profoundly that we are entering a new geological epoch.

The Anthropocene has yet to be accepted as a geological time period, but if it is, it may turn out to be the shortest - and the last. It is not hard to imagine the epoch ending just a few hundred years after it started, in an orgy of global warming and overconsumption.

Let's suppose that happens. Humanity's ever-expanding footprint on the natural world leads, in two or three hundred years, to ecological collapse and a mass extinction. Without fossil fuels to support agriculture, humanity would be in trouble. "A lot of things have to die, and a lot of those things are going to be people," says Tony Barnosky, a palaeontologist at the University of California, Berkeley. In this most pessimistic of scenarios, society would collapse, leaving just a few hundred thousand eking out a meagre existence in a new Stone Age.

Whether our species would survive is hard to predict, but what of the fate of the Earth itself? It is often said that when we talk about "saving the planet" we are really talking about saving ourselves: the planet will be just fine without us. But would it? Or would an end-Anthropocene cataclysm damage it so badly that it becomes a sterile wasteland?

The only way to know is to look back into our planet's past. Neither abrupt global warming nor mass extinction are unique to the present day. The Earth has been here before. So what can we expect this time?

Take greenhouse warming. Climatologists' biggest worry is the possibility that global warming could push the Earth past two tipping points that would make things dramatically worse. The first would be the thawing of carbon-rich peat locked in permafrost. As the Arctic warms, the peat could decompose and release trillions of tonnes of carbon into the atmosphere - perhaps exceeding the 3 trillion tonnes that humans could conceivably emit from fossil fuels. The second is the release of methane stored as hydrate in cold, deep ocean sediments. As the oceans warm and the methane - itself a potent greenhouse gas - enters the atmosphere, it contributes to still more warming and thus accelerates the breakdown of hydrates in a vicious circle.

"If we were to blow all the fossil fuels into the atmosphere, temperatures would go up to the point where both of these reservoirs of carbon would be released," says oceanographer David Archer of the University of Chicago. No one knows how catastrophic the resulting warming might be.

That's why climatologists are looking with increasing interest at a time 55 million years ago called the Palaeocene-Eocene thermal maximum, when temperatures rose by up to 9 °C in a few thousand years - roughly equivalent to the direst forecasts for present-day warming. "It's the most recent time when there was a really rapid warming," says Peter Wilf, a palaeobotanist at Pennsylvania State University in University Park. "And because it was fairly recent, there are a lot of rocks still around that record the event."

By measuring ocean sediments deposited during the thermal maximum, geochemist James Zachos of the University of California, Santa Cruz, has found that the warming coincided with a huge spike in atmospheric CO2. Between 5 and 9 trillion tonnes of carbon entered the atmosphere in no more than 20,000 years (Nature, vol 432, p 495). Where could such a huge amount have come from?

Volcanic activity cannot account for the carbon spike, Zachos says. Instead, he blames peat decomposition, which would have happened not from melting permafrost - it was too warm for permafrost - but through climatic drying. The fossil record of plants from this time testifies to just such a drying episode.
Carbon spike

If Zachos and colleagues are right, then 55 million years ago Earth passed through a carbon crisis very much like the one feared today: a sudden spike in CO2, followed by a runaway release of yet more greenhouse gases. What happened next may give us a glimpse of what to expect if our current crisis hits full force.

Geochemists have long known that when a pulse of CO2 enters the air, much of it quickly dissolves in the upper layer of the ocean before gradually dispersing through deeper waters. Within a few centuries, an equilibrium is reached, with about 85 per cent of the CO2 dissolved in the oceans and 15 per cent in the atmosphere. This CO2 persists for tens or hundreds of thousands of years - what Archer believes will be the "long tail" of the Anthropocene. Until recently, though, climate modellers were a bit fuzzy on what this tail would look like.

"Until we had some case studies from the past, there was always some degree of uncertainty in the models," says Zachos. His studies are beginning to clear up these doubts. Carbonate rocks laid down on the sea floor during the carbon spike, for example, reveal that the oceans quickly became very acidic (Science, vol 308, p 1611). But this extreme acidification lasted just 10,000 or 20,000 years, barely a blink of an eye by geological standards, after which the oceans returned to near-normal conditions for the next 150,000 years. Even the stores of peat and methane hydrates must have regenerated within 2 million years, Zachos says, because at that time the planet underwent another, smaller carbon crisis, which must also have involved peat or methane hydrates. That suggests that the long tail of the Anthropocene is unlikely to last longer than 2 million years - still not long at all by geological standards.

However, today's carbon spike differs from that of the late Palaeocene in one important way: our planet is much cooler than it was back then, so warming is likely to have a more profound effect. During the late Palaeocene, the world was warm and largely ice-free. Now we have bright, shiny ice caps which reflect sunlight back into space. These will melt, giving way to dark, energy-absorbing rock and soil. And with all that meltwater, sea levels will rise and permafrost will thaw more rapidly, boosting warming still further.

This extra nudge could conceivably tip the Earth out of its present cycle of glacials and interglacials and return it to an older, warmer state. "The Earth was ice-free for many millions of years. The current ice ages started only about 35 million years ago, so we might kick ourselves out of that," says Pieter Tans, an atmospheric scientist at the US National Oceanic and Atmospheric Administration in Boulder, Colorado. Even so, the newly ice-free world would merely be reverting to a familiar state. On this reading of the evidence, even the most drastic climate catastrophe would have little chance of pushing the Earth's physical systems into uncharted territory.

Not so, says James Hansen, director of NASA's Goddard Institute for Space Studies. He argues that past episodes are a poor guide to what will happen in the future, for the simple reason that the sun is brighter now than it was then. Add that to the mix and the release of methane hydrates could lead to catastrophic, unstoppable global warming - a so-called "Venus syndrome" (PDF) that causes the oceans to boil away and dooms the Earth to the fate of its broiling neighbour.

So much for the Earth itself - what of life? If Hansen is right, Earth is heading for sterility. But if the lesser scenario plays out instead, it's a very different story.

Conservation biologists say we may already be in the midst of an extinction event that could potentially turn into one of the greatest mass extinctions ever - one that would alter the trajectory of evolution.

Oddly enough, the climatic turmoil of the thermal maximum led to very little loss of biodiversity. "Nobody has ever picked the Palaeocene-Eocene boundary as a major extinction interval. It's not even in the second tier," says Scott Wing, a palaeobotanist at the Smithsonian Institution in Washington DC. Instead, the fossil record shows that species simply migrated, following their preferred climate across the globe.

Today, of course, that is often not possible because roads, cities and fields have fragmented so many natural habitats. Polar and alpine species may find their habitat vanishes entirely, and this is not to mention all the other ways people imperil species.

"We're a perfect storm as far as biodiversity is concerned," says David Jablonski, a palaeontologist at the University of Chicago. "We're not just overhunting and overfishing. We're not just changing the chemistry of the atmosphere and acidifying the oceans. We're not just taking the large-bodied animals. We're doing all this stuff simultaneously." Even so, Jablonski thinks humans are unlikely to be capable of causing an extinction comparable to the one at the end of the Permian, 251 million years ago, when an estimated 96 per cent of all marine species and 70 per cent of terrestrial ones bit the dust.

Whether the Anthropocene mass extinction eventually ranks with the Permian or with lesser ones, it would still reshuffle the evolutionary deck. Once again, the past gives us some idea of what we could expect.

The fossil record tells us that every mass extinction plays out differently, because each has its own unique causes. However, there is one common factor: the species at greatest risk are those with the narrowest geographic ranges. Jablonski's studies of fossil marine snails show that species with planktonic larvae - which disperse widely - fare better than species with a more restricted distribution (Science, vol 279, p 1327).

Cockroach world


Add to that massive habitat disturbances, says Jablonski, and a picture emerges of life after the Anthropocene extinction. Small body sizes, fast reproductive rates and an ability to exploit disturbed habitats will all prove advantageous. "It's a rats, weeds and cockroaches kind of world," says Jablonski.

The wave of extinctions is likely to sweep through species in a fairly predictable way. "First we would probably lose the species that are already endangered, then it would work its way down," says Barnosky. "Eventually it would hit some of the species that we don't consider at risk today - for example, many of the African herbivores that today seem to have healthy populations."

However, predictions about the fate of any particular species are almost impossible, as luck will also play a role. The survivors will probably be a more-or-less random selection of weedy plants and opportunistic animals, notes Doug Erwin, a palaeobiologist at the Smithsonian Institution.

If the Anthropocene does end with a mass extinction, the fossil record tells us a lot about what the recovery might look like. Whether the news is good or bad depends on your perspective. "Recoveries from mass extinctions are geologically rapid, but from a human point of view grindingly long. We're talking millions of years," says Jablonski.
Recoveries from mass extinctions are geologically rapid, but from a human point of view grindingly long. We're talking about millions of years

Immediately after a mass extinction, the fossil evidence suggests that ecosystems go into a state of shock for several million years. For many millions of years after the Permian extinction, for example, marine environments the world over were dominated by the same 25 or 30 species. "It's pretty boring," says Erwin.

Something similar happened on land after the Cretaceous extinction. Pre-extinction plant fossils from western North America testify to flourishing ecosystems, with a variety of insects feeding on a wide assortment of plants. After the extinction, though, both plant and insect diversity drops dramatically, with some insect feeding methods vanishing almost completely.

After that, confusion reigns for 10 million years. There are fossil assemblages with only a few insects and plants, ones with many insects but few plants, others with many plants but few insects - just about everything except what ecologists would call "normal" (Science, vol 313, p 1112). "At no time did we have what I would call a healthy ecosystem, with diverse insects feeding on diverse plants," says Wilf. All the while biodiversity remains low, with few new species evolving. "You're just trying to hang on," says Erwin.

A study of marine fossil diversity bears this out. Nearly a decade ago, James Kirchner of the University of California, Berkeley, and Anne Weil of Duke University in Durham, North Carolina, took a database of all known marine fossils and used it to work out how closely peaks of speciation follow peaks of extinction (Nature, vol 404, p 177). "We went into this thinking, like everybody else, that when you have an extinction, you begin repopulating almost immediately," says Kirchner, now at the Swiss Federal Institute for Forest, Snow and Landscape Research in Birmensdorf. Instead, they found that speciation peaks lagged about 10 million years behind extinction peaks. "We pretty much fell out of our chairs," he says.

In fact, for the first few million years after an extinction the speciation rate actually falls. "That suggests to us a sort of wounded biosphere. Extinction events don't just remove organisms from an ecosystem, leaving lots of opportunity for new species to diversify. Instead, what we think happens is that the niches themselves collapse, so you won't have new organisms emerging to occupy them. The niches themselves don't exist any more," says Kirchner.

Eventually, though, evolution wins the day, and after a few tens of millions of years biodiversity rebounds. Sometimes, as after the Ordovician mass extinction 440 million years ago, the new regime looks a lot like the old one. But more often a new world emerges. "You're not re-establishing the old chessboard, you're designing a whole new game," says Erwin.

In the Permian, the oceans were dominated by filter-feeding animals such as brachiopods and sea lilies, which lived their whole lives attached to the bottom. Predators were rare. All that changed after the extinction, leaving a more dynamic and richer ecosystem. "From my point of view, the end-Permian mass extinction was the best thing that ever happened to life," says Erwin.

In a perverse way, then, the bottom line is an encouraging one. Even if we manage to overpopulate and overconsume ourselves back to the Stone Age, the Earth will probably survive. Life will go on. By the time the long tail of the Anthropocene is over, what little was left of humanity will probably be gone. A new geological age will dawn. Shame there won't be anybody around to give it a name.

Bob Holmes is a consultant for New Scientist based in Edmonton, Canada

Source: New Scientist

lunes, 26 de octubre de 2009

Ciencia y fe: ¿se opone la Iglesia al desarrollo científico?

El Dr. Guillermo Malavassi ,profesor y amigo dice en Arvo Net:



Ciencia y fe: ¿se opone la Iglesia al desarrollo científico?
Por Redacción • 25 Oct, 2009 •

En su obra conocida por la posteridad como Metafísica, Aristóteles reconoce este hecho: todo hombre naturalmente apetece saber. Muestra este autor cómo se pone continuamente de manifiesto tal característica humana. También indaga sobre las formas de saber: la experiencia, la técnica, la prudencia, la ciencia, la inteligencia y la sabiduría. Cada uno de estos modos de saber lo explica en su correcto sentido en el momento de hacer su investigación. De manera que, en tan temprana época de la historia, disponían los seres humanos de maneras de alcanzar el saber.

Es claro que también hay dos formas de alcanzar el saber que ya otros han descubierto: adquiriendo de oídas, por confianza, por fe el saber que otros con su esfuerzo hallaron; o descubriéndolo uno mismo. En nuestro tiempo se acostumbra hablar del conjunto de los saberes. En ocasiones se los enuncia así: saber filosófico, saber religioso, saber teológico, saber científico, saber artístico y técnico, saber popular, saber ideológico… Inteligentes esfuerzos han sido hechos por diversos pensadores para clasificar los saberes, para determinar su objeto y el modo de adquirir el saber. Ello ha llevado a muy famosas clasificaciones, por ejemplo en lo que se refiere a las ciencias. Ha habido, pues, y hay saberes y saberes. Siempre se ha sabido. Ello muestra las formas en que las personas han satisfecho su ansia de saber.

No todas las personas han hallado por sí mismas cada saber, sino que lo más frecuente es que lo hayan recibido de otros: por tradición, por enseñanza, por decires, por lecturas de obras.

En algún momento le fue planteado al gran San Agustín en qué forma debía actuar un cristiano respecto del saber que no procedía directamente de la Revelación cristiana. Su respuesta es que la verdad es del Señor dondequiera que se encuentre. Con ello se establece un criterio: la verdad es digna de aprecio en cualquiera de los saberes. La tarea de cada uno es saber discernir entre la verdad y lo que no lo es. Aceptables son los saberes si de veras son “saber”: ello comporta que expresen la verdad de su objeto. Si no hay verdad, será superstición, fantasía, engaño. O una hipótesis: un saber provisional.

LA CIENCIA TIENE HISTORIA
Podemos tomar de nuevo a Aristóteles para ilustrar cómo concibió éste la ciencia hace más de dos mil años: Es conocimiento de la esencia de las cosas; es conocimiento de las cosas por sus causas; es conocimiento necesario; y es conocimiento universal: fijo, inmutable y necesario (de lo particular e impermanente no hay ciencia).

En síntesis, para Aristóteles la ciencia es conocimiento universal, fijo, estable, necesario y cierto de las cosas, que llega hasta sus esencias, las expresa en definiciones y las explica por sus causas (causas extrínsecas: eficiente y final; causas intrínsecas: material y formal).

En Aristóteles, además, la ciencia es un saber demostrativo: versará no sobre los principios, sino sobre las conclusiones. El saber de los principios, corresponde a la inteligencia. Con base en esos criterios el mencionado autor clasifica las ciencias en tres géneros: TEORETICAS (Física, Matemática y Filosofía Primera, llamada luego Metafísica); PRACTICAS (Etica: Monástica, Económica y Política); POETICAS (las artes en general, tanto las bellas como las útiles). A la LOGICA, su más original creación, Aristóteles no la catalogó entre las ciencias, sino como instrumento de las ciencias.

En Aristóteles puede hallarse explicación sobre la formación del concepto universal, la teoría de la abstracción, los primeros principios, el concepto de verdad y el valor de la ciencia. Su influencia fue profunda en Occidente.

Toda ciencia es conocimiento de la realidad en sus fundamentos o causas, en sus porqués. Pero como la realidad es compleja, los hombres en su búsqueda del saber distinguirán las apariencias y la realidad, la realidad inmediata y la realidad subyacente, última. Todo esto traerá cambios en el modo de enfrentar el conocimiento de la realidad, y en el sentido de la ciencia, y en la clasificación y relación de los saberes. Al fin y al cabo una “ciencia” no podrá ser más que una prolongación del conocimiento natural espontáneo que se tiene de la realidad.

La tendencia, tan vigorosa en Galileo, de medir cuantitativamente los fenómenos, va a traer importantes replanteamientos: unir lo experimental con lo inteligible, dentro de la idea de que hay regularidad en la naturaleza. De ello se seguirán novedades: para algunos será muy vívida la creencia en la constancia de la naturaleza que siempre se manifestará regularmente, ello como manifestación de la voluntad de Dios omnisciente y todopoderoso; para otros -visión popular- la ciencia afirma únicamente lo visible, en general lo sensible; al mismo tiempo surge la ciencia experimental en general: los principios que adopta, los métodos que practica, las conclusiones a que llega se fundan en la experimentación: la misma ciencia interviene en la constitución de lo que considera sensible. Ya no se trata de la sola observación que toma una realidad tal como se da sin elaboración previa.

La ciencia experimental más y más se convertirá en ciencia en condiciones de laboratorio. Ello traerá división entre las ciencias o dentro de una misma ciencia: parte de observación, parte de experimentación.

Lo anterior permite afirmar que, en términos generales, la ciencia antigua acepta las apariencias tal como se ofrecen en tanto que realidad sensible; la ciencia moderna experimental en general estudiará “fenómenos” en los que la realidad sensible ha sido preparada en el laboratorio con el fin de hacerla accesible a la medida: se pretendía alcanzar la matematización de un contenido de conocimiento sensible que no se toma tal como aparece en la naturaleza, sino como resulta de una manipulación de laboratorio.

Fácil es comprender cómo a partir de estos cambios surgirán muchas posibilidades de estudiar el objeto de la ciencia, al mismo tiempo muchas complejidades: cómo entender la naturaleza, la realidad, la causa próxima y la última, el valor del conocimiento empírico y el de las hipótesis. A ello se añade el modo particular de moverse dentro de esa problemática cada uno de los grandes científicos modernos y contemporáneos. Cambia el significado de la ciencia y de las ciencias. Diversas posiciones de concepción del mundo y de los métodos de la ciencia pretenderán explicar de modo diferente lo que sea ciencia, su valor y el valor de otros saberes. Recuérdese lo que han propuesto dentro de ese marco, por ejemplo, el positivismo, el afán de lograr un sistema axiomático, el causalismo, el empirismo, etc.

LA AUTONOMIA DE LA CIENCIA
El desarrollo de la ciencia moderna y contemporánea trajo la necesidad de reclasificar los saberes y de reconocer el ámbito legítimo de acción de cada uno. Ello ha planteado un tema específico: la autonomía de las ciencias. Con ello se entiende que cada ciencia posee leyes, campos y métodos que las diferencia y que deben ser respetados. También puede entenderse algo más exigente: la negación de toda relación de subordinación o dependencia de las ciencias respecto de otras formas de saber como la Religión, la Filosofía, la Teología, la Política, o creencias derivadas de esos saberes. La ciencia solo aceptará lo que provenga de los métodos y principios de la ciencia misma. Lo anterior llevó a plantear así el asunto: no es aceptable la autonomía externa, cosa que equivaldría, de aceptarse tal autonomía, a absolutizar la ciencia, lo cual es no solo anticientífico, sino fuente de conflictos y abusos. El científico y por ende la ciencia debe respetar leyes, derechos humanos, deberes éticos. Se justifica poner límites éticos y sociales a la actividad del científico. Por ejemplo, es justo prohibir la experimentación con seres humanos; los derechos y deberes humanos están por encima de la experimentación científica; la familia merece respeto como fundamento de la sociedad, etc.

En cuanto a la autonomía interna, lo que se examina es lo siguiente: hay la conformación intrínseca de la ciencia y la relación de dependencia del saber científico con respecto a otros saberes de superior alcance, de mayor grado de abstracción o de mayor universalidad; por ejemplo, el saber teológico, metafísico o político. ¿Es que cada ciencia por sí misma debe dar razón de los principios en que se funda y de los métodos que emplea? ¿Debe, más bien, encomendar tan fundamental tarea a una clase superior de saber? Con respecto a esta cuestión se pueden señalar cinco etapas históricas:

1.- Epoca antigua y medieval: se reconoce la diversidad de ciencias con métodos propios y se afirma que corresponde a la metafísica, en cuanto ciencia primera, dar razón de las demás. Además, el cuerpo de los saberes forma unidades sistemáticas.

2.- Epoca de la ciencia clásica: corresponde al siglo XVII, aunque sus inicios vienen de siglos anteriores. Se establece una precisa y definida relación de dependencia de la ciencia con respecto de la Filosofía. Por ejemplo, Galileo y el principio filosófico de la simplicidad o economía; Kepler establece las condiciones de inteligibilidad de una teoría científica; Newton define las nociones filosóficas de espacio absoluto y tiempo absoluto que tienen clara y precisa aplicación mecánica; Leibniz ofrece el cálculo infinitesimal vinculado a una teoría filosófica del infinito; Descartes presenta su árbol de la ciencia, cuyas raíces son la metafísica, su tronco la física y las ramas las ciencias principales. Por ello la época clásica se caracteriza, en su origen, por el establecimiento de una explícita relación de dependencia de la ciencia con respecto a ciertos principios y conceptos cuyo fundamento es de carácter filosófico.

3.- Desarrollo de la ciencia clásica: se caracteriza por la búsqueda metódica de la independencia de la ciencia respecto de la Filosofía, siglo XVIII; Laplace ilustra esta época: se esfuerza por depurar los métodos científicos y por cortar todo vínculo con la Filosofía.

4.- Culminación de la ciencia clásica: en el siglo XIX la anterior búsqueda de independencia de la ciencia se torna en la proclamación del dogma de la independencia de la Ciencia, que se escribirá con mayúscula. Se le advierte al científico: físico, cuídate de la metafísica. Se vive la soberanía de la ciencia.

5.- La ciencia de hoy: surge lo imprevisto. Habiéndose liberado la ciencia de todo compromiso con la Filosofía, la ciencia de hoy se ve acosada por interrogantes filosóficos que surgen de su propio quehacer. Son algunos científicos de hoy los que se ven obligados a escribir cuestiones de ciencia y de filosofía. La Filosofía -y otras cuestiones- le surgieron por dentro a la ciencia (¿De lo que huyes serás perseguido?).

Sobre todo en el campo de las ciencias físico-químicas han surgido interrogantes sobre los conceptos de causalidad, azar, simetría, complementariedad, etc., cuestiones que deben plantearse y discutirse en el campo filosófico.

Todo lo anterior muestra que la ciencia tiene historia, y que los científicos al pretender proclamar la autonomía de la ciencia, en realidad se movían prejuiciados: su propósito ocultaba el deseo de alcanzar un saber exclusivo de tipo racionalista; es decir, un saber que fuera capaz de agotar el conocimiento de la realidad mediante una única ciencia empírica o deductiva -según los casos-, con lo que de paso pretendían suplantar nada menos que toda religión y toda filosofía. Eso ha sido superado y dejado atrás. Es propósito desmesurado, sin fundamento científico, hijo del prejuicio y, quizá, de la mala voluntad contra el debido respeto a la Filosofía, a la Religión y a la Teología.

CIENCIA Y CRISTIANISMO
“La idea de que la obra de Dios es racional y puede ser descrita bajo la forma de leyes universales, hizo posible la investigación científica”. Así lo expresó A. Maurois. Mariano Artigas explica que “sobre todo, el cristianismo de Europa proporcionó una ‘matriz cultural’ que hizo posible que la ciencia misma tuviera sentido y que los científicos encontraran el estímulo imprescindible para su difícil tarea”. (Ver su obra dedicada al tema Ciencia, Razón y Fe, Libros MC, 2 Ed., Madrid, 1985, 187 ps.). Es que la doctrina cristiana sobre las relaciones entre Dios, el hombre y el universo constituye el fundamento teórico de la actitud científica, y la hizo posible.

Recuerda el mencionado Artigas el punto de vista del historiador de la ciencia y físico Stanley L. Jaki sobre esta cuestión: en las culturas antiguas hubo varios intentos de nacimiento de la ciencia experimental que no llegaron a término, por falta de unas convicciones capaces de prestar a la ciencia sus fundamentos filosóficos. Mas esas condiciones se dieron, por mucho tiempo, en la Europa cristiana. De hecho, la base de la ciencia moderna ha sido siempre un realismo metafísico y gnoseológico, el que se encuentra en continuidad con el razonamiento metafísico que lleva hasta Dios.

Es que la ruta de la ciencia experimental es un realismo en el que se admite la racionalidad del mundo, que existe un orden racional de la naturaleza, que tal orden natural puede ser conocido por la inteligencia humana. Este realismo sólo llegó a ser una convicción generalizada cuando, gracias al cristianismo, una cultura entera admitió que el mundo tiene que ser racional por ser obra de un Dios infinitamente inteligente, y que el hombre tiene la capacidad de conocer ese orden racional por estar hecho a imagen y semejanza de Dios.

Es por ello que cabe afirmar la dirección común de la ruta de la ciencia y del conocimiento racional de Dios, como condición que hizo posible el moderno desarrollo científico. A mayor abundamiento, los grandes científicos que crearon la ciencia moderna fueron creyentes convencidos.

Dice Artigas con todo el fundamento histórico de su parte, que “La ciencia experimental moderna no nació a pesar de la teología, sino de su mano”. Y una vez desarrollada, no se opone a ella ni a la fe cristiana: el mismo camino racional que sigue la ciencia es el que, debidamente estudiado y profundizado, conduce al reconocimiento de la existencia de Dios y del alma espiritual humana.

Es oportuno recordar, entonces, que la concepción metafísica central de Kepler era la de la existencia desde la eternidad en la mente de Dios, de ideas arquetípicas, que eran reproducidas, por una parte, en el universo visible y, por otra, en la mente humana. Kepler dejó escritas esas sus convicciones que lo llevaron a hacer la ciencia que hizo. Estuvo persuadido de que el hombre puede conocer las leyes naturales, puesto que Dios quiso que las reconociéramos al crearnos según su propia imagen, de manera que pudiéramos participar en sus mismos pensamientos.

Copérnico tenía las mismas convicciones, como también Galileo y Newton, y las tenían precisamente porque eran cristianos interesados, además, en las cuestiones religiosas y teológicas.

CRISTIANIZAR LA CIENCIA
Para bien de la ciencia y de los científicos y de toda la cultura humana, debe haber colaboración y adecuado influjo de los bienes del cristianismo en la vida y en el modo de saber de todos. Así se recuperan las raíces de esta historia.

Cuando hay distanciamientos entre la ciencia y aquella fe, ello proviene de prejuicios o de doctrinas equivocadas que arbitrariamente pretenden presentarse como científicas sin serlo y que ignoran cómo ocurrieron las cosas. Por ejemplo, el materialismo niega la espiritualidad, y por ende la inmortalidad del alma humana; para ello argumenta que la ciencia no puede comprobarla; pero olvida que el método experimental propio de las ciencias físicas no es apto para estudiar realidades espirituales.

Ocurre que en nombre de la ciencia no falta quien rechaza la creación divina basándose, por ejemplo, en teorías evolucionistas, mas no toma en cuenta que el evolucionismo solo puede intentar explicar transformaciones de los seres ya existentes, pero no puede dar razón de su misma existencia. La ciencia -en realidad las ciencias que, como escribió Bunge, son cerca de dos mil- es un bien admirable para la vida de las personas.

Pero debe tenerse presente que siendo tan valiosa por su fiabilidad, debido a la certeza de sus conocimientos, al éxito de sus aplicaciones y al progreso que alcanzan ambos campos, en todo, fuera de la ciencia experimental también se puede alcanzar y se alcanza la certeza. Ello es así porque hay varias formas de saber. Además, el enfoque propio de la ciencia experimental tiene, como se ha señalado, los límites que dejan fuera de consideración las cuestiones vitales más importantes.

Pensar, por otra parte, que todo lo que circula como ciencia es cierto y está demostrado, es un mito que perjudica a la propia ciencia y lleva al cientificismo que es un error. El error básico de muchos autores consiste en mitificar la ciencia considerándola como el único o principal modelo de todo conocimiento válido, cuando realmente ni lo es ni tiene por qué serlo.

Los caminos hacia la verdad son muchos. La ciencia se refiere a una parte de la realidad. Mas la fe se funda en el testimonio de quienes han visto lo que vale la pena saber para vivir mejor y procurar satisfacer hondas aspiraciones del espíritu.

Es un hecho que la fe ilumina el ámbito de las verdades básicas que pueden alcanzarse mediante la razón y proporciona, además, una perspectiva superior que señala el sentido último del hombre y de la naturaleza. Bien lo supieron y lo vivieron Galileo, Descartes, Kepler, Newton…

El desarrollo integral del científico como persona demanda de él la apertura al sentido total de la existencia. Para su quehacer en cuanto científico las verdades del cristianismo -terreno fecundo en que nació la ciencia- le dan un marco valioso, y para su condición de persona, le orientan hacia los caminos de la trascendencia.

Ciencia y fe juntas en la vida del hombre, sin reduccionismos mutilantes: es lo que necesita el hombre de hoy.

Texto: Dr. Guillermo Malavassi.Costarricense.

Fuentes:
+ información:
- http://arvo.net/fe-y-ciencias/ciencia-y-fe/ gmx-niv90-con10071.htm y http://arvo.net/fe-y-ciencias/gmx-niv90.htm
- www.corazones.org/diccionario/ciencia_fe.htm
- www.conoze.com/index.php?accion=contenido &doc=43

La Fe y la Ciencia : A. Zichichi en Roma

Para nuestros temas sobre la ciencia y la fe, transcribimos una entrevista de ZENIT al físico Antonio Zichichi, presidente de la Federación Mundial de Científicos, quien trabajó en el CERN y descubrió la antimateria nuclear.



La fe y la ciencia, entrevista al físico Antonio Zichichi
domingo 18 de octubre de 2009




El físico Antonino Zichichi comenta la fallida visita del Papa a «La Sapienza»

Presidente de la Federación Mundial de Científicos para la alianza entre fe y ciencia


ROMA, jueves, 31 enero 2008 (ZENIT.org).- El profesor Antonino Zichichi, presidente de la «World Federation of Scientists» (Federación Mundial de Científicos), sostiene que es posible una alianza entre fe y ciencia.

En una entrevista concedida a Zenit, el conocido científico italiano afirma que la oposición a la visita de Benedicto XVI a la Universidad «La Sapienza» de Roma ha sido la manifestación de una cultura «prearistotélica».

Zichichi trabajó en el campo de la física subnuclear (física de partículas) en los laboratorios Fermilab de Chicago, Estados Unidos, y en la Organización Europea para la Investigación Nuclear (CERN) de Ginebra, Suiza.

Entre sus numerosos descubrimientos destaca la antimateria nuclear.

En 1962, fundó en Erice, en su Sicilia natal, el Centro «Ettore Majorana» de cultura científica.

Ha sido presidente de la Sociedad Europea de Física, del Instituto Italiano de Física Nuclear, presidente del Comité de la OTAN para las tecnologías de desarme (nuclear, químico, bacteriológico y convencional).

Actualmente es profesor emérito de Física Superior en la Universidad de Bolonia.

Hablando de la relación entre razón y fe, tema afrontado por Benedicto XVI en su intervención en la Audiencia General de este miércoles, el profesor Zichichi recuerda que los resultados logrados por la ciencia actual serían impensables sin «ese acto de fe y de humildad intelectual, madurado dentro de la cultura católica con Galileo Galilei».

--¿Qué es para usted la razón?

--Zichichi: Nosotros somos la única forma de materia viviente a la que le ha sido dado el privilegio de la razón; y gracias a la razón la forma de materia viviente a la que pertenecemos ha podido descubrir el lenguaje, la lógica y la ciencia.

Existen centenares de miles de formas de materia viva, vegetal y animal, pero ninguna de ellas supo descubrir la memoria colectiva permanente --mejor conocida como lenguaje escrito-- ni las formas de lógica rigurosa como la matemática o la ciencia que, entre todas las lógicas posibles, es la que eligió el Creador para hacer el Universo, tal como podemos verlo y estudiarlo, y a nosotros mismos.

Una lógica que nos ha permitido estudiar y comprender pero que nadie será nunca capaz de alterar. Sin la razón, no habríamos podido descubrir la ciencia, esta extraordinaria aventura intelectual, iniciada hace sólo 400 años con Galileo Galilei y las primeras Leyes fundamentales de la naturaleza descubiertas por él.

Galileo las llamaba «huellas del Creador», huellas que podían incluso no existir. En cambio, él estaba convencido de que existían y de que estaban presentes tanto en las estrellas como en la materia «vulgar», como las piedras, en las que en aquel tiempo todos estaban convencidos de que no era posible encontrar verdades fundamentales. Precisamente estudiando las piedras Galileo empezó a buscar aquellas huellas, por un acto de fe en el Creador.

Un acto de fe y de humildad que nos ha permitido llegar hoy, en sólo cuatro siglos, a concebir la existencia del «supermundo»: la más alta cima de los conocimientos científicos galileanos, por tanto del saber riguroso, respecto a lo inmanente. Las fronteras mismas del supermundo confirman lo que decía antes, es decir que somos la única forma de materia viviente dotada de razón.

--Se han atribuido al Papa falsas declaraciones de condena respecto a Galileo Galilei, luego desmentidas. ¿Cuál cree que es el pensamiento de Benedicto XVI sobre Galileo?

--Zichichi: Para Benedicto XVI, la razón está en el centro de la cultura de nuestro tiempo. Su pensamiento sobre Galileo ha sido alterado, extrapolando una cita de Feyerabend (que declaraba justa la condena de Galilei), perteneciente a un discurso que en realidad tenía como objetivo mantener la tesis opuesta. Y justo en Galileo el Papa ve una unión entre ciencia y fe.

El 6 de abril de 2006, a la pregunta de un joven que participaba en la Plaza de San Pedro en un encuentro de preparación a la Jornada Mundial de la Juventud, Benedicto XVI respondió que «el gran Galileo» consideraba que la Naturaleza y la Biblia eran dos libros escritos por el mismo Autor. El libro de la Naturaleza, escrito en lengua matemática, porque para construir el Universo es necesario el rigor de la matemática; la Biblia, siendo palabra de Dios, tenía que ser escrita en cambio en un lenguaje sencillo y accesible a todos, como deben ser los valores de nuestra existencia, que es una simbiosis de la esfera inmanente y de la esfera trascendental.

--¿Qué es la ciencia?

--Zichichi: La ciencia, nos recuerda Benedicto XVI nace del acto galileano de humildad intelectual: Aquél que ha hecho el mundo es más inteligente que todos nosotros, científicos, filósofos, artistas, matemáticos, sin excluir a nadie. Para conocer la lógica que eligió el Creador para crear el mundo y a nosotros mismos, sólo hay una posibilidad: hacerle preguntas de modo riguroso. Este es el significado de «experimento de cuño galileano» y de aquí nace la ciencia galileana, que exige rigor y reproducibilidad.

Si yo en 1965 hubiera podido demostrar la existencia de la antimateria nuclear sólo con papel y pluma y usando el rigor de la matemática, no habría necesitado hacer un experimento sumamente difícil, para el que fue necesario inventar un circuito electrónico especial que midiera el tiempo de vuelo de las partículas subnuclares, con una precisión hasta entonces nunca obtenida: fracciones de nanosegundos (una mil millonésima parte de un segundo).

Para hacer un descubrimiento científico es por tanto necesario rendirse a la superioridad intelectual del Creador de todas las cosas visibles e invisibles, y realizar un experimento. Es lo que sucedió con la antimateria nuclear y con muchos otros descubrimientos.

Cada descubrimiento fue obtenido siempre tras un experimento que exigió al menos una invención tecnológica, como por ejemplo el más potente detector de neutrones, que ha permitido descubrir una formidable propiedad del universo subnuclear. No es una propiedad banal de las estructuras subnucleares, sino el resultado de las leyes que gobiernan el universo cuya regularidad y cuyas leyes ningún filósofo, lógico matemático, pensador, nadie, supo prever.

Si fuera suficiente el rigor de la lógica matemática para comprender cómo está estructurado el universo subnuclear, no necesitaríamos construir estructuras complejas y gigantescas como la nueva máquina que entrará en funcionamiento a finales de este año en el CERN de Ginebra: una pista magnética de 27 kilómetros, con una cantidad enorme de detectores, algo hasta ahora nunca realizado, para encontrar respuesta a la pregunta: «¿Cómo era el universo un décimo de nanosegundo después del Big Bang»?

--Usted habla a menudo de la necesidad de humildad intelectual en la investigación científica...

--Zichichi: Si no hubiera sido por el acto de humildad intelectual del padre de la ciencia moderna, Galileo, habríamos permanecido detenidos, quién sabe por cuantos siglos todavía, en lo que pensaban nuestros antepasados: basta ser inteligentes para comprender cómo está hecho el mundo.

Durante diez mil años, desde el alba de la civilización hasta el siglo XVI, todas las culturas creyeron ilusoriamente saber descifrar el Libro de la naturaleza sin hacer nunca una sola pregunta a su Autor. He aquí por qué a ninguna cultura le tocó el privilegio de descubrir ninguna ley fundamental de la naturaleza.

Hoy, la ciencia ha llegado al umbral del supermundo por aquel acto de fe y de humildad intelectual, madurado en el corazón de la cultura católica con Galileo, que Juan Pablo II, el 30 de marzo de 1979, en el Vaticano, estando presentes representantes de los físicos de toda Europa, definió hijo legítimo y predilecto de la Iglesia Católica.

Con su coraje intelectual y espiritual, Juan Pablo II trajo de nuevo a casa por fin los tesoros de la ciencia galileana, que son auténticas conquistas de la cultura católica. Y Benedicto XVI es hoy el máximo custodio de estos tesoros en la continuidad cultural de su apostolado con el de Juan Pablo II.

--¿Esto se conecta con la alianza entre ciencia y fe que usted ha mantenido siempre?

--Zichichi: El papa Juan Pablo II, abriendo las puertas de la Iglesia Católica a la ciencia galileana, dio vida a esta gran alianza entre fe y ciencia. Una alianza de la que es prueba la frase «ciencia y fe son ambas dones de Dios», grabada sobre hierro y expuesta a los científicos de todo el mundo en el Centro de cultura científica «Ettore Majorana», en Erice.

La cultura de nuestro tiempo se dice moderna pero de hecho es prearistotélica, como lo prueba esa carta que firmaron 67 personas que hoy se han convertido --según me han dicho-- en muchos miles.

Sin embargo, Enrico Fermi enseña que la ciencia está fundada en la meritocracia y no en el número de quienes firman una presunta verdad. No se pueden someter a votación las «Fuerzas de Fermi» o la ecuación de Dirac. Ni las leyes que seguimos descubriendo en el universo subnuclear. La democracia está bien para la política, no para las verdades científicas. Si viviéramos --como pretende la cultura dominante atea-- en la era de la ciencia, esa carta no hubiera tenido una sola firma: nunca habría sido escrita. Las raíces de esa carta están en la cultura de nuestro tiempo que --como decía antes-- se dice moderna, mientras que de hecho es prearistotélica. En efecto, ni la lógica rigurosa ni la ciencia han entrado todavía en el corazón de esta cultura que --como ha escrito el papa Benedicto XVI en el discurso preparado para la visita a «La Sapienza»-- «obliga a la razón a permanecer sorda al gran mensaje que viene de la fe cristiana y de su sabiduría. Comportándose así, esta cultura no permite que las raíces de la razón penetren hasta los manantiales que alimentaban su savia vital».

La síntesis más hermosa del pensamiento del papa Benedicto XVI está grabada en la cúpula de la basílica de Santa María de los Ángeles y de los Mártires en Roma, en la que hay otra famosa frase de Juan Pablo II: «La ciencia tiene raíces en lo inmanente pero lleva al hombre hacia lo trascendente». Negar a Benedicto XVI el derecho de llevar a los jóvenes el mensaje de la gran alianza entre fe y ciencia ha sido un acto de obscurantismo, no de laicidad.

Por Paolo Centofanti, traducido del italiano por Nieves San Martín

miércoles, 30 de septiembre de 2009

Post-human Earth: How the planet will recover from us

Post-human Earth: How the planet will recover from us

* 30 September 2009 by Bob Holmes Magazine issue 2728 New Scientist.



WHEN Nobel prize-winning atmospheric chemist Paul Crutzen coined the word Anthropocene around 10 years ago, he gave birth to a powerful idea: that human activity is now affecting the Earth so profoundly that we are entering a new geological epoch.

The Anthropocene has yet to be accepted as a geological time period, but if it is, it may turn out to be the shortest - and the last. It is not hard to imagine the epoch ending just a few hundred years after it started, in an orgy of global warming and overconsumption.

Let's suppose that happens. Humanity's ever-expanding footprint on the natural world leads, in two or three hundred years, to ecological collapse and a mass extinction. Without fossil fuels to support agriculture, humanity would be in trouble. "A lot of things have to die, and a lot of those things are going to be people," says Tony Barnosky, a palaeontologist at the University of California, Berkeley. In this most pessimistic of scenarios, society would collapse, leaving just a few hundred thousand eking out a meagre existence in a new Stone Age.

Whether our species would survive is hard to predict, but what of the fate of the Earth itself? It is often said that when we talk about "saving the planet" we are really talking about saving ourselves: the planet will be just fine without us. But would it? Or would an end-Anthropocene cataclysm damage it so badly that it becomes a sterile wasteland?

The only way to know is to look back into our planet's past. Neither abrupt global warming nor mass extinction are unique to the present day. The Earth has been here before. So what can we expect this time?

Take greenhouse warming. Climatologists' biggest worry is the possibility that global warming could push the Earth past two tipping points that would make things dramatically worse. The first would be the thawing of carbon-rich peat locked in permafrost. As the Arctic warms, the peat could decompose and release trillions of tonnes of carbon into the atmosphere - perhaps exceeding the 3 trillion tonnes that humans could conceivably emit from fossil fuels. The second is the release of methane stored as hydrate in cold, deep ocean sediments. As the oceans warm and the methane - itself a potent greenhouse gas - enters the atmosphere, it contributes to still more warming and thus accelerates the breakdown of hydrates in a vicious circle.

"If we were to blow all the fossil fuels into the atmosphere, temperatures would go up to the point where both of these reservoirs of carbon would be released," says oceanographer David Archer of the University of Chicago. No one knows how catastrophic the resulting warming might be.

That's why climatologists are looking with increasing interest at a time 55 million years ago called the Palaeocene-Eocene thermal maximum, when temperatures rose by up to 9 °C in a few thousand years - roughly equivalent to the direst forecasts for present-day warming. "It's the most recent time when there was a really rapid warming," says Peter Wilf, a palaeobotanist at Pennsylvania State University in University Park. "And because it was fairly recent, there are a lot of rocks still around that record the event."

By measuring ocean sediments deposited during the thermal maximum, geochemist James Zachos of the University of California, Santa Cruz, has found that the warming coincided with a huge spike in atmospheric CO2. Between 5 and 9 trillion tonnes of carbon entered the atmosphere in no more than 20,000 years (Nature, vol 432, p 495). Where could such a huge amount have come from?

Volcanic activity cannot account for the carbon spike, Zachos says. Instead, he blames peat decomposition, which would have happened not from melting permafrost - it was too warm for permafrost - but through climatic drying. The fossil record of plants from this time testifies to just such a drying episode.
Carbon spike

If Zachos and colleagues are right, then 55 million years ago Earth passed through a carbon crisis very much like the one feared today: a sudden spike in CO2, followed by a runaway release of yet more greenhouse gases. What happened next may give us a glimpse of what to expect if our current crisis hits full force.

Geochemists have long known that when a pulse of CO2 enters the air, much of it quickly dissolves in the upper layer of the ocean before gradually dispersing through deeper waters. Within a few centuries, an equilibrium is reached, with about 85 per cent of the CO2 dissolved in the oceans and 15 per cent in the atmosphere. This CO2 persists for tens or hundreds of thousands of years - what Archer believes will be the "long tail" of the Anthropocene. Until recently, though, climate modellers were a bit fuzzy on what this tail would look like.

"Until we had some case studies from the past, there was always some degree of uncertainty in the models," says Zachos. His studies are beginning to clear up these doubts. Carbonate rocks laid down on the sea floor during the carbon spike, for example, reveal that the oceans quickly became very acidic (Science, vol 308, p 1611). But this extreme acidification lasted just 10,000 or 20,000 years, barely a blink of an eye by geological standards, after which the oceans returned to near-normal conditions for the next 150,000 years. Even the stores of peat and methane hydrates must have regenerated within 2 million years, Zachos says, because at that time the planet underwent another, smaller carbon crisis, which must also have involved peat or methane hydrates. That suggests that the long tail of the Anthropocene is unlikely to last longer than 2 million years - still not long at all by geological standards.

However, today's carbon spike differs from that of the late Palaeocene in one important way: our planet is much cooler than it was back then, so warming is likely to have a more profound effect. During the late Palaeocene, the world was warm and largely ice-free. Now we have bright, shiny ice caps which reflect sunlight back into space. These will melt, giving way to dark, energy-absorbing rock and soil. And with all that meltwater, sea levels will rise and permafrost will thaw more rapidly, boosting warming still further.

This extra nudge could conceivably tip the Earth out of its present cycle of glacials and interglacials and return it to an older, warmer state. "The Earth was ice-free for many millions of years. The current ice ages started only about 35 million years ago, so we might kick ourselves out of that," says Pieter Tans, an atmospheric scientist at the US National Oceanic and Atmospheric Administration in Boulder, Colorado. Even so, the newly ice-free world would merely be reverting to a familiar state. On this reading of the evidence, even the most drastic climate catastrophe would have little chance of pushing the Earth's physical systems into uncharted territory.

Not so, says James Hansen, director of NASA's Goddard Institute for Space Studies. He argues that past episodes are a poor guide to what will happen in the future, for the simple reason that the sun is brighter now than it was then. Add that to the mix and the release of methane hydrates could lead to catastrophic, unstoppable global warming - a so-called "Venus syndrome" (PDF) that causes the oceans to boil away and dooms the Earth to the fate of its broiling neighbour.

So much for the Earth itself - what of life? If Hansen is right, Earth is heading for sterility. But if the lesser scenario plays out instead, it's a very different story.

Conservation biologists say we may already be in the midst of an extinction event that could potentially turn into one of the greatest mass extinctions ever - one that would alter the trajectory of evolution.

Oddly enough, the climatic turmoil of the thermal maximum led to very little loss of biodiversity. "Nobody has ever picked the Palaeocene-Eocene boundary as a major extinction interval. It's not even in the second tier," says Scott Wing, a palaeobotanist at the Smithsonian Institution in Washington DC. Instead, the fossil record shows that species simply migrated, following their preferred climate across the globe.

Today, of course, that is often not possible because roads, cities and fields have fragmented so many natural habitats. Polar and alpine species may find their habitat vanishes entirely, and this is not to mention all the other ways people imperil species.

"We're a perfect storm as far as biodiversity is concerned," says David Jablonski, a palaeontologist at the University of Chicago. "We're not just overhunting and overfishing. We're not just changing the chemistry of the atmosphere and acidifying the oceans. We're not just taking the large-bodied animals. We're doing all this stuff simultaneously." Even so, Jablonski thinks humans are unlikely to be capable of causing an extinction comparable to the one at the end of the Permian, 251 million years ago, when an estimated 96 per cent of all marine species and 70 per cent of terrestrial ones bit the dust.

Whether the Anthropocene mass extinction eventually ranks with the Permian or with lesser ones, it would still reshuffle the evolutionary deck. Once again, the past gives us some idea of what we could expect.

The fossil record tells us that every mass extinction plays out differently, because each has its own unique causes. However, there is one common factor: the species at greatest risk are those with the narrowest geographic ranges. Jablonski's studies of fossil marine snails show that species with planktonic larvae - which disperse widely - fare better than species with a more restricted distribution (Science, vol 279, p 1327).
Cockroach world

Add to that massive habitat disturbances, says Jablonski, and a picture emerges of life after the Anthropocene extinction. Small body sizes, fast reproductive rates and an ability to exploit disturbed habitats will all prove advantageous. "It's a rats, weeds and cockroaches kind of world," says Jablonski.

The wave of extinctions is likely to sweep through species in a fairly predictable way. "First we would probably lose the species that are already endangered, then it would work its way down," says Barnosky. "Eventually it would hit some of the species that we don't consider at risk today - for example, many of the African herbivores that today seem to have healthy populations."

However, predictions about the fate of any particular species are almost impossible, as luck will also play a role. The survivors will probably be a more-or-less random selection of weedy plants and opportunistic animals, notes Doug Erwin, a palaeobiologist at the Smithsonian Institution.

If the Anthropocene does end with a mass extinction, the fossil record tells us a lot about what the recovery might look like. Whether the news is good or bad depends on your perspective. "Recoveries from mass extinctions are geologically rapid, but from a human point of view grindingly long. We're talking millions of years," says Jablonski.
Recoveries from mass extinctions are geologically rapid, but from a human point of view grindingly long. We're talking about millions of years

Immediately after a mass extinction, the fossil evidence suggests that ecosystems go into a state of shock for several million years. For many millions of years after the Permian extinction, for example, marine environments the world over were dominated by the same 25 or 30 species. "It's pretty boring," says Erwin.

Something similar happened on land after the Cretaceous extinction. Pre-extinction plant fossils from western North America testify to flourishing ecosystems, with a variety of insects feeding on a wide assortment of plants. After the extinction, though, both plant and insect diversity drops dramatically, with some insect feeding methods vanishing almost completely.

After that, confusion reigns for 10 million years. There are fossil assemblages with only a few insects and plants, ones with many insects but few plants, others with many plants but few insects - just about everything except what ecologists would call "normal" (Science, vol 313, p 1112). "At no time did we have what I would call a healthy ecosystem, with diverse insects feeding on diverse plants," says Wilf. All the while biodiversity remains low, with few new species evolving. "You're just trying to hang on," says Erwin.

A study of marine fossil diversity bears this out. Nearly a decade ago, James Kirchner of the University of California, Berkeley, and Anne Weil of Duke University in Durham, North Carolina, took a database of all known marine fossils and used it to work out how closely peaks of speciation follow peaks of extinction (Nature, vol 404, p 177). "We went into this thinking, like everybody else, that when you have an extinction, you begin repopulating almost immediately," says Kirchner, now at the Swiss Federal Institute for Forest, Snow and Landscape Research in Birmensdorf. Instead, they found that speciation peaks lagged about 10 million years behind extinction peaks. "We pretty much fell out of our chairs," he says.

In fact, for the first few million years after an extinction the speciation rate actually falls. "That suggests to us a sort of wounded biosphere. Extinction events don't just remove organisms from an ecosystem, leaving lots of opportunity for new species to diversify. Instead, what we think happens is that the niches themselves collapse, so you won't have new organisms emerging to occupy them. The niches themselves don't exist any more," says Kirchner.

Eventually, though, evolution wins the day, and after a few tens of millions of years biodiversity rebounds. Sometimes, as after the Ordovician mass extinction 440 million years ago, the new regime looks a lot like the old one. But more often a new world emerges. "You're not re-establishing the old chessboard, you're designing a whole new game," says Erwin.

In the Permian, the oceans were dominated by filter-feeding animals such as brachiopods and sea lilies, which lived their whole lives attached to the bottom. Predators were rare. All that changed after the extinction, leaving a more dynamic and richer ecosystem. "From my point of view, the end-Permian mass extinction was the best thing that ever happened to life," says Erwin.

In a perverse way, then, the bottom line is an encouraging one. Even if we manage to overpopulate and overconsume ourselves back to the Stone Age, the Earth will probably survive. Life will go on. By the time the long tail of the Anthropocene is over, what little was left of humanity will probably be gone. A new geological age will dawn. Shame there won't be anybody around to give it a name.

Bob Holmes is a consultant for New Scientist based in Edmonton, Canada

Source: New Scientist