miércoles, 2 de enero de 2013


A 50 años de las Revoluciones Científicas de Kuhn

Referencia: RedOrbit.com .
Por Jedidiah Becker, 1 de enero 2013

Si bien 2012 fue un año de hitos para la ciencia, un acontecimiento de excepcional importancia, pasó casi desapercibido para la mayoría de los observadores científicos: el 50 aniversario de uno de los libros más influyentes y revolucionarios de la ciencia, y del que probablemente nunca has oído hablar.

En 1962, la University of Chicago Press, acababa de publicar más de mil ejemplares de un pequeño libro titulado “La estructura de las revoluciones científicas”, escrito por un relativamente joven y desconocido académico llamado Thomas Kuhn. Formado como físico en la Universidad de Harvard, Kuhn enseñó en la universidad de Ivy League durante varios años, antes de tomar posesión permanente en la Universidad de California, en Berkeley.

Mientras trabajaba como profesor en Harvard a finales de 1950, el presidente de la Universidad, James B. Conant, recién acababa de lanzar un nuevo programa que requería que todos los estudiantes universitarios tomaran por lo menos un curso de ciencia general. Conant sostenía la nueva noción de que toda persona educada en una sociedad moderna debería tener al menos un entendimiento básico de las ciencias, una idea que fue finalmente aprobada por prácticamente todas las universidades del país. Hoy en día, tanto los colegios como universidades de élite requieren que incluso los estudiantes de cine y de arte tengan por lo menos unas nociones básicas de biología.

En 1956, Conant pidió a Kuhn que enseñara uno de estos cursos de ciencia general para estudiantes no científicos, y Kuhn aceptó. Y mientras los profesores de hoy día a menudo se burlan de la enseñanza de estos cursos introductorios básicos, Kuhn aprovechó la oportunidad para ahondar en la historia de la ciencia, se centró en gran medida en los estudios de los primeros científicos y en las teorías científicas. Al preparar el plan de estudios para la clase, Kuhn se topó con los escritos de un tan afamado como improbable pensador científico, un encuentro que no sólo cambió la trayectoria de su carrera sino que con el tiempo cambiaría las bases del mundo de la ciencia moderna.

Este antiguo científico fue Aristóteles, y en tanto leía su tratado de física, se le ocurrió un pensamiento sorprendente: Mientras Aristóteles reflexionaba sobre la política, la ética y la lógica era brillantemente perspicaz, y conseguía ser relevante incluso para nosotros hoy día, pero sus escritos sobre las ciencias físicas le hacían parecer como un completo idiota para los estándares modernos.


Al reflexionar sobre este tiempo de crisis y perplejidad años más tarde, Kuhn escribió: "Descubrí rápidamente que Aristóteles no sabía prácticamente nada de mecánica ... Me pareció molesto, porque conforme estaba leyendo, Aristóteles parecía no sólo ignorante de la mecánica, sino también un científico físico terriblemente malo. Acerca de movimiento, en particular, sus escritos me parecieron lleno de graves errores, tanto de lógica como de observación. "Y sin embargo, destaca como uno de los pilares de hace más de dos milenios de pensamiento occidental, donde el genio extraño y deslumbrante de Aristóteles era incuestionable.

Esta paradoja desató un bombardeo de preguntas que comenzaron a fastidiar a Kuhn: "¿Cómo el talento tan característico para la sistematización de Aristóteles pudo abandonarle cuando atendía al estudio del movimiento y la mecánica? Y análogamente, si tanto le había abandonado su talento, ¿por qué sus escritos de física fueron tomados tan en serio durante tantos siglos después de su muerte? Estas preguntas me sorprendieron. Podía creer que Aristóteles hubiese tropezado, pero no que, al entrar en la física, se estrellara completamente."

No obstante, casi tan pronto como Kuhn se planteaba estas preguntas, unas respuestas empezaron a cristalizar en su mente.

De lo que Kuhn se dio cuenta –y más tarde se convirtió en el núcleo de su revolucionario pequeño libro de ciencia–, es que no se puede comprender de verdad la ciencia aristotélica, o cualquier otro pensamiento histórico científico, viéndolo a través de la lente "moderna" del conocimiento científico. En cambio, si queremos entender la idea de los pre-modernos científicos, como fueron Aristóteles, Francis Bacon o Descartes René, debemos examinar primero las tradiciones intelectuales y el marco dentro del cual estos científicos se movían, respiraban y vivían.

Uno de los ejemplos más famosos y accesibles de esta idea, señalaba Kuhn, era que el simple concepto de "movimiento" tenía connotaciones muy distintas en la lengua griega que en la cultura actual, digamos que, en el inglés moderno. Para Aristóteles, el "movimiento" estaba entrelazado inseparablemente con la noción de "cambio" en general, una distinción semántica aparentemente simple que, sin embargo, afectaba profundamente a la forma en que este emblemático filósofo era capaz de pensar en los objetos que se mueven en el espacio.

Con esta visión crucial en mente, Kuhn comenzó a estudiar el pensamiento científico en su contexto histórico y filosófico. Desde la antigüedad, pasando por la Edad Media y la Ilustración, todo el camino hasta llegar al siglo XX; Kuhn exploró los escritos de científicos tan diversos como Ptolomeo, Copérnico, Newton, Coulomb, Faraday y Planck, así como sus contemporáneos y colegas menos conocidos. Lo que fue surgiendo de sus estudios fue una perspectiva de aquello que comúnmente se llama "progreso científico", que difería radicalmente de la mantenida por la mayoría de los científicos y filósofos de la época.

El avance de la ciencia ha sido  considerado durante mucho tiempo como una acumulación gradual de conocimientos y de comprensión acerca de cómo funciona nuestro mundo. Blandiendo un tesoro de datos históricos y una visión sociológica entusiasta, Kuhn cuestionó esta idea y afirmó que, el progreso científico es en realidad el producto de sucesivas revoluciones contra los paradigmas científicos aceptados, eran erupciones periódicas y discordantes de destrucción creativa en las que la forma errónea de ver el mundo quedaba de pronto desacreditada y abandonada, mientras los científicos se apresuraban a reemplazarla con una imagen nueva y más exacta de la realidad. Desde esta perspectiva, el progreso científico no es una marcha constante hacia las verdades absolutas acerca de nuestro universo, sino más bien una serie de pasos que lo distanciaban de las explicaciones menos precisas de cómo funciona la naturaleza.

Esta sinopsis del argumento penetrante y sutil de Kuhn, baste decir, su opus magnum (que él modestamente calificó como un "esbozo"), que se enfocaba y aplicaba al progreso científico, alteraba de manera sustancial la forma en que los científicos modernos consideran su profesión. Aunque se trate de un trabajo muy cerebral y estimulante para leer, estas 172 páginas de reflexión han vendido más de 1,4 millones de copias hasta la fecha, siendo uno de los libros académicos más referenciados de todos los tiempos. En resumen, “La estructura de las revoluciones científicas” es a la academia lo que ‘Avatar’ es a la taquilla internacional, o lo que Adam Smith, con su “La riqueza de las naciones” es al estudio de la economía.

Kuhn no sólo popularizó como nadie los términos de "cambio de paradigma" y "ciencia convencional", también incidió en la conciencia colectiva de la ciencia y la obligó a ser más consciente de sí misma y autocrítica. De alguna manera, desinfló un poco el triunfalismo de la ciencia moderna, a cambio de inyectar una buena dosis de prudencia y sobriedad. Durante medio siglo, su obra ha servido para recordar a los investigadores científicos de todas las disciplinas que, si bien hoy pueden estar en la vanguardia de la ciencia, su comprensión del mundo podría incluso provocar las risas de los niños en las escuelas del mañana.


- Imagen 1) Thomas Kuhn. Imagen 2) Aristóteles dando clases a Alejandro Magno  Imagen 3) Universum, Flammarion, grabado, París (1888); versión coloreada de Hugo Heikenwaelder, Viena (1998), en Wikipedia.

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