viernes, 6 de julio de 2012



La fe del escéptico y la partícula divina

«Si un hallazgo nos hace pensar que somos capaces de explicarnos sin incertidumbre, estaremos equivocados» 



Una reciente encuesta realizada entre miembros de la Asociación Americana para el Avance de las Ciencias arrojó que cerca del 51 por ciento de los investigadores  consultados creía en algún tipo de divinidad. Curiosamente, el dato no ha variado mucho desde principios del siglo XX, cuando comenzó a realizarse este tipo de escrutinios con regularidad. En la comunidad científica, el número de creyentes es considerablemente menor que entre la población general y, aun así, no es pequeño. Lo que posiblemente diferencie a esos hombres y mujeres del resto de los mortales con convicciones religiosas es que los que se dedican a la ciencia adquieren el compromiso moral de dejar el crucifijo en la puerta del laboratorio antes de ponerse la bata blanca.  Lo que ocurre en el corazón de un acelerador de partículas, en el interior de una placa de Petri o en los alrededores de un radiotelescopio es territorio de la razón y de los hombres.

La ciencia no es un mero compendio de conocimientos. Es una forma de vivir. Un modo único de observar a la naturaleza con escepticismo y espíritu crítico. Es una permanente interrogación al universo entre la esperanza de avanzar en su conocimiento y la fría certeza de que seremos incapaces de conocerlo plenamente. En ese sentido, la actitud científica ante al vida no es patrimonio exclusivo de los científicos. Aquellos que eligieron otras formas de enfrentarse con sus dudas, incluso quienes han optado por entregarse a una vida consagrada, deberían compartir con los físicos, los químicos y los biólogos la misma capacidad de fascinación por los interrogantes del cosmos.

Pocas cosas hay más tristes que observar cómo mentes brillantes en uno u otro terreno patinan soberanamente cuando tratan de enfrentar ciencia y religión. El admiradísimo Richard Dawkins sufragando «autobuses ateos» en Londres; los intentos de más de un prelado de aprovechar el hallazgo del bosón esquivo para argumentar sobre la indiscutible existencia de Dios…

Huérfanos de conocimiento
Vivimos saturados de información pero huérfanos de conocimiento. Y para llegar al conocimiento, el ser humano ha inventado la mejor de las maquinarias posibles: la razón escéptica. Ser escéptico supone aceptar al cosmos tal como es sin imponerle nuestras presunciones intelectuales o emocionales. Y aceptar que asumiremos aquello que nuestra exploración nos vaya revelando sobre él. El escepticismo no es una cualidad de la ciencia. Es una herramienta de la inteligencia. Sería estúpido ser escéptico hacia la religión y no serlo hacia cada nuevo avance de la ciencia. Sea cual sea nuestra posición moral ante la naturaleza de las cosas, todos deberíamos desear una civilización llena de ciudadanos cada vez más educados, cada vez más dotados de conocimiento científico que explique cómo funciona el  mundo que les rodea. El hallazgo del bosón de Higgs es un paso más en ese deseo y debería contentar por igual a creyentes y agnósticos. Pero si algún día un hallazgo de la ciencia nos hace pensar que somos capaces de explicarnos sin incertidumbre, ese día estaremos profundamente equivocados. 

Poco antes de morir, el mismísimo Carl Sagan me confesó su profundo deseo de creer en Dios y su incorruptible oposición intelectual a hacerlo. Su razón rayó tan alto como la de la vieja abuela de Sartre. Aquella de la que el escritor francés dejó escrito que «sólo su escepticismo le impedía ser atea».

El científico olvidado que aportó el nombre de «bosón»
Si preguntas entre la élite científica quién conoce a Satyendra Nath Bose, las respuestas afirmativas serán muy reducidas. Este científico indio trabajó con Albert Einstein en la elaboración de la teoría Condensado de Bose-Einstein, que analiza el estado de agregación de la materia que se da en ciertos materiales a muy bajas temperaturas. Sin embargo, su nombre hoy está muy olvidado tanto en su país de origen como en la familia científica. Aun así,  la India ayer reclamó su lugar en la historia ya que su apellido (Bose) es el que da nombre al «bosón»: «Para la India, la partícula de Dios es tan de Bosón como de Higgs».

Autor: Jorge Alcalde, Director revista Quo

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