24/01/2011 - Documentos
¿Existe Dios? La gran pregunta
A propósito de ‘El gran diseño’ de Stephen Hawking
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Josep Miró i Ardèvol
¿Se puede refutar con una teoría científica bien sustentada la posible existencia de Dios? ¿Es por consiguiente el ateismo una concepción científica del ser humano y del Universo? Esta fue la pretensión del marxismo, para citar el precedente de mayor éxito, hoy hundido en el olvido, y vuelve a ser la afirmación del físico Stephen Hawking, quien junto con el divulgador científico Leonard Mlodinow, han escrito “El Gran Diseño”, que postula la refutación de Dios, argumentando una teoría científica muy concreta. O sea, una mezcla de alta rentabilidad editorial y alto riesgo para la credibilidad científica del autor.
Hawking pretende demostrar sin atisbo de dudas, la inexistencia de Dios, de eliminar la gran pregunta. ¿Lo logra?
Constituye toda una declaración de principios que el físico británico se cargue ya en la primera página, de paso, y sin más, la filosofía, y lo haga sin que despertar la polémica. Pero la supresión de Dios se le resiste, a pesar de ser objeto de todo el libro.
La Teoría “M”.
Para conseguir su propósito, Hawking parte de un buen principio: necesita una teoría que resulte válida en las condiciones especiales que debieron darse en el inicio del todo, el “Big Bang”, y explique lo que le precedió, el punto en el que hasta ahora se detenía la ciencia. Y con este fin utiliza la “Teoría M”, establecida en 1995 por Edward Witten, que combina las cinco teorías de supercuerdas, y la supergravedad, en 10+1 dimensiones. Entramos en el reino de lo supercomplicado, de lo escasamente inteligible. Quedémonos con la idea de que esta concepción tiene como consecuencia necesaria la existencia de incontables Universos paralelos al nuestro, en lugar de uno solo en el que vivimos, dotado de las 3+1 dimensiones que experimentamos (tres espaciales, más el tiempo). La Teoría “M” es un desarrollo especial de la Teoría de Cuerdas que establece que las partículas subatómicas son minúsculas cuerdas que vibran a cierta frecuencia, y esta exigencia de vibración necesita de al menos diez dimensiones. Claro que ya hay teóricos que proponen un mas allá, la Teoría F, donde existirían dos dimensiones del tiempo en lugar de una. La ciencia ficción ya hace años que es incapaz de seguir a la física de frontera.
La presencia de innumerables universos le permite a Hawking razonar contra el argumento antrópico, que sostiene la necesidad del Creador, a causa de los márgenes tan reducidos y precisos que son necesarios en las leyes que rigen el Cosmos, sistema solar, y la Tierra, para que pueda existir la vida humana.
Hawking postula que el Universo es un descomunal objeto cuántico de origen espontáneo, como consecuencia de una fluctuación cuántica, un cambio temporal en la cantidad de energía en un punto del espacio, que engloba todos los estados posibles. Nuestra existencia humana carece de significado porque hay tantos miles de millones de universos que en alguno debían darse las condiciones “tan” especiales que exige nuestra existencia. Los universos –dice- “fueron creados de la nada. Su creación no requiere la intervención de ningún Dios o Ser Sobrenatural sino que la multitud de universos surge naturalmente de la ley física”. La conclusión de Hawking es clara: Dios sobra porque basta la fluctuación cuántica regida por la ley física.
Demasiado endeble para tanta pretensión.
El libro de Hawking no ha recibido una buena crítica de la mayoría de sus colegas. Una de las más disolventes la formuló un viejo compañero suyo (“The Financial Times” 0409), otro crack de la divulgación y científico de primerísimo nivel, Roger Penrose. La causa de la poca acogida de su hipótesis subyace en la base teórica que lo apoya. No es una descalificación por motivos religiosos sino científicos. La Teoría “M” que sustenta la afirmación de Hawking es demasiado débil para el histórico propósito de demostrar la inexistencia de Dios. Se trata de un cuerpo teórico, controvertido por incompleto, carente de consenso científico y de la más mínima prueba empírica, y que a los quince años de su formulación todavía necesita de herramientas matemáticas que simplemente no existen. Resulta tan compleja, que es de difícil comprensión, incluso para los propios especialistas. De hecho, seguir a Hawking exige de una poderosa fe religiosa, más misteriosa que los secretos órficos. Es un ateo que necesita de la fe. Es lo normal.
Con la hipótesis de Hawking, la cuestión sigue en pie. Si las leyes físicas sustituyen a Dios, ¿quién ha creado tales leyes de tal manera que ahora nosotros podemos reconocerlas? Un chimpancé o un delfín viven su vida sin platearse tales cuestiones. El ser humano, es el único que combina la capacidad de construir teorías científicas y reconocer a Dios. ¿Responde tan insólita capacidad y relación a un insólito azar?
La opinión de los científicos.
Sobre la teoría de cuerdas en la que se apoya la Teoría “M”, y que goza de mucha mayor aceptación que esta, Penrose escribe: “Pero la cuestión más importante tiene que ver con el significado físico de estos resultados. ¿Estamos autorizados a inferir del hecho indudable de la teoría de cuerdas que ha proporcionado intuiciones profundas y previamente inesperadas en matemáticas (el subrayado es suyo) también deben ser correcta en física?” (2004/2006; 1233). En otras palabras el sofisticado desarrollo matemático de la física, puede conducir a caminos donde el planteamiento carezca de correspondencia con la realidad, de ahí la necesidad imperiosa de la verificación empírica y la capacidad predictiva, algo que ni por asomo posee la Teoría M.
Erwin Schördinger decía que “si a largo plazo uno no puede explicar a todo el mundo lo que ha estado haciendo, su trabajo carecerá de valor” (1958 /1983; 7). Einstein era más rotundo: “La mayor parte de las ideas fundamentales son esencialmente sencillas, y por regla general comprensibles para todos” (1938; 27). No es el caso de lo que nos propone la teoría que maneja Hawking. Ç
En realidad, la física cuántica que es el ámbito del conocimiento en el que se mueven todas estas cuestiones, resulta científicamente indiferente a la existencia de un Creador. Nombres clave en su concepción y desarrollo afirmaron a Dios empezando por el padre de la teoría y Nobel de física en 1918 Max Plank: ”Dios está al principio de su discurso para el creyente, y en el término del mismo para el físico”. Schöringer, creador de la mecánica ondulatoria, Nobel en 1933, afirma: “La obra maestra más fina está hecha por Dios según los principios de la mecánica cuántica”. Este último tiene un breve y valioso libro editado en español en 1983 “Mente y materia”, que es un alegato del sentido religioso. Recurriendo a Kant y Einstein desarrolla la idea de que mente y mundo pueden ser capaces de presentar otras formas que las observadas, que no podemos captar porque no guardan relación con la noción que tenemos de espacio-tiempo. En el mismo campo de juego científico hay grandes hombres que han sostenido la tesis contraria a la de Hawking.
Dentro de esta otra lectura, la Teoría “M” más que cerrar la dimensión religiosa puede ofrecer un nuevo acercamiento a ella, porque también responde a las palabras de Schöringer sobre cómo la ciencia sirve para “Abrir el camino para creer el sentido religioso, sin tener que habérselas con los resultados estrictos de la experiencia material del mundo. (…) La experiencia produce la convicción de que ella misma no puede sobrevivir a la destrucción del cuerpo, a cuya vida tal y como la entendemos, está inseparablemente ligada. ¿Entonces no hay nada después de la vida? No en la forma espacio-temporal de la experiencia, pero sí en un orden en el que nuestra noción del tiempo y del espacio, de la vida, carece de sentido”. Esta es la idea de eternidad religiosa, de la “vida eterna”. No se trata de la inmortalidad entendida como una sucesión de años, sino de algo muy distinto, la ausencia de tiempo y espacio. Dios es una realidad que existe “fuera” de nuestras dimensiones. Esa es la forma aproximada con la que podemos entender al Creador.
Aunque no se trata de hacer lo mismo que Hawking pero en sentido opuesto. La ciencia no está para demostrar o negar la existencia de Dios, si bien puede constituir una ayuda. Lo que hace el científico es dejar espacio para aquello que no tiene explicación, el misterio, como repite Penrose en las últimas páginas (1389-1398) de esa gran obra que se llama “El camino a la realidad”. Misterio concebido como un estímulo al que se responde no con presunciones ateológicas, sino con aquello que la ciencia sabe dar. Teorías construidas que conduzcan a observaciones contrastadas, ante las que después, en otro plano que ya no será el de la física y las matemáticas, cada cual desempeñe su lectura filosófica o religiosa, si se siente llamado a ello.
Si se comprende no es Dios.
En realidad, la ciencia ha despejado el terreno a la religión al erradicar groseras supersticiones materialistas, pero hay un tipo de pensamiento científico que reproduce el intento de la superstición, que no es otro que el atrapar a Dios dentro de un esquema humano. Definirlo. Y ante esa pretensión se alza la máxima de San Agustín: “Si lo comprendes, entonces no es Dios”. Nada nuevo bajo el sol después de 1600 años. Si consigues delimitarlo, definirlo con tu capacidad humana, “eso” ya no es Dios. Él solo es definible por sí mismo. “Yo soy el que soy“. El teólogo Karl Rahner (2004/2005; 20, 21), subraya lo establecido ya en el Concilio IV de Letrán, en el siglo XIII, utilizando conceptos de nuestra época. “Desde cualquier punto de partida concebible del conocimiento, no se puede afirmar sobre Dios ningún contenido de índole positiva (en el sentido de decir lo que es), sin que se haga notar a la vez una radical inadecuación entre el enunciado y la realidad misma en que se piensa”. O en términos de la época lejana y con la exactitud del latín “quia inter creatorem et creaturam non potest tanta similitudo notari, quin inter eos maior sit dissimilitudo notanda”. Porque no puede afirmarse tanta semejanza entre el Creador y la criatura, sin que haya que afirmarse mayor desemejanza. Hablar de Dios con rigor significa partir de este principio.
Esta limitación de la razón para referirse a Dios que puede herir al orgullo, tampoco resulta tan excepcional. Nadie en el ámbito estrictamente secular está dispuesto a reducir la capacidad humana sólo a aquello que pueda decirnos la ciencia. Se necesitan más dimensiones para comprender la realidad. El arte es una de ellas. ¿Cómo describiremos mejor la experiencia de una bella puesta de sol, con su interpretación en términos de variación de la longitud de onda de radiación, o con la página inspirada del narrador o el poeta? ¿Son acaso los cálculos de resistencia de las columnas centrales de la Sagrada Familia los que nos transmiten su deslumbrante belleza? La experiencia religiosa, como la búsqueda de significado en el arte, son formas humanas profundas de percibir otras dimensiones de la realidad. Su código, su formalización, es distinta al de un planteamiento matemático, pero igualmente necesario para comprender el mundo del que nuestras vidas forman parte inseparable. Como escribe Penrose en sus líneas finales de “El Camino a la Realidad”: “Hay otras cuestiones profundamente misteriosas de las que tenemos poca comprensión. Es muy probable que el siglo XXI revele ideas más maravillosas incluso que aquellas con las que nos ha bendecido el siglo XX. Pero para que esto suceda necesitaremos nuevas y poderosas ideas que nos lleven en direcciones significativamente diferentes de las que en la actualidad se están siguiendo. Quizás lo que necesitemos sea algún cambio sutil de perspectiva (…) algo que todos hemos pasado por alto”. Entre las perspectivas que la sociedad de nuestro tiempo ha pasado por alto hay una de grandiosa. La idea de Dios.
II.
El “Gran Diseño” exige una actitud religiosa.
El planteamiento de “El Gran Diseño” exige un acto de fe en un hombre, en un momento determinado de la ciencia y en una teoría muy incierta. ¿Posee rigor la pretensión de acotar el infinito inefable de Dios, cuando ni siquiera sabemos si las matemáticas existen con independencia de nosotros, o son sólo fruto de la mente humana? Pensar que Dios no existe a causa de que no es matemáticamente demostrable cuando en esta situación se encuentran las propias matemáticas, resulta excesivo. La propia idea de axioma matemático es indemostrable, por eso es un axioma. Se considera como tal porque resultan "verdades evidentes", o bien porque puede formularse de una manera bien formada que permite deducir determinadas conclusiones, configurando un todo consistente. La no demostración no es sinónimo de irracionalidad, como a veces se pretende hacer creer, y eso también debe aplicarse a la idea de Dios como respuesta racional a los grandes interrogantes, no sólo sobre el origen y fin del Cosmos, sino del porqué de nuestra existencia personal. Para la construcción de las relaciones humanas y sociales, ¿resulta un mejor axioma, no ya Dios en abstracto, sino Jesucristo, o la idea de Hawking, que nos convierte como individuos, en algo perfectamente innecesario? Sobre este último supuesto ¿qué tipo de sociedad se puede levantar?
En la pretensión de Hawking se da un transfondo crucial para el pensar. Se trata de si se puede aceptar que la formulación de una concepción que nos concierne a todos y que atañe al sentido de la vida, puede ser considerada a pesar de la contradicción que encierra. Por una parte, se fundamenta en la razonabilidad de sus supuestos y conclusiones. Por otra, resulta incomprensible para la casi totalidad de los seres humanos, estando sólo al alcance de unos pocos, y con serias discrepancias entre ellos sobre su significado. Su aceptación necesita de fe, convirtiéndose así, en un acto religioso que impide por inextricable la posibilidad de dar razón de ella. Se puede alegar que esto sucede con otras muchas teorías científicas que están sólo al alcance de los especialistas. Cierto, pero poco tienen que ver con lo que plantea Hawking, porque su mensaje no se dirige a unos expertos sino a todos los seres humanos: Dios no existe, les dice. Su libro está construido para su venta masiva. Una pretensión de esta naturaleza, sólo podría formularse si existieran hechos verificables que la apoyaran, pero tales factores no se dan. Pero incluso en este caso, podríamos continuar discutiéndolo, dada la fugacidad de muchas afirmaciones científicas. Un precedente nos basta para constatarlo. Hasta la segunda mitad del siglo XIX rigió en biología la teoría de la generación espontánea, que afirmaba que la vida podía surgir “espontáneamente” de la materia. Pasteur, el gran químico, la eliminó definitivamente. No fue el primero en cuestionarla pero sí quien la apuntilló. Hoy nadie la toma en consideración pero, con variaciones, gobernó una parte del pensamiento científico desde Aristóteles. Pues bien, la Teoría M. es algo más etérea e inobservada que la generación espontánea. Creo que lo que cuenta Hawking es interesante como apunte filosófico, esa filosofía que se carga en su libro de buen inicio. Es, en definitiva, un ateismo más pero resulta indefendible en su pretensión científica.
Todas estas consideraciones nos conducen a otra reflexión necesaria, en este caso sobre el lenguaje.
La función del lenguaje.
La función del lenguaje es, sobre todo, descriptiva. Este es el punto de vista más extendido desde las aportaciones de Russell y Wittgenstein. El lenguaje dice del mundo, de un hecho, en forma enunciativa, y de su relación con la realidad en el sentido de verdadero o falso. Habermas introdujo más tarde la consideración sobre la función de comunicación del lenguaje, la acción comunicativa, entendida como un hecho específico de la condición humana. El lenguaje es tal cuando sirve para comunicar algo; es decir, cuando transmite una información que da lugar a algún tipo de comunicación mutua, un intercambio de informaciones. Esta concepción forma parte del marco de referencia de la cultura de nuestro tiempo. De ella surge el paradigma del diálogo y el consenso en nuestra sociedad, y se extiende en el ámbito de las ciencias de la naturaleza, en la forma cómo la biología entiende a un organismo, que requiere para su existencia de la capacidad para procesar información.
Sin comunicación no existe posibilidad de comprensión.
La comunicación necesita de un lenguaje, y éste puede adoptar muchas formas, como el que expresa la música. Las formalizaciones matemáticas constituyen un lenguaje altamente preciso dotado de una inigualable capacidad de abstracción y, por consiguiente, de generalización. Y dentro de este reino del conocimiento, no existe una única lengua sino diversas, y en muchos casos intraducibles entre sí.
Lo que se comunica debe guardar relación con la naturaleza del lenguaje empleado para poseer sentido. Si tal condición no se cumple, no existe comunicación ni, por consiguiente, acto humano. Esto es lo que le sucede con la Teoría M. cuando se emplea para usos inapropiados como hace Hawking. El lenguaje sobre Dios nada tiene que ver con el que es propio de la Teoría M, por otra parte pendiente de completar. Dios exige un lenguaje que guarde alguna relación con la experiencia, y la Teoría M. no tiene una forma subjetiva de acceso. Es peor que intentar contestar en español a una carta escrita en chino por alguien que ignore esta lengua.
El lenguaje religioso, y ese es su fundamento, y su gran valor para todos, también para meditar sobre ello, es fruto de una experiencia previa, estrechamente relacionada con dos actos comunicativos muy específicos, la plegaria y la meditación. La experiencia religiosa es siempre una experiencia orante, o meditante, y su validación experimental -ese es el término que debe utilizarse con propiedad-, se fundamenta en una serie de condiciones que determinan la validez, alcance y significado de cada hecho religioso. El primero y arrolladoramente decisivo es que aquella experiencia subjetiva puede transmitirse y ser compartida por otra mucha gente. La religión es, en lo esencial, una experiencia que se comunica a una escala vastísima de seres humanos. Pero hay más:
La validación experimental de la religión.
1. Es inteligible para todos, con independencia de su nivel de conocimientos. Todos pueden entender sus significados fundamentales y dar razón de ello en función de su grado de formación. El hecho religioso, para ser tal, debe ser accesible tanto para el analfabeto como para el físico dedicado a las altas energías, sin pérdida en ningún caso de su significado esencial. Esta condición experimental es imposible en la hipótesis de Hawking.
2. Posee verificación histórica. El hecho religioso, para ser tal en términos experimentales, ha de ser compartido por mucha gente, durante mucho tiempo, y por civilizaciones distintas. ¿Cuánto tiempo? Quizás 1000 años, hasta llegar viva y operante a nuestros días. Es un intervalo suficiente. Sobre todo si se produce la condición de su permanencia en culturas diferentes a las de su origen. Mil años significaría saltar hacia atrás a la Marca Hispánica y al Sacro Imperio, al Imperio Romano en un segundo brinco temporal, al rey David en el tercero, y a la aparición de la escritura cuneiforme y el inicio de las ciudades, más o menos en la época de Bronce, en el cuarto. Una religión que existiera hoy y que hubiera surgido en el periodo Carolingio poseería esta verificación. Claro que la cifra utilizada no tiene un valor literal; se trata sólo de describir la condición de un periodo suficientemente largo de tiempo.
3. Posee una condición de globalidad, que esté extendida por la mayor parte de la Tierra. Debe poseer capacidad para una inculturización simultánea muy diversa.
4. Posee una condición de universalidad en el sentido literal del término. Debería poder ser practicada en cualquier lugar del Universo. Por consiguiente, no podría contener como condiciones de cumplimiento obligatorio necesarias para la fe, el acceso a lugares sólo vinculados a una lógica terrestre.
5. Dispone de una teología, es decir, de la capacidad de desarrollar un relato sobre Dios basado en la racionalidad y dotada de una metodología propia. La capacidad de acercarse a la inefabilidad de Dios desde la razón, sin desvirtuarla, y sin encerrarla en una delimitación humana. Jesucristo es en este sentido la expresión más completa de esta posibilidad, causa fundamental de que la teología cristiana sea fuertemente cristocéntrica y la más desarrollada, y con una madurez que se produce ya en las primeras centurias de su existencia. La forma más comprensible y completa de referirse a Dios es partiendo de Jesucristo. Él nos dice cómo es Dios en términos accesibles sin encerrarlo en una definición.
6. Debe afirmarse en la libertad, en el sentido de estar sometido al debate y a la crítica pública, y no restringir la práctica de las distintas religiones.
Una religión que cumpla estas condiciones, posee una verificación que debe ser asumida por la ciencia, y es irracional desdeñarlo. Más cuando estas mismas condiciones no se dan en la negación de Dios.
Y si la religión posee aquella fuerte condición de experiencia, y verificación mucho más duradera que muchas teorías científicas, se necesita mucha prudencia antes de negar su existencia. En definitiva, han cambiado los paradigmas científicos en 2000 años pero no el cristianismo, sin que ello afecte a sus condiciones de racionalidad.
Las cuatro características de la humanidad.
Y esta especificidad humana del sentido religioso existe porque puede existir; es decir, el ser humano posee la capacidad neurobiológica para el rezo, dispone de, digámoslo así, un “espacio” cerebral que se activa sólo con la oración y la meditación profunda.
El ser humano posee cuatro capacidades que le distinguen:
1. La capacidad de construir leyes que explican determinados fenómenos de la realidad observada.
2. La comunicación y, por ello, el lenguaje.
3. El acto moral y, por consiguiente, la capacidad de elección entre lo que se puede y no se puede hacer.
4. La relación con Dios, es decir, la oración, que posee una dimensión específica.
Me he referido ya antes a las dos primeras, basta ahora por tanto referirse a la dimensión moral y a la oración.
La condición humana de ser moral es consecuencia de su naturaleza social, bien establecida como mínimo desde Aristóteles. Esta sociabilidad humana requiere de una condición moral, de una forma compartida de entender el bien y la libertad, de optar sobre su realización, y esa condición moral surge del hecho religioso. Religión y sistema moral siempre están articulados y son dependientes, porque la moral necesita de un determinado estado de la conciencia para ser asumida socialmente, algo que sólo es posible a través de la creencia religiosa. Porque en la historia no existe una sola sociedad sin creencias religiosas que haya tenido un mínimo de estabilidad, que no haya resultado fugaz, y a la vez terriblemente sangrienta para el género humano. ¿Puede darse? En términos de hipótesis quizás, pero es evidente que no como dato histórico. La condición histórica de la moral que a su vez resulta una característica necesaria del ser humano, no existe sin el hecho religioso. Esta relación no existe entre moral y ciencia.
La capacidad para rezar del Hombre, le confiere una singularidad única ligada al orden comunicativo y al conocimiento. El rezo es una fórmula especial de comunicación, la que rige en relación con Dios, que se realiza en un área específica del cerebro. Esta evidencia científica nos conduciría a un debate con pros y contras surgido de la siguiente cuestión. ¿Si Dios no existe, para qué queremos una habilidad cerebral inútil en términos evolutivos?
Fuente:
http://www.forumlibertas.com/frontend/forumlibertas/noticia.php?id_noticia=19102&id_seccion=11
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