viernes, 23 de septiembre de 2011

EL MILAGRO.....

EL MILAGRO........... viernes 23 de septiembre de 2011 Opinión El Milagro CARLOS MARIA PAGANO FERNANDEZ, Doctor en Filosofía. Profesor de la UNSa y la Ucasal Es imposible, conociendo este constitutivo científico- filosófico-teológico, reducir el Milagro a mera superstición. Ricardo Alonso, geólogo, publicó en El Tribuno del 12 del corriente mes, pág. 21, un artículo titulado “El Milagro, entre la razón y la fe”. Además de reducir el Milagro salteño a recuerdos infantiles y otras exterioridades, confunde en su redacción al decir que, cuando sucedieron los terremotos de 1692 en Salta, quedó “el 15 de setiembre como día del Pacto de Fidelidad”, y desde entonces “comenzaron a transcurrir los siglos” (sic). Menos mal que hubo terremotos, penitencia y Pacto para que pudieran “transcurrir los siglos”, pues de lo contrario, ­vaya uno a saber! En la tercera columna habla del sismo de 2010, pero, por extrañas cronologías, observa que “a este le siguieron los (sismos) de 1844, 1863, 1871, 1899, 1908 y 1930”. Para ir al centro de lo discutible del artículo: cuando, desde la muy determinada parcela de compresión de lo real, desde lo comprobable, y no desde todo lo comprobable, como es la geología o, más parcelado aún, desde la geología del autor, se pretende, “saltando la tranquera”, enjuiciar a lo oceánico de lo teologal y de la sabiduría teológica sin la menor experiencia de ello, se puede derivar en intento tan peregrino como querer subir el Lullaillaco por haber llegado a “la cumbre eminente” del San Bernardo. En similar desproporción incurre el artículo de Alonso al desvalorizar desde la geología la propuesta teologal-teológica de don Pedro R. Lira, obispo, a quien, sin embargo, reconoce como “sabio sacerdote, de 96 años de vida”. Si es sabio, y ello no solo por los 96 años, pues se trata de una de las personalidades salteñas más preclaras del siglo XX y lo que va de este, ¿cómo se aventura el autor a desestimar sus propuestas, absolutamente trascendentales e inconmensurables desde el alcance perceptivo tan acotado de su “ciencia”? Ahora bien, con las mismas llamadas “ciencias duras” se puede objetar esta estrechez de perspectiva. En efecto y seguramente, la física es base inexcusable de la geología. Entonces, es bueno recordar al articulista que el físico nuclear Hans-Peter Drr, colaborador del premio Nobel de Física 1932, Werner Karl Heisemberg, y su continuador en la dirección del Max Planck Institut fr Physik, de Múnich, desde 1976 a la muerte de aquel, premio Nobel alternativo 1985, y tan Ciudadano Ilustre de Múnich (2007) como don Pedro R. Lira de Salta (2004), desde su profundización de la materia y de lo cósmico en las partículas y estas en lo cósmico, este físico nuclear dice: “Las partes de los átomos que llamamos partículas elementales pierden, en cierta medida, sus propiedades materiales y queda solo una especie de estructura ilimitada. Por tanto: la materia desaparece, pero la forma, en el sentido de una estructura impresa, permanece. Las formas están expandidas ilimitadamente, de modo que una separación de objetos no es más posible. Todo está relacionado inseparablemente con todo. La realidad es un cosmos, una inmaterial totalidad conformada. [...] Esto significa que el primigenio fundamento de la materia es solo una forma interna o configuración. [...] Podemos también decir: en el fundamento se da solo la referencia (relación “beziehung”), la coligación (la vinculación “verbindung”), religio, connectedness, procesualidad (“prozesshaftigkeit”). [...] Hay algunas palabras que admiten esa apertura. Si hablamos de amor, esto implica en nuestra comprensión no inmediatamente un algo relacionado con otro algo. Tampoco el espíritu tiene márgenes, es ilimitado...”. Hasta acá Drr, y habla del revolucionario descubrimiento de que “en el fondo no tiene más genuina prioridad la materia, sino (los) procesos, (los) cambios”, (Drr, H.- P., Panikkar, Raimon, “Liebe -Urquelle des Kosmos. Ein Gespr„ch ber Naturwissenschaft und Religion” [Ropers, R. R., ed.], Freiburg, Basel, Wien: Herder, 2008, págs. 24 a 125; latín e inglés del texto). Por si esta ilimitación no bastara para poner en su lugar la pretensión de evaluar desde tan limitada óptica lo ilimitado no solo del espíritu, ni siquiera de la materia física misma, fundamento de toda la Madre Tierra, -con más sus zangoloteos sísmicos-, recordemos que ya desde Aristóteles se sabía que no porque no se alcance a determinar las causas de algún acaecer, deja de tenerlas y de acusar a algún superior causante. Además, y sin explayarnos para el caso en las consecuencias de lo afirmado por el estagirita, nos limitamos a referir a Raimon Panikkar con su libro: “La intuición cosmoteándrica. Las tres dimensiones de la realidad”, Madrid: Trotta, 1999, además del diálogo que mantiene este filósofo y teólogo, también doctorado en Química, con el físico nuclear en el texto citado arriba, donde este pensador afirma: “Lo divino, lo humano y lo cósmico -o como se lo llame- constituyen las tres irrenunciables dimensiones que integran la realidad, tanto como sea realidad. Este principio no niega la complejidad de la realidad ni sus graduaciones. Pero ello nos recuerda que las partes son partes que no están por casualidad unas con otras ensambladas, sino que esencialmente están unas con otras asociadas (“verbunden”) a la totalidad. (Se trata de) una realmente inalienable relación triádica que manifiesta, en suma, la constitución de la realidad. Todo lo que existe, cada ser real, representa esa una y trina constitución que se expresa en tres dimensiones [...]. Las relaciones que atraviesan el universo colman el ámbito más interior de cada ser” (ib., pág. 48 y s.). El Milagro no es superstición Es culturalmente imposible, conociendo este constitutivo científico-filosófico-teológico, reducir el Milagro a mera superstición. Esta reducción, quizá sin quererlo, se anida en el trasfondo del artículo de Alonso. La comprensión teológica de un Pablo (Rom. 8, 19-25) habla de esa relacionalidad constitutiva de lo real al unir la fe y la esperanza a la liberación de todo el orbe, incluidos los desajustes sísmicos, y que recomendamos meditar, además de otros textos que indican cómo no son ni los salteños, ni los argentinos, ni los habitantes del mundo los que pueden parar el terremoto, sino Dios conmovido por la fe del o los interrelacionados con El. A ello alude límpidamente el obispo salteño, sin recusar ninguna ciencia. Las ciencias médicas han debido comprobar curaciones milagrosas basadas en la fe, en número tan crecido que ninguna mediana información cultural seria puede desconocer. Ello no significa negar ni oponerse a estas ciencias, todo lo contrario. Además, con solo hablar con médicos experimentados se puede comprobarlo, ya que muy a menudo tienen sus pacientes en postraciones irresolubles, pero que oran y oran e, imprevistamente y sin explicación científica, quedan sanados. Como un caso documentado, entre tantos, se puede citar el del médico y biólogo francés Alexis Carrel, premio Nobel de Medicina 1912, “en reconocimiento a su trabajo acerca de sutura vascular y trasplante de vasos sanguíneos y de órganos”, y que en ese año, agnóstico aún, viajó a Lourdes para certificar científicamente el “no milagro”. Ante los hechos, debió caerse de la mula, a lo San Pablo (Hech. 9, 3 y ss.) y constatar el milagro de la curación (Cfr. Carrel, Alexis, “Viaje a Lourdes. Fragmentos del diario. Meditaciones”. Barcelona: Iberia, 1949). Un real diálogo entre ciencia y fe debe profundizar con baquía estos rumbos, como los signados también por el Manifiesto de Potsdam (2005), suscripto por 131 científicos de los cinco continentes y de las más variadas disciplinas, que recuperan el llamado de Albert Einstein y Bertrand Russel (nada menos) de 1955, de medio siglo antes, y aluden también a la sabiduría “cosmoteándrica” indígena del gran jefe Seattle en su mensaje al presidente de los EEUU en 1855 (Drr, H.-P.; Dahm, J. D., zur Lipper, R., Potsdamer Manifest 2005. “We have to learn to think in a new way” Postdamer Denkschrift 2005, Mnchen: Oekom, 2006, pág. 56). Estos científicos hablan de la “violencia estructural que las estrategias de poder geopolíticas, socioculturales, económicas, de mercado amenazan y destruyen la limitación espacial y material de nuestra tierra” (entre las cuales están las de las megamineras contaminantes que premiaron al Dr. Ricardo Alonso), y que pueden ser superadas por ese diálogo y por ese imperativo ético de cambio de manera de pensar y de actuar (ib., pág. 13). Valga esta corrección de óptica como un aporte a ese diálogo y como un discipular homenaje al “sacerdote sabio”, Pedro R. Lira, obispo emérito que el pasado 21 de setiembre cumplió 73 años de incansablemente pródigo y patriarcal servicio a la comunidad.

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