domingo, 26 de junio de 2011

La Creacion del Universo desde la Fe y la Ciencia

Este articulo fue publicado en 2002 ,presuponiendo la Tierra habria sido capturada por el Sistema Solar -sin precisar el mecanismo- asunto que hoy cobra enorme relevancia cuando la Nasa confirma que :

"Unas minúsculas muestras de materia extraterrestres, átomos solares capturados por una sonda espacial a 1,5 millones de kilómetros de la Tierra, han mostrado que hay sutiles diferencias entre el Sol y los cuerpos como nuestro planeta, la Luna o los meteoritos. Todos ellos "son anómalos al compararlos con la composición de la nube de la que se formó el Sistema Solar", señala el especialista Bernard Marty. "La comprensión de la causa de tal heterogeneidad tendrá un impacto importante en nuestra perspectiva de la formación del Sistema Solar".


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Ilustración de la sonda espacial Génesis que capturó muestras de viento solar a 1.500 millones de kilómetros de la Tierra.- NASA


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La cápsula que trajo a la Tierra las muestras de viento solar de la misión Genesis quedó parcialmente destruida por un fallo del paracaídas, en 2004.- NASA

La noticia en otros webs

Para hacer estas comparaciones mediante análisis en los laboratorios había que salir al espacio a capturar muestras de átomos extraterrestres. Ese fue el objetivo de la misión Genesis de la NASA, cuyos resultados, rodeados de incertidumbre por la accidentada recuperación de las muestras, se presentan ahora en la revista Science. "El Sol tiene más del 99% de la materia del Sistema Solar, así que es una buena idea conocer mejor de qué esta hecho", dice el investigador principal de la misión, Don Burnett (del Instituto Tecnológico de California). Con sus resultados, "se da respuesta a algunas cuestiones importantes y, como en todas las misiones de éxito, se generan muchas más", añade.
La Genesis, de 630 kilogramos, fue lanzada al espacio en 2000 y situada en un punto de equilibro gravitatorio entre el Sol y la Tierra denominado Lagrange 1, a unos 1.500 millones de kilómetros de la Tierra. Allí estuvo 886 días capturando, con unos paneles que desplegó, átomos del viento solar, es decir, partículas cargadas eyectadas por la atmósfera de la estrella. En L1 la sonda estaba muy alejada de los efectos de la atmósfera terrestre y de sus campos magnéticos. Todo fue bien en la misión durante la fase de cosecha y regreso a casa, pero el aterrizaje de la cápsula con las muestras, en 2004, fue demasiado brusco: no se abrió debidamente el paracaídas que tenía que suavizar la caída de dicha cápsula y esta se estrelló en el suelo de Utha (EEUU), donde estaba desplegado todo el dispositivo de recuperación de las partículas del Sol. La misión costó 150 millones de euros.
Los expertos pensaron que parte del botín podía haberse salvado de la contaminación terrestre, pese a que casi todos los colectores de viento solar se habían roto en el impacto en Utha. En concreto, un instrumento diseñado por científicos del Laboratorio Nacional de Los Álamos llevaba unos colectores especiales donde se acumularon partículas de viento solar y se habían salvado. Los análisis de las muestras han permitido medir los contenidos de oxígeno y de nitrógeno que ahora se presentan.
"El colapso gravitatorio de un fragmento de una nube molecular, hace 4.570 millones de años, formó un disco de acreación de gas y de polvo, la nubulosa solar, a partir de la cual se formaron el Sol y los planetas", recuerdan Kevin McKeegan (Universidad de California, Los Ángeles) y sus colegas en Science. La composición de la materia ese disco sería prácticamente homogénea, por lo que los científicos se sorprenden ahora de las diferencias entre el Sol y la Tierra, aunque ligeras, descubiertas con los análisis de la Génesis.
El oxígeno y el nitrógeno son los elementos tercero y sexto, respectivamente, por abundancia en el Sistema Solar, recuerda en Science Robert N. Clayton (Universidad de Chicago). El aire en la Tierra contiene tres tipos de átomos de oxígenos, quese diferencian por el número de neutrones que continente en su núcleo, y aunque casi el 100% del oxígeno del Sistema Solar es O16, también hay pequeñas cantidades de los llamados isótopos O17 y O18.
La pista de las diferencias entre el Sol y los planetas terrestres está en la proporción de esos isótopos: los científicos que han analizado las muestras de Genesis han descubierto que el porcentaje de O16 en la estrella es ligeramente superior que en la Tierra, la Luna y los meteoritos, mientras que el porcentaje de los otros isótopos O17 y O18 es ligeramente inferior. En cuanto al nitrógeno, en el Sistema Solar casi el 100% es N14, pero también hay pequeñas cantidades de N15 y los resultados de esta misión espacial indican que en el Sol hay un poco más de N-14 y menos N-15 que en la Tierra; la composición del nitrógeno en Júpiter es igual a la solar.
"La implicación de estos resultados es que nosotros no nos formamos de los mismos materiales de la nube que dio origen al Sol, pero está por descubrir por qué y cómo", afirma McKeegan (Universidad de California en los Ángeles)..
"Las variaciones de las abundancias de los isótopos estables se han estudiado en muestras del Sistema Solar (de la Tierra, de la Luna y de meteoritos), pero la interpretación de esta información se ha visto frustrada por la falta de conocimiento preciso acerca de las abundancias de isótopos en el material inicial a partir del cual evolucionaron los elementos", señala Clayton. A la vista de los nuevos resultados la conclusión de este experto es que "la Tierra no se hizo de los materiales promedio del Sistema Solar".

Con base en esta novedosa informacion volvemos a publicar - haciendo las modificaciones pertinentes - el articulo original de 2002.

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Génesis

La exactitud científica de los cuatro primeros días de Génesis
(título modificado, texto revisado)

Publicado con el permiso del autor.
Derechos de autor © Jacques Chauveheid. Textos anteriores:
en inglés, San José (Costa Rica), 16 de agosto 2001, ISBN 9977-12-546-5. En español, 6 de marzo 2002, ISBN 9977-12-602-X.

1. INTRODUCCIÓN
Los arqueólogos y historiadores han tenido que basarse gradualmente en el Antiguo Testamento para llevar sus investigaciones a cabo, lo que muestra que la Biblia sustenta disciplinas de carácter científico. Sólo este hecho justifica profundizar la relación entre el texto de Génesis y la física, verificando si el relato de los cuatro primeros 'días' tiene sentido.

Si ciertas autoridades religiosas no aprecian particularmente que 'otros' se metan en el campo de la literatura religiosa, los materialistas simplemente la descartan por su referencia a personajes que califican de ficticios. Situación un poco confusa porque el precepto básico de Génesis consiste en separar la luz de las tinieblas, posición filosófica que caracterizó a los filósofos franceses del siglo XVIII (siglo de las luces), la cual no parece objetada 'por nadie'. Sin embargo, la luz de la verdad no ha podido disminuir de manera significativa la ignorancia científica, porque los grandes teóricos no han podido extraer satisfactoriamente la energía de la materia en base de la ecuación de Einstein E = mc2.

Una anomalía similar se encuentra en las teorías económicas modernas que no han resuelto la contradicción entre el 'capitalismo salvaje' y el concepto aparentemente correcto de 'empresa libre'. El texto de Génesis no resuelve estos problemas pero insiste en la necesidad de liberarse de la oscuridad o ignorancia, al mismo tiempo que formula unas sugerencias para quienes las quieren ver. Como hemos dicho, son muy pocos los que se reclaman de filosofías ateas o religiosas y que tengan a la vez interés en abrir una discusión a partir de elementos considerados como religiosos, aunque en relación creciente a importantes hechos empíricos.

En oposición a tal falta de interés difícilmente entendible, las observaciones recientes de agujeros negros los identifican a una multitud de pequeños 'big bang', según las palabras literales del premio Nobel Ilya Prigogine en una entrevista televisada unos años atrás. Así, un fenómeno de tipo big bang se refiere a la emisión o liberación, a partir de un agujero negro, de energía concentrada y tal vez creada (Nota: 'a partir de' no significa necesariamente 'emitido desde adentro' porque se seguirá la hipótesis, tal vez algo dudosa, según la cual ninguna energía o materia puede salir de un agujero negro - a diferencia de lo imaginado, la ciencia se refiere a lo observado.

Ignorando tales pronunciamientos ligados a la definición teórica de la energía, las elites financieras y políticas, sin formación científica, así como ciertos científicos dependiendo de fuentes de financiación digamos orientadas, persisten en ignorar oficialmente que el problema de la energía es un problema científico, cuando su ausencia de solución significaría, según los expertos, la desaparición aunque progresiva de varios billones de seres humanos. La lucha contra el oscurantismo, ejemplificada por Génesis en términos altamente energéticos (eufemismo), nos recuerda también que todos los problemas teóricos a los cuales se enfrentó la humanidad siempre pudieron resolverse cuando se reconoció su importancia y se dieron a los inventores los medios y la libertad de observar y pensar realmente.

En cuanto al origen del universo, el relato de los cuatro primeros días podría sorprender por su veracidad, aunque Génesis los detalla en forma alegórica (sólo el fondo importa). Que Moisés pudo conocer los detalles verosímiles de las primeras fases de formación del universo parece un misterio que apoya la antigua creencia según la cual este texto le fue simplemente dictado.

Si lo que sigue puede dar la impresión de favorecer la conjetura teórica de energía gravitatoria negativa (ver addendum), ningún supuesto teórico de esta índole se requiere para establecer la validez de los cuatro primeros días de Génesis. Es así porque los hechos han sido comprobados en múltiples observaciones de agujeros negros, de las estrellas cercanas y de las corrientes de eyección ('jet streams' o 'black hole jets' en inglés). Estas observaciones, detalladas en el addendum, se encuentran en la referencia [1] y evocan la fuerza incorrectamente calificada de 'antigravedad' [2], la cual es en realidad la gravitación provocando la expansión del universo, implicada por la ecuación de Einstein de la gravitación. 'Todas' las observaciones apoyan tal expansión, lo que explica su aceptación hoy en día. Además, las observaciones de agujeros negros no sólo confirman el texto bíblico pero permiten entender mejor el texto original hebreo (ver sección siguiente).

Como Génesis es la fundación compartida por varias religiones, lo que sigue no se limita a su traducción 'católica' aunque se toma muy en cuenta la propuesta cosmológica del jesuita belga Georges Lemaître, fundador de la cosmología moderna con el ruso Alexander Friedmann [3]. Respetando el punto de vista ecuménico, se utiliza la versión protestante King James 1611 porque su traducción a partir del hebreo fue comentada por un rabino judío en la pagina 4 que sigue, a partir de tal traducción específica del Antiguo Testamento (la edición Jerusalén le es científicamente equivalente, aunque tal vez más refinada literariamente hablando). Finalmente, una discusión abierta entre representantes del Cristianismo, del Islam y del Judaísmo sobre Génesis no causaría daño para visualizar mejor nuestro origen común, es decir nuestra hermandad. Esto, sin olvidar la necesidad imperiosa de profundizar más que de costumbre varios principios fundamentales aunque muy sencillos.




2. ORIGEN HEBREO DE LAS PALABRAS
(Versión King James 1611)
Rabí anónimo (Boston)

AL PRINCIPIO, DIOS CREÓ EL CIELO Y LA TIERRA. Y LA TIERRA ESTABA SIN FORMA Y VACÍA. Y LA OSCURIDAD ESTABA SOBRE LA FAZ DEL ABISMO. Y EL ESPÍRITU DE DIOS SE MOVÍA SOBRE LA FAZ DE LAS AGUAS.

Y DIOS DIJO, QUE SEA LA LUZ, Y LA LUZ FUE. Y DIOS VIÓ LA LUZ, QUE ERA BUENA. Y DIOS DIVIDIÓ LA LUZ DE LA OSCURIDAD. Y DIOS LLAMÓ LA LUZ "DÍA" Y LA OSCURIDAD "NOCHE". Y LA NOCHE Y LA MAÑANA FUERON EL PRIMER DÍA.

Las palabras "sin forma y vacía" proceden del hebreo 'tohuw', que significa igualmente vacía y sin forma. "Oscuridad" se traduce de 'chosek' que se refiere a las tinieblas y viene de la palabra raíz 'chasak' que significa ser oscuro en el sentido de guardar la luz, ser negro, esconder. La palabra "faz" es traducida de 'paneh' que designa una cara, en el sentido de algo que da vuelta o gira, y cuya raíz 'paniy' caracteriza una perla (como redonda). Finalmente, llegamos a "abismo" que proviene de 'tehowm' que también representa un lugar profundo como un abismo.

Dando una ojeada al texto hebreo, vemos unas particularidades del texto original de Génesis que fueron subestimadas en (la interpretación de) sus traducciones sucesivas. La creación empezó con un agujero profundo, este no era vacío pero tenía masa. Su contorno (horizonte según la terminología moderna) era redondo como una perla. Este agujero parecía oscuro o negro y estaba oculto porque detenía la luz. Su faz giraba al mismo tiempo que su contenido.

AGRADECIMIENTO
Deseo agradecer a Jorge Poveda por haber establecido la conexión entre la faz de un abismo y el horizonte de un agujero negro.




3. PRIMER PÁRRAFO DE GÉNESIS

AL PRINCIPIO, DIOS CREÓ EL CIELO Y LA TIERRA. Y LA TIERRA ESTABA SIN FORMA Y VACÍA; Y LA OSCURIDAD ESTABA SOBRE LA FAZ DEL ABISMO. Y EL ESPÍRITU DE DIOS SE MOVÍA SOBRE LA FAZ DE LAS AGUAS.

Comentarios
3-1. En la frase LA OSCURIDAD ESTABA SOBRE LA FAZ DEL ABISMO, OSCURIDAD es un sinónimo del adjetivo 'negro'. La asociación de OSCURIDAD y ABISMO produce entonces 'agujero negro'. Es más, un abismo no tiene FAZ, porque es vacío desde su orilla. Sin embargo, existen ahora abismos que tienen una FAZ en el sentido literal de la palabra, estos son los agujeros negros caracterizados por un horizonte según una terminología reciente. Un horizonte (aquí, claramente sinónimo de FAZ) es la frontera matemática invisible que separa nuestro espacio tiempo del espacio tiempo singular dentro de un agujero negro. Tal horizonte fue descubierto en 1916 por Schwarzschild, y no tiene nada alegórico.

3-2. SIN FORMA parece significar 'todavía no formada', porque cualquier objeto, incluso el más irregular, siempre tiene una forma bien definida, aunque a veces complicada y difícil de describir. Al principio, se podría suponer que una cantidad de materia 'fría', conteniendo quizás parte del futuro sistema solar, se encontró cerca de un agujero negro. En esta enorme cantidad de materia, habría sido imposible prever, aunque aproximadamente, qué parte estaría eventualmente incluida en la Tierra futura, cuya forma era entonces indefinida.

3-3. LA TIERRA ESTABA... ...VACÍA indica que gran parte de la materia de la futura Tierra no se había formado a través del proceso físico de creación de materia, de manera que la Tierra se representó como un recipiente vacío (muy poca cantidad, o ninguna, caracterizaba la Tierra en este momento). Respecto a esto, se puede subrayar los operadores algebraicos para la creación de partículas en electrodinámica cuántica, los modelos cosmológicos de creación continua de materia de Gold-Bondi-Hoyle [3] (la creación de materia es una parte rutinaria de la física teórica desde más de setenta años). Así, el adjetivo VACÍA implica también 'carente' de atributos como los que caracterizan la Tierra que conocemos, los cuales permiten la vida.

3-4. AGUAS. El agua es la fundación indispensable para la vida futura. La vida es un fenómeno basado sobre, derivado de, observado y observable en agua o en presencia de ella. Génesis indica que el agua, por consiguiente el oxígeno como elemento químico de peso atómico 16, existió muy cerca del comienzo del universo. Esto, cuando no existe ningún elemento químico estable con peso atómico 5 o 8 [3]. Este hecho hace teóricamente imposible la síntesis de elementos más pesados que el helio, a partir de helio y de nucleones (protones o neutrones), inmediatamente después del big bang. Se supone entonces, sobre una base todavía dudosa aunque razonable, que los elementos más pesados que el helio se sintetizaron luego en las estrellas [3]. La existencia de agua antes de la formación de corrientes de eyección emitidas por el agujero negro primitivo (ver sección siguiente) parece un elemento inexplicable en la formación del universo, excepto si se acepta el modelo de núcleo primaveral de Lemaître, el cual tiene características sorprendentes [3] que parecen convertir Lemaître en profeta científico. A parte de esto, es claro que Génesis reconoce la familia de soluciones de tipo big bang de la ecuación de Einstein para la gravitación y, al mismo tiempo, escoge el modelo de Lemaître en función de la presencia de agua, literalmente descrita como anterior a la formación de las estrellas (ver elementos siguientes).




4. SEGUNDO PÁRRAFO DE GÉNESIS

Y DIOS DIJO, QUE SEA LA LUZ, Y LA LUZ FUE. Y DIOS VIÓ LA LUZ, QUE ERA BUENA. Y DIOS DIVIDIÓ LA LUZ DE LA OSCURIDAD. Y DIOS LLAMÓ LA LUZ DÍA Y LA OSCURIDAD NOCHE. Y LA NOCHE Y LA MAÑANA FUERON EL PRIMER DÍA.

Comentarios
4-1. QUE SEA LA LUZ, Y LA LUZ FUE... ...Y DIOS DIVIDIÓ LA LUZ DE LA OSCURIDAD. La luz era emitida de un 'jet' constituido de radiación y de materia. Como detallado en el addendum, un agujero negro rechaza la materia, la cual se convierte en un 'jet' emitiendo una radiación electromagnética como la luz. Sin embargo, gran parte de esta radiación electromagnética no pertenece necesariamente al espectro visible. Así, DIVIDIÓ LA LUZ DE LA OSCURIDAD significa en forma más detallada: 'separó la luz emitida por un 'jet' de la oscuridad de un agujero negro'.

En la Biblia, Génesis no es único en evocar fenómenos no visibles en tiempos antiguos, que se observan ahora: "Porque las cosas de Él invisibles desde la creación del mundo son claramente visibles, siendo entendidas por las cosas que se están haciendo" (Romanos 1,20); "...todas las cosas siguen como estaban desde el principio de la creación" (2 San Pedro 3,4). Según Prigogine y otros expertos, los jets son simplemente pequeños big bangs. Una posibilidad sería que la actividad básica de creación no paró después del big bang y siguió, aunque estas dos referencias no son suficientemente explicitas para apoyar a una interpretación específica relativa a una creación. Tal interpretación queda entonces sujeta a la observación detallada de los jets, curiosamente ignorados en varias publicaciones recientes.

4-2. Aunque el ser divino no necesita definir una unidad de tiempo por su uso personal, se introduce una primera unidad basada en los conceptos terrestres de día y noche, también derivados de la luz. Esto, para especificar un orden cronológico sin el cual nos confundiríamos, particularmente en los tiempos antiguos. Este procedimiento permite visualizar que la formación del universo no fue un proceso instantáneo a partir de la nada.

De este punto de vista, el texto de Génesis está de acuerdo con el modelo de Lemaître [3], el cual empieza con un núcleo cósmico primitivo, no a partir de la nada como es el caso en una interpretación rígida o estricta de un big bang empezando desde cero, concepto que parece contrario al principio de conservación de energía, aunque tal principio valido sólo sea aproximadamente verdadero.

4-3. La unidad de tiempo del creador no tiene que ser igual a aquella utilizada en la Tierra, la cual se especificará en el día cuatro cuando ÉL TAMBIÉN HIZO LAS ESTRELLAS (empiezo de la síntesis del Helio en las estrellas). Allí, DIVIDIR EL DÍA DE LA NOCHE se refiere a la división entre día y noche en la Tierra, después que esta haya sido formada en el tercer día: ...Y DIOS LLAMÓ TIERRA A LOS 'CONTINENTES'.

En el cuarto día, Génesis indica una oscuridad relativa durante la noche sobre la Tierra (LUZ MENOR), porque una luz es emitida por las estrellas y la luna (en los tiempos antiguos, la luna era vista como una estrella). En consecuencia, la confusión aparente entre dos definiciones distintas del día y de la noche en los días 1 y 4 se levanta de manera explícita. Sobre DIVIDIR LA LUZ DE LA OSCURIDAD al final del cuarto día, esta sentencia debería ser tomada como una declaración absoluta de origen cósmico, la cual se aplicará además al futuro.

4-4. Aunque nuestro sol será formado algo como trece mil millones de años luego, Génesis no lo explica porque seria de nuevo demasiado complicado para ser entendible. Que el sol será una estrella tardía, en oposición a las estrellas formadas temprano, indudablemente no era el propósito. Así, se evidencia una descripción rigurosa y causal de la formación del universo (ningún caos), que se aplicará al sistema solar en una fase siguiente. Del punto de vista científico, no hay necesidad de diferenciar las formaciones de estrellas tempranas y tardías, con sus sistemas planetarios eventuales, porque estos fenómenos siguen un modelo idéntico.

Aunque en forma alegórica, los cuatro primeros días apuntan principalmente a dar cuenta de hechos físicos fundamentales, válidos para siempre. Así, Génesis no podía dar más detalles cuando la ciencia no existía como la entendemos hoy (ninguna razón de incluir detalles científicos accesorios, incomprensibles y que hubieran confundido). En aquel tiempo, tal relato no tenía otra opción que ser científicamente correcto en contemplar los aspectos físicos fundamentales con un mínimo de palabras. Además, el concepto divino no implica que se nos regale todo de una vez, porque los seres humanos tienen que trabajar y averiguar los detalles por si mismos. Era el objetivo de la ciencia futura, entonces no de Génesis.

4.5. El texto de Génesis es criticado por inconsistencias de carácter aparentemente científico, particularmente en sus días 3 y 4. Aunque este asunto amerita un largo capítulo, unas objeciones principales se contestan en los párrafos siguientes.

Primera objeción
Según Génesis, nuestra galaxia (Vía Láctea) y sus estrellas han sido formadas durante el cuarto día, porque está escrito ÉL TAMBIÉN CREÓ LAS ESTRELLAS. Según lo anterior detallado en el addendum, los primeros sistemas de estrellas, no la Vía Láctea, fueron creados desde el primer día, sin lo cual no se trataría de formación del universo.

Segunda objeción
Al final de tercer día, la vida vegetal apareció primero, antes de la existencia del sol (una de las estrellas tardías), al principio del cuarto día. Algunos no lo aceptan porque no pueden concebir que las plantas vivan sin la luz del sol.

Aunque los días en Génesis podrían representar millones de años, de hecho muchos más, su separación, o frontera entre ellos en el tiempo, pudo haber sido tan corta como se pudiera imaginar. En otras palabras, el lapso de tiempo entre la creación de plantas (digamos la “vida vegetal” sin detallar más) y la aparición siguiente del sol pudo no haber durado más de una noche como conocemos sobre la tierra. Además se debe aceptar que las plantas pueden vivir unas horas terrestres sin luz solar. Esto, a parte de la posibilidad de que las fases física y biológica del tercer y cuarto día hayan sido paralelas y no puedan por consiguiente ser formalmente separadas, de manera que el texto sólo introduce una diferenciación cronológica relativa a dos comienzos respectivos.

Podría ser que Génesis menciona las palabras césped, hierba, árbol, fruta y semilla, únicamente para dar a entender que se refiere al principio de la vida vegetal con palabras sencillas que los lectores puedan comprender. Es más, sería incorrecto pensar que las plantas siempre necesitan la luz solar. Según los biólogos, las plantas pueden desarrollar su fotosíntesis a partir de radiación emitida en lugares cercanos a volcanes, incluso en la profundidad totalmente oscura de los océanos dónde la radiación infrarroja, y otras, provienen de eyección de lava, etc...

Una tercera objeción que parece tener sentido
Una inconsistencia aparente es la postulación de la existencia de la Tierra (día 3) antes de la del sol y, por consiguiente, del sistema solar y de las estrellas de la Vía Láctea, visibles por nosotros (día 4: ÉL TAMBIÉN CREÓ LAS ESTRELLAS).

No es totalmente imposible que la tierra, como caso aislado que no se puede generalizar para los otros planetas del sistema solar, haya sido objeto de 'captura casual' por el sol (ver Ebbighausen: Astronomía, ed. Labor, Barcelona, 1974, p. 101). Este libro desecha semejante posibilidad para la formación del sistema solar, sobre lo cual estamos de acuerdo. Pero la desecha también por la tierra sola porque su velocidad de órbita hubiera sido superior a la velocidad mínima de escape del sistema solar, la cual sería demasiada elevada para cualquier órbita cerrada. Esta objeción es un poco sorprendente porque demasiada energía es aquí preferible a su contrario, de manera que una disipación de energía, causada por la fricción con un gas 'difuso' al origen de la formación del sistema solar, tal vez ligada al origen de la vida por la elevación de temperatura, hubiera ocurrido durante tal captura. Por consiguiente, si tal captura es impensable para la generalidad de los planetas del sistema solar, ¿por qué no examinar su posibilidad en el caso particular de la tierra?

Así, la luz del sol hubiera aparecido después de la formación de vida vegetal, pero las primeras plantas deben haber estado en una fase bastante primitiva, empezando por microorganismos, aunque sin excluir formas más sofisticadas. En tal caso, la tierra representaría un suceso aislado, lo que parece confirmado por todas las observaciones astronómicas hasta hoy. Esto, porque ningún otro planeta similar, hasta no tan parecido al nuestro, ha sido encontrado aún (el mismo tipo de comentario parece aplicarse a nuestro sistema solar). Esto explica la excitación por parte de los astrónomos por descubrir cualquier planeta nuevo, incluso planetas muy remotos y otros sistemas solares 'similares'. Estos objetos no han sido encontrados aún de manera satisfactoria, a pesar de adelantos tecnológicos impresionantes y de instrumentos sofisticados.

Entonces, la ciencia moderna no tiene argumentos convincentes contra la cronología específica de los días 3 y 4. Además, las teorías modernas, basadas en "protoplanetas" con sus variantes múltiples sobre la formación del sistema solar están enfrentando desafíos pesados, a tal punto que "queda por hacer gran cantidad de trabajo especulativo" (misma referencia que la anterior, p. 106) en un problema fundamental, cuya 'solución' no parece haber evolucionado de manera convincente. De hecho, observaciones astronómicas recientes confirman la existencia de nuevos y sumamente extraños fenómenos, por ejemplo "unos planetas pueden ser eyectados de sus órbitas hacía el espacio vacío", de manera que "las respuestas quedan todavía a años luz" (Discover, enero 2002, p. 29). De este modo, podríamos enfrentar décadas de desafíos teóricos insuperables si seguimos ignorando los principios científicos fundamentales expuestos en los primeros párrafos de Génesis, por ejemplo la posibilidad de radiación con energía negativa (ver addendum).

Así, las inconsistencias en Génesis provienen de personas que quieren verlas y no dominan el conocimiento científico básico, ni siquiera disponen de informaciones actualizadas. Ellas deberían comprender que si Génesis no es un libro científico en si, contiene curiosamente unos principios científicos fundamentales, como pudimos verificar en el análisis del contenido de sus cuatro primeros días. No obstante, se esperan más objeciones y no parece imposible que muchas, sino todas, puedan ser contestadas a pesar de las múltiples limitaciones teóricas actuales.

Desde otro punto de vista, podría ser que, contrariamente al texto literal de Génesis, la tierra haya sido formada como parte de nuestro sistema solar. En tal caso, Génesis habría invertido el orden de estas dos formaciones. Pero, es importante que semejante inversión no hubiera transgredido ningún principio físico fundamental, lo cual es el punto esencial de la presente discusión. Además, parece ser el único caso de semejante inversión, de nuevo sin quebrantar principios esenciales.

Si tal posibilidad se confirma como verdadera un día (lo dudamos), la razón de tal 'distorsión' habría sido de presentar el texto de forma creíble, lo cual era un objetivo primordial. En los tiempos antiguos la tierra se veía como siendo el universo mismo y Génesis no tenía otra opción que mencionar la creación de la tierra desde su primer párrafo. Los párrafos siguientes tenían que seguir la misma línea de pensamiento.

Recordemos que verdades fundamentales requieren una forma creíble, conforme al pensamiento y la mentalidad de la época de su formulación. Si existiesen dificultades para aceptar un texto, este se hubiera desechado y mensajes de valor científico considerable se hubieran perdido. Finalmente, el texto conciso de Génesis no es comparable a un formato científico usual, el cual necesitaría docenas de páginas para cubrir, en detalle inevitablemente insuficiente, la importancia de su contenido científico.




REFERENCIAS

[1] F.X. Vacanti y J. Chauveheid: ¿Es posible la radiación de energía negativa?, Physics Essays, vol. 15, p. 387 (dic. 2002).
[2] Simon Singh: Even Einstein had is off days, New York Times, http://www.nytimes.com/2005/01/02/opinion/02singh.html?ex=1105681276&ei=1&en=72100981b4be0a43
[3] S. Weinberg: Gravitación y cosmología (Wiley, N.Y., 1972), pp. 273, 318, 321, 545, 615; J. Poveda: Teorías cosmológicas (ISBN 9977-12-030, oct. 93), p. 64.
[4] R.M. Wald: Relatividad general (Chicago University Press, 1984), pp. 88, 307, 321.
[5] C.M. Will: ¿Tenia Einstein razón? (Basic Books, N.Y., 1986), pp. 183, 185, 203, 205, 230.

OTRAS PUBLICACIONES
J. Chauveheid: A proposal for a quadratic electromagnetic coupling based on the underlying philosophy of Einstein-Maxwell theory, Physics Essays, vol. 10, p. 474 (Sept. 1997).
On the connection between classical and quantum fields, Physics Essays, vol. 12, p. 146 (March 1999).

J. Chauveheid y F.X. Vacanti: Schrödinger and the Hamilton-Jacobi equation, Physics Essays, vol. 15, p. 5 (March 2002).
Toward the visualization of electronic transition, Physics Essays, vol. 15, p. 253 (Sept. 2002).



ADDENDUM
A-1. PROPUESTA COSMOLÓGICA PRELIMINAR
Se propone el núcleo cósmico primitivo de Lemaître [3] como modelo cosmológico describiendo el comienzo de un universo en expansión. Para visualizar el mecanismo físico fundamental a escala pequeña, se tiene que renunciar a las hipótesis comunes de homogeneidad y de isotropía (igualdad en cualquier dirección), así como a promediar parámetros físicos como la densidad de masa y la presión. Se supone además que este núcleo es formado de uno o más cuerpos masivos de dimensión estelar, constituidos de materia ordinaria 'fría' (gases, líquidos, sólidos).

Un agujero negro rotativo de Kerr [4] forma parte de tal modelo para proporcionarle una base mínima de arranque. La materia es atraída por el agujero negro y órbita en su alrededor a distancia suficientemente pequeña (condición de velocidad inicial de órbita - no indispensable, ver sección siguiente). Esto, de manera que una intensa radiación gravitacional se produzca según el mecanismo conocido [4]. Esta radiación tiene aquí una energía negativa [1], en lugar de positiva en la teoría usual de las ondas de gravitación. Detallamos más adelante que la consecuencia es simple, la materia masiva no caerá en el agujero negro. Debido a la negatividad de la energía gravitatoria, esta materia masiva se calentará intensamente y será rechazada por el agujero. Este fenómeno conduce a la formación usual de estrellas y de sus sistemas planetarios eventuales.

El concepto según el cual los agujeros negros absorben la materia masiva es producto de una intuición incorrecta haciendo creer que un sistema ligado por la gravedad se contrae porque la gravedad es atractiva. Esta visión ingenua es infundada porque, aparte de fenómenos de fricción o similares, tal contracción no sería debida al carácter atractivo de la gravitación pero sería consecuencia de la extracción continua de la energía del sistema por ondas de gravitación, lo que es muy diferente. Tal transporte de energía positiva fuera del sistema por ondas salientes requiere evidentemente que la energía de gravitación sea positiva, de otra manera no existiría ninguna pérdida de energía del sistema (una pérdida de energía por fricción es despreciable aquí). En tal caso, el principio de conservación de la energía implica una contracción progresiva del sistema (física elemental).

Tal contracción parece inaceptable porque significaría que cualquier sistema ligado por la gravedad se contrae en el tiempo, lo que contradice la expansión observada del universo. Si el universo es el más grande de los sistemas ligados por la gravitación, no existe una razón física implicando el contrario de tal expansión para sistemas más pequeños.

En cambio, tales ondas transportando una energía negativa aumentarían la energía del sistema (la pérdida de una cantidad negativa es una ganancia por definición positiva: -.- = +), y provocarían su expansión (una ganancia en energía implica la dilatación del sistema, como en el caso de una barra de hierro calentado). Recordemos que la expansión global del universo, derivada de la ecuación de Einstein en cosmología, es generalmente aceptada porque las observaciones al respecto son concluyentes hasta ahora. Así, sería altamente contradictorio que todas las partes del universo se reduzcan al momento que el universo se expande (la elite científica sigue negando las evidencias, pero esta tendencia se inversará inevitablemente - proceso muy lento).

Así, una expansión del universo a todos los niveles aparece como consecuencia de ondas de gravedad transportando una energía negativa, la cual está de acuerdo con la expansión observada y generalmente aceptada del universo, descubierta por el astrónomo Hubble en 1929.

Cerca del agujero negro primario, no sólo la energía interna (temperatura) de la materia originalmente fría se eleva rápidamente, pero una nueva materia masiva puede formarse [1] (permitido por el aumento súbito de energía y explica el desarrollo resultante del universo). Un aumento sustancial de energía cinética (de movimiento) de la materia masiva provoca un cambio rápido de su trayectoria, una órbita redonda o elíptica alrededor del agujero no parecen posibles, evitando el teorema del 'virial' (de hecho, su aproximación), porque un proceso suave no tiene cabida aquí, debido al intenso campo de gravitación cerca del horizonte del agujero.

Este escenario elemental cerca del horizonte de un agujero de Kerr (en rotación) es compatible con la expansión del universo, la tesis similar de formación explosiva de las galaxias [1], y explica las corrientes de eyección ('jets') observadas cerca de los agujeros negros. Estos tres fenómenos expansivos son de hecho producidos por la misma causa, la existencia de ondas gravitatorias de energía negativa [1]. Así, la materia original se convierte rápidamente en corrientes de eyección a lo largo del eventual eje de simetría del sistema sí este existe en una situación bastante ideal, aunque una descripción precisa del movimiento de la materia no parece importante.

En resumen: por emisión de energía negativa, el aumento de energía de la materia masiva provoca su separación del agujero negro. Esta materia se convierte luego en corrientes de eyección o 'jets'[4]. Parece no existir otra explicación fundamental de las observaciones.


A-2. 'ANTIGUA' EVIDENCIA (revisada nov. 2005)
Weber y otros investigadores no pudieron descubrir (directamente) la radiación gravitacional de energía positiva durante más de treinta años hasta hoy [5]. No obstante, en 1978 luego de cuatro años de trabajo con su equipo de investigación, Taylor y Hulse pensaron haberla observado indirectamente a través de la aceleración del pulsar binario (formado por lo menos de una estrella de neutrones - Taylor y Hulse recibieron el premio Nobel en 1993 por sus trabajos sobre los pulsares). Ellos observaron una disminución del periodo de rotación de 76 millonésimos de segundo por año, de acuerdo con una predicción teórica de 75 millonésimos en caso de emisión exclusiva de ondas de gravitación [5].

Curiosamente, según Will [5], nada se mencionó de la emisión bipolar magnética que debería jugar un papel importante porque es a veces más importante que la radiación gravitacional en estrellas de neutrones simples [3]. Esto se debe a qué el campo magnético de una estrella de neutrones es mil billones de veces más elevado que en la Tierra, a tal punto que las estrellas de neutrones emiten copiosamente todo tipo de radiación electromagnética [5]. Aunque los neutrones están constituidos de quarks (eléctricamente cargados), la mecánica cuántica hace inoperante una contribución de estos quarks en cuanto a una radiación. No obstante, las estrellas de neutrones contienen gran cantidad de electrones y protones deteniendo la desintegración de neutrones en más protones y electrones, conforme al principio de exclusión de Pauli [3]. Como este elemento esencial no es mencionado, parece que la importante radiación electromagnética correspondiente no ha sido calculada (?) y que se olvidaron inexplicablemente los trabajos fundamentales de Oppenheimer, Volkoff y Serber sobre las estrellas de neutrones en 1938, lo que parece increíble.

Esta situación podría ser la razón por la cual Wald reconoce la posibilidad de otra causa que la radiación gravitacional para la disminución del periodo del pulsar binario, pero es tan conciso sobre tal posibilidad (menos de tres líneas [4]) que el lector encuentra allí otro motivo de desconfiar de la conjetura de Taylor y Hulse. Tales hechos llevan a dudar de la positividad, curiosamente admitida, de la energía de las ondas gravitacionales. Además, como los jets parecen ahora ignorados en la mayoría de los artículos, es útil recordar las palabras de Wald diciendo que no existe una teoría totalmente satisfactoria que pueda detallar exactamente como un agujero negro, o cualquier otro objeto, podría producir tales 'jets' ([4], p. 307).

Si un agujero negro se imagina al origen del universo para explicar la formación progresiva de materia masiva y también de partículas sin masa, no tendría mucho sentido que los agujeros negros puedan 'comer' literalmente una parte sustancial de esa misma materia. Para evitarlo, se asumieron condiciones iniciales de velocidad permitiendo el 'orbitar' de la materia fría, de manera a evitar su pérdida en el agujero del cual se supone que la materia no puede escapar. Afortunadamente, el párrafo siguiente demuestra que tales condiciones son superfluas.

Existen buenas razones de pensar que los agujeros negros, realistas del punto de vista físico, no son aquellos estáticos de Schwarzschild, pero los agujeros rotativos de Kerr. Con el primer tipo, la materia podría entrar radialmente en el agujero y nunca salir. Con el segundo tipo que parece el único que sea físico, el entrenamiento de los sistemas de referencia inerciales, causado por la rotación del agujero, es tan fuerte que un observador no podría evitar ser arrastrado alrededor con la rotación del agujero, incluso cuando "él enciende sus cohetes para intentar escapar" [5]. Aquí, "ser arrastrado alrededor" significa 'orbitando en lugar de ser inmediatamente llevado adentro', de manera que la emisión de energía gravitatoria negativa pueda empezar enseguida y ocasionar los 'jets' descritos anteriormente (la materia no entra en el agujero). El problema restante sería: ¿cómo una masa adicional del agujero negro podría ser formada si los agujeros no pueden absorber la materia masiva? Una primera respuesta es que absorben energía en forma de partículas sin masa como la luz (fotones o radiación electromagnética en general), neutrinos, etc..

Una segunda posibilidad de elevar la masa de un agujero negro, y quizás crear nuevos agujeros, consistiría en introducir en el proceso la energía negativa de gravitación disipada, pero tal procedimiento parece 'otra historia' (tópico insuficientemente desarrollado y por consiguiente no tocado aquí). Esto, además de la formación de un agujero negro, imaginada en el colapso gravitacional de una estrella moribunda aunque con probabilidad generalmente supuesta muy débil, admitiendo que tal formación sigue el colapso y no el contrario.

Si el núcleo cósmico de Lemaître se consideró para la descripción de un comienzo después del cual el universo sigue su curso, no hay ninguna garantía que la cosmología de Lemaître se pueda aplicar satisfactoriamente al resto de la formación del universo. Un modelo cosmológico más apropiado podría ser encontrado en una síntesis entre el modelo de Lemaître y aquello de Gold-Bondi-Hoyle describiendo un estado estacionario (cambiar esta palabra) de creación continúa de materia [3]. No obstante, el texto presente es sobre la fase inicial de formación del universo y su mecanismo subyacente básico, no constituye una propuesta cosmológica global en el sentido usual.


A-3. OBSERVACIONES MÁS RECIENTES (NATURE, septiembre y noviembre 2001)
J. Chauveheid y F.X. Vacanti Nov. 2001

A veces las observaciones se revelan incompatibles con los modelos generalmente aceptados de la física teórica. Parece ser el caso de los rayos X recientemente observados cerca de un agujero negro súper masivo. Si tales diferencias persisten, esta situación podría llevar a una nueva propuesta teórica sobre los fenómenos involucrados.

Parece que un agujero negro existe en el centro de nuestra galaxia. El movimiento de las estrellas en esta región hace pensar en la existencia de un objeto oscuro con una masa 2,6 millones de veces la del sol. Los modelos actuales de 'acreción' de materia alrededor de un agujero negro predicen grandes cantidades de rayos X emitidos a partir de su entorno, pero el observatorio Chandra los midió de una magnitud notablemente menor a la esperada (Nature 413, pp. 45-48, 6 sept. 2001). Esta divergencia sigue siendo un misterio.

Esta sorpresa recuerda la decepción de Michelson y Morley más de un siglo atrás, cuando no pudieron evidenciar el movimiento absoluto de la Tierra respecto al éter. Este misterio se clarificó luego por Einstein y Poincaré con la teoría de la relatividad: el éter no existe. No sería por consiguiente sorprendente que los rayos X faltantes proporcionen evidencias apoyando otro cambio en la física.

Los modelos de 'acreción' de materia sostienen que las partículas eléctricamente cargadas emiten fotones alrededor de los agujeros negros. En las regiones cerca del horizonte de un agujero negro (la frontera singular rodeando el agujero negro donde la gravedad es la más fuerte), tales emisiones se ven reforzadas por mayores aceleraciones de la materia masiva. Por esta razón, se esperan fotones de alta energía como los rayos X en la proximidad de agujeros negros. Las ondas de gravitación están asociadas a estos rayos X porque las causas son similares. Como los rayos X, las emisiones más intensas de ondas gravitatorias se esperan así cerca del horizonte de un agujero negro, aunque el descubrimiento directo de ondas de gravitación haya fracasado hasta ahora, y hasta concluir que la existencia de tales ondas queda todavía dudosa.

Respecto al problema teórico, la energía de gravitación es negativa en la teoría de Newton, lo que parece admisible en relatividad general si se calibra su definición [1]. Ambas posibilidades para energía positiva o negativa de gravitación existen por consiguiente en relatividad general, pero en base de las observaciones, no se ve la antigua positiva. En el final de su vida, Einstein consideró brevemente la hipótesis de energía negativa en cosmología, pero estaba trabajando exclusivamente en unificación y poco parece conocido sobre este proyecto de poca duración.

La propuesta de energía negativa de gravitación podría levantar una controversia porque destaparía otros efectos dinámicos menores, todavía desconocidos. Sin embargo, en una primera fase nos pareció crucial acomodar la expansión global del universo con su crecimiento indispensable en escalas menores.

Regresando a los agujeros negros: si la energía negativa emitida en forma de gravitones por la materia 'estelar' es mayor en valor absoluto que la energía electromagnética positiva radiada en fotones (rayos X, etc...), el balance negativo de estas dos emisiones aumentaría la energía de esta materia. Por consiguiente, si llegando bastante cerca del horizonte de un agujero negro dónde ocurren las emisiones más importantes, esta materia, no siguiendo órbitas cerradas (cometas, asteroides, etc.. ,y cuyo origen no se detalla aquí), sería rechazada por el agujero y se convertiría en 'jet' (ningún proceso gradual en un campo gravitacional tan intenso). Tal sistema expansivo también produciría menos rayos X de lo esperado de parte de un sistema en contracción y en el cual la materia masiva pueda acelerar sin refrenamiento hacia el horizonte del agujero negro.

Sin embargo, una energía gravitacional negativa no clarifica todavía ciertas observaciones como la falta de correlación entre las diferentes emisiones de rayos X, de ondas radio y ópticas, etc.. (Nature 414, pp. 180-182, 8 nov. 2001). Se había supuesto que las emisiones culminaban todas simultáneamente en el horizonte del agujero negro, pero no existe una razón válida para esto porque todos los modelos teóricos sobre emisiones están resquebrajados aquí. No obstante, sería algo lógico presumir que las emisiones de rayos X alcancen su máximo en el horizonte, si la materia masiva puede realmente llegar allí. Sin embargo, suponer una radiación X máxima no implica necesariamente que otras emisiones, menos energéticas, deban también culminar en este lugar (?).

Las observaciones demuestran que las estrellas orbitando regularmente no pueden acercarse al horizonte de un agujero negro, lo que apoya la tesis de energía gravitatoria negativa. Las órbitas más cercanas han sido observadas 30.000 veces mayores que el horizonte (Nature 413, pp. 25-26, 6 sept. 2001). Esto contradice la creencia de qué los agujeros negros literalmente 'comen a las estrellas', en cual caso cientos de miles de estrellas se encontrarían por lo menos en esa región (pequeña parte de 10 millones de estrellas alrededor de Sagittarius A, centro de nuestra galaxia), pero no hay ninguna.

Así, la propuesta de energía gravitacional negativa explica cualitativamente los fenómenos observados. Primero, menos rayos X que teóricamente predicho. Segundo, las estrellas en órbita regular permanecen lejos del horizonte del agujero. Tercio, la materia llegando cerca del horizonte del agujero se convierte en 'jets', cuyo origen es todavía visto como un misterio. No obstante, la gran intensidad de estos jets queda difícil de explicar desde un punto de vista cuantitativo y se asemeja a una creación a partir de la nada. Finalmente, la hipótesis de energía negativa para las ondas de gravitación no elimina necesariamente las ondas tradicionales de energía positiva porque podrían existir dos tipos de gravitones, aunque la primera posibilidad prevalezca más que netamente sobre la segunda en función de las observaciones recientes.


A-4. OBSERVACIONES MÁS ACTUALES (noviembre 2005)
Pregunta: En un artículo de Nature en 2001, se mencionó una masa de 2,6 millones de veces la del sol para el agujero negro Sagittarius A en el centro de nuestra galaxia, la Vía Láctea. ¿Es tal cifra todavía correcta?

Respuesta: Se estima ahora a 3 millones en un artículo de Space Daily (United Press Internacional, sitio web PhysOrg.com, oct. 2005). Existe otro articulo con referencia a R. Narayan: Black holes in astrophysics (New Journal of Physics.7:199, 2005), de fecha similar y en el mismo sitio web, que indica una masa de 30 millones de veces la masa solar, añadiendo que en mayoría los agujeros sobrepasan la masa del sol 10 millones de veces, lo que no puedo creer. Pienso que se trata de errores.

Pregunta: ¿Cree usted en la posibilidad de aniquilación de materia por antimateria cerca de los agujeros negros?

Respuesta: La estación orbital "Integral" de ESA ha observado emisiones de rayos X, calificadas de inusuales cerca de Sagittarius A. Aparte de colisiones de materia con antimateria, se habló también de materia 'negra', no observada directamente hasta hoy. Las hipótesis no cuestan nada, lo que hace falta son nuevos modelos teóricos que permitan hacer cálculos diferentes y compararlos con las observaciones, porque la ciencia no consiste sólo en observaciones y no es nada sin conciencia, la palabra lo dice. Los artículos que usted ha leído no hablan de estos aspectos teóricos tan importantes, sin los cuales no hay ciencia.

Pregunta: ¿Existe un modelo teórico de materia negra?

Respuesta: No que yo sepa. En lo que me concierne, hice unos anos atrás una propuesta de energía de la materia negra, basada sobre un término de estructura cuadrática del campo electromagnético, que dio buenos resultados en el átomo de hidrogeno y pudo explicar la anomalía de velocidad de las estrellas periféricas de todas las galaxias espirales (± 79 % de las galaxias). Lo retiré de una publicación posible porque me di cuenta que provocaba 'cierta' resistencia, debido a su relación directa con las fuerzas nucleares de las cuales muchos no quieren oír nada.

Pregunta: ¿Piensa usted que la libertad de pensamiento o de expresión se encuentra restringida en ciencia en función de ciertos intereses?

Respuesta: Siempre ha sido así, no veo por qué cambiaría esta situación.

Pregunta: En dos artículos recientes, encontré una simulación de absorción de una estrella de neutrones por un agujero negro, lo que contradice lo que usted dijo en 2001 en relación a su hipótesis con el Dr Vacanti de energía gravitacional negativa.

Respuesta: Es sólo en parte cierto. Entré en astrofísica por casualidad y acabo de corregir lo que dije entonces de las estrellas de neutrones, por dos razones. La primera es que, según la mecánica cuántica, los quarks ligados dentro de neutrones no pueden emitir ninguna radiación, lo que no he leído en astrofísica aunque me parece correcto. La segunda razón es que había olvidado los trabajos de Oppenheimer, Volkoff y Serber en 1938, a partir de los cuales se entendió que las estrellas de neutrones están 'repletas' de electrones y protones, en acuerdo con el principio de exclusión de Pauli, lo que explica la importante radiación electromagnética de las estrellas de neutrones y de los pulsares binarios formados por dos estrellas de neutrones, o por una estrella de neutrones y un agujero negro.
Me sorprende que usted habla de 'simulación' cuando estos artículos no la mencionan. Lo supe de una comunicación de Estados Unidos, pero no sé en que medida se trata de ilustraciones hechas totalmente o no por 'artistas'. Sin embargo, aunque sea una 'simulación', pienso que la descripción física es correcta, es decir la estrella de neutrones fue absorbida por el agujero. Es normal porque la estrella de neutrones emite una energía electromagnética positiva, más importante en valor absoluto que la energía gravitatoria negativa también emitida, lo que explica que gran parte de la estrella desapareció en el agujero, la otra energía negativa explicando, como antes, la radiación intensa observada en los 'jets' visibles en la última imagen. Así, no habría nada nuevo, excepto que la materia no es totalmente absorbida, debido al balance positivo de energía emitida, pero sería insólitamente separada entre materia absorbida y energía emitida en los jets, lo que necesita ser explicado. Pero estos artículos no dicen nada de los jets, entonces ¿que podría decir? Si yo mando un e-mail a los autores recordando lo que Wald dijo de los jets, no me contestarían, lo hice antes.

Pregunta: ¿No me acuerdo si estos artículos mencionan los jets?

Respuesta: Cuando, en 1948, Gold, Bondi y Hoyle propusieron la creación continua de materia, fue en base de explosiones tremendas observadas en los centros de galaxias. Unos veinte años atrás, se hablaba de 'jet streams'. Después, la terminología cambió y se habló de 'black hole jets'. Ahora ni se mencionan y se ven más débiles en las imágenes, el adelgazamiento está de moda.



http://antwrp.gsfc.nasa.gov/


A-5. E-MAIL DE JORGE POVEDA (24 nov. 05)

Jacques,

Tu documento Génesis lo envié a muchos amigos.
Este joven me hace una observación acerca de tu afirmación sobre la luz que se aleja del agujero negro.. que - a su juicio mas bien es absorbida por este - según la clásica afirmación de que lo que entra nunca sale (excepto la radiación de Hawking).

Jorge




RESPUESTA A JORGE POVEDA, MARINA VOLIO (HORIZONTE) Y JOHANN MONTERO

1. Schwarzschild
Nunca he escrito algo realmente técnico o específico sobre agujeros negros aunque tengo un artículo pendiente al respecto desde algo como tres años. Este tiempo, porque me di cuenta de la falta de interés, por no decir resistencia, relativa a una propuesta tocando el tema de definición teórica de energía. No obstante, voy a tratar de aclarar las definiciones rigurosas en el caso sencillo, estático, de Schwarzschild. Es decir no rotativo y en cierto contraste con Kerr.

2. Lo que no se discute hasta hoy
Un agujero negro es una 'bola' (redonda) cuyo radio r no sobrepasa el radio de Schwarzschild R de su horizonte, definido por

R = 2GM/c2 , (1)

donde G es la constante de gravitación de Newton, M la masa del agujero, c la velocidad de la luz.

Se escribe entonces

r ≤ R . (2)

Este aspecto de dimensión, aquí el radio, es fundamental. Por ejemplo, el radio del sol (constituido originalmente y en primera aproximación de protones que son núcleos de hidrógeno) es de 700.000 km. El radio de una estrella de neutrones de misma masa que el sol es algo como 20 km (?, no lo verifiqué). Según la fórmula (1), el radio de un agujero de misma masa que el sol no sobrepasa su horizonte de 3.105 cm (3 km), lo que da una idea de la concentración masiva de un agujero negro si mi cálculo es exacto.

3. Conclusiones

De la definición (1) salen varias deducciones:

1. Lo que caracteriza fundamentalmente un agujero negro es su horizonte o frontera externa invisible, cuyo radio es R. En otras palabras, un agujero negro se define por su horizonte, nada más. Admitiendo, pero en segunda fase, que nada pueda salir de un agujero, el significado textual de horizonte, como lo entendemos, sólo es correcto para un observador ubicado 'dentro', cuyo límite teórico de 'visión' es tal horizonte, lo que no se aplica a un observador fuera del horizonte como nosotros. Es el caso en Génesis que usa la palabra 'faz', más correcta. Se ve así en Génesis el respeto de definiciones rigurosas, que podría haber disminuido en ciencia teórica después del siglo de las luces (racionalismo). Un recuento alegórico puede ser perfectamente riguroso en cuanto a conceptos puros.

2. Los astrónomos calculan la dimensión y la masa de los objetos estelares. Los que caben en la definición (1)-(2) son llamados agujeros negros, no veo como discutirlo.

3. La afirmación 'nada puede salir de un agujero negro' es en parte incorrecta, porque se aplica únicamente a su horizonte, el cual es en general más grande que el agujero. La segunda frontera interna, o límite del agujero mismo, así como el eventual espacio vacío entre tal límite y el horizonte no presentan un interés particular, lo que explica que la literatura no se refiere al borde real del agujero ni a esta región, según lo que he leído.

4. Suponer que la luz no puede salir de un agujero negro parece razonable a primera vista, es decir en función de la métrica de Schwarzschild y la idea que los fotones de luz tengan una trayectoria dentro de los agujeros. Discrepo con esta presentación porque no he visto como definir una mecánica de movimiento dentro de un agujero, pero tal vez me equivoco. Mi punto de vista es que la energía (electromagnética) de la luz se puede definir dentro del horizonte. En tal caso, la física cuántica define una probabilidad de existencia de tal luz fuera del horizonte, entonces de salida de luz (efecto túnel), si las ecuaciones de onda correspondientes tienen soluciones, cosas que no sé todavía. Por consiguiente, evito hablar de este tema y no supongo por escrito que algo, masivo o no, pueda salir de un agujero negro. Lo más importante tal vez es que la energía gravitacional pueda definirse adentro del horizonte, pero es 'otra historia'.

5. En caso de una colisión entre una estrella de neutrones y un agujero, esta estrella no es absorbida instantáneamente en su choque con el horizonte. Mientras, la parte 'fuera' de la estrella puede emitir ondas electromagnéticas, electrones, etc... , llamados 'jets'. El problema es que los agujeros parecen emitir esos jets de manera constante, es decir cuando no hay tales choques. Pero, como he dicho, los artículos parecen evitar hablar de esto. Lo único 'serio' parece venir de Wald cuando dice que no se puede explicar tales jets, lo que para mí significa que existen de tal manera. Como Wald es todavía el 'gran experto' a nivel mundial en relatividad general, tomo en serio lo que dijo en 1984. Si estos jets existen realmente así, me pareció claro que no provienen del agujero ni de lo interno al horizonte, lo que traté de explicar, aunque no excluyo formalmente lo contrario por falta de estudio. Así, 'a partir de' no significa 'emitido desde adentro', me faltó tal vez precisarlo para evitar una confusión en mi definición anterior de big bang, pagina 1.

6. De todas maneras, lo que dice Génesis es correcto porque la 'luz' (radiación electromagnética) se aleja de la oscuridad en caso de los jets de agujeros negros, no veo como negarlo en función de las observaciones. Cuando escribí en 2001 que los jets son responsables de la formación de estrellas, tal vez unos se rieron. Este punto de vista, que me parecía evidente, es ahora confirmado con insistencia por Lawrence Livermore National Laboratory, el más serio que conozco. Dudo que tal visión pueda cambiar, podría hasta ampliarse en próximas observaciones más cercanas al big bang (?). Es la primera confirmación, pero la más importante, de la descripción literal de los jets en Génesis. Recuerdo que Génesis no dice que la luz es atraída por la oscuridad, cuando la luz entra en los agujeros negros. La razón es sencilla, esta luz no participa en la formación del universo, entonces Génesis no habla de ella (no complica algo sencillo). Además, según otra observación, de enorme importancia, pareciera existir electrones en los jets, entonces materia masiva (delicado verificarlo con certeza absoluta ?), lo que evitaría tener que explicar la materialización de radiación en materia masiva sin antimateria. Si falta 'destapar más el tamal', lo más importante parecería haber salido.
En conclusión, aunque bastante comprimida, repito que se debe verificarlo seriamente porque la formación eventual de electrones en "black hole jets" sería un elemento clave, en comparación del cual mi larga digresión sólo parecería una pálida extensión de lo que precisó el rabino de la región de Boston.


NB.- 
La inclusión de la explicación en párrafo azul ha sido introducida por el físico Jacques Chauveheid a objeto de hacer coincidir su explicación de la Creación del Universo ( publicada originalmente en 2002) interpretando el libro Génesis de la Biblia con el ultimo informe de NASA publicado el 25 de junio de 2011.

sábado, 25 de junio de 2011

Tierra seria de materia distinta al resto del Sistema Solar

Unas minúsculas muestras de materia extraterrestres, átomos solares capturados por una sonda espacial a 1,5 millones de kilómetros de la Tierra, han mostrado que hay sutiles diferencias entre el Sol y los cuerpos como nuestro planeta, la Luna o los meteoritos. Todos ellos "son anómalos al compararlos con la composición de la nube de la que se formó el Sistema Solar", señala el especialista Bernard Marty. "La comprensión de la causa de tal heterogeneidad tendrá un impacto importante en nuestra perspectiva de la formación del Sistema Solar".
Misión Genesis
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Ilustración de la sonda espacial Génesis que capturó muestras de viento solar a 1.500 millones de kilómetros de la Tierra.- NASA
Accidentado regreso a la Tierra
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La cápsula que trajo a la Tierra las muestras de viento solar de la misión Genesis quedó parcialmente destruida por un fallo del paracaídas, en 2004.- NASA

La noticia en otros webs

Para hacer estas comparaciones mediante análisis en los laboratorios había que salir al espacio a capturar muestras de átomos extraterrestres. Ese fue el objetivo de la misión Genesis de la NASA, cuyos resultados, rodeados de incertidumbre por la accidentada recuperación de las muestras, se presentan ahora en la revista Science. "El Sol tiene más del 99% de la materia del Sistema Solar, así que es una buena idea conocer mejor de qué esta hecho", dice el investigador principal de la misión, Don Burnett (del Instituto Tecnológico de California). Con sus resultados, "se da respuesta a algunas cuestiones importantes y, como en todas las misiones de éxito, se generan muchas más", añade.
La Genesis, de 630 kilogramos, fue lanzada al espacio en 2000 y situada en un punto de equilibro gravitatorio entre el Sol y la Tierra denominado Lagrange 1, a unos 1.500 millones de kilómetros de la Tierra. Allí estuvo 886 días capturando, con unos paneles que desplegó, átomos del viento solar, es decir, partículas cargadas eyectadas por la atmósfera de la estrella. En L1 la sonda estaba muy alejada de los efectos de la atmósfera terrestre y de sus campos magnéticos. Todo fue bien en la misión durante la fase de cosecha y regreso a casa, pero el aterrizaje de la cápsula con las muestras, en 2004, fue demasiado brusco: no se abrió debidamente el paracaídas que tenía que suavizar la caída de dicha cápsula y esta se estrelló en el suelo de Utha (EEUU), donde estaba desplegado todo el dispositivo de recuperación de las partículas del Sol. La misión costó 150 millones de euros.
Los expertos pensaron que parte del botín podía haberse salvado de la contaminación terrestre, pese a que casi todos los colectores de viento solar se habían roto en el impacto en Utha. En concreto, un instrumento diseñado por científicos del Laboratorio Nacional de Los Álamos llevaba unos colectores especiales donde se acumularon partículas de viento solar y se habían salvado. Los análisis de las muestras han permitido medir los contenidos de oxígeno y de nitrógeno que ahora se presentan.
"El colapso gravitatorio de un fragmento de una nube molecular, hace 4.570 millones de años, formó un disco de acreación de gas y de polvo, la nubulosa solar, a partir de la cual se formaron el Sol y los planetas", recuerdan Kevin McKeegan (Universidad de California, Los Ángeles) y sus colegas en Science. La composición de la materia ese disco sería prácticamente homogénea, por lo que los científicos se sorprenden ahora de las diferencias entre el Sol y la Tierra, aunque ligeras, descubiertas con los análisis de la Génesis.
El oxígeno y el nitrógeno son los elementos tercero y sexto, respectivamente, por abundancia en el Sistema Solar, recuerda en Science Robert N. Clayton (Universidad de Chicago). El aire en la Tierra contiene tres tipos de átomos de oxígenos, quese diferencian por el número de neutrones que continente en su núcleo, y aunque casi el 100% del oxígeno del Sistema Solar es O16, también hay pequeñas cantidades de los llamados isótopos O17 y O18.
La pista de las diferencias entre el Sol y los planetas terrestres está en la proporción de esos isótopos: los científicos que han analizado las muestras de Genesis han descubierto que el porcentaje de O16 en la estrella es ligeramente superior que en la Tierra, la Luna y los meteoritos, mientras que el porcentaje de los otros isótopos O17 y O18 es ligeramente inferior. En cuanto al nitrógeno, en el Sistema Solar casi el 100% es N14, pero también hay pequeñas cantidades de N15 y los resultados de esta misión espacial indican que en el Sol hay un poco más de N-14 y menos N-15 que en la Tierra; la composición del nitrógeno en Júpiter es igual a la solar.
"La implicación de estos resultados es que nosotros no nos formamos de los mismos materiales de la nube que dio origen al Sol, pero está por descubrir por qué y cómo", afirma McKeegan (Universidad de California en los Ángeles)..
"Las variaciones de las abundancias de los isótopos estables se han estudiado en muestras del Sistema Solar (de la Tierra, de la Luna y de meteoritos), pero la interpretación de esta información se ha visto frustrada por la falta de conocimiento preciso acerca de las abundancias de isótopos en el material inicial a partir del cual evolucionaron los elementos", señala Clayton. A la vista de los nuevos resultados la conclusión de este experto es que "la Tierra no se hizo de los materiales promedio del Sistema Solar".

Una gran sorpresa desde los límites del sistema solar

Una gran sorpresa desde los límites del sistema solar

Junio 9, 2011: Las sondas Voyager (Viajero, en idioma español), de la NASA, están dirigiéndose verdaderamente hacia donde nadie ha ido antes. Deslizándose en silencio hacia las estrellas, a 14.500 millones de kilómetros (9.000 millones de millas) de la Tierra, transmiten las novedades de los sitios más distantes e inexplorados del sistema solar.
Los científicos que se encuentran a cargo de la misión dicen que las sondas acaban de enviarnos asombrosas noticias.
El sitio en el que se encuentran ambas sondas está repleto de burbujas.
"Aparentemente, las sondas Voyager han ingresado a un extraño reino de burbujas magnéticas que se asemejan a la espuma", dice la astrónoma Merav Opher, de la Universidad de Boston. "Esto es absolutamente sorprendente".
Big Surprise (splash, 550px)
Un vídeo de la NASA (en idioma inglés) muestra cómo podrían formarse las burbujas magnéticas en los confines del sistema solar.
Según los modelos producidos por computadora, estas burbujas son muy grandes; se extienden alrededor de 160 millones de kilómetros (100 millones de millas) de lado a lado, de manera que a las veloces sondas les tomaría varias semanas atravesar solamente una de ellas. La sonda Voyager 1 entró en la "zona espumosa" alrededor del año 2007, y la nave Voyager 2 le siguió alrededor de un año más tarde. Al principio, los científicos no entendían qué era lo que las naves Voyager estaban detectando, pero ahora se han formado una buena idea de lo que es.
"El campo magnético del Sol se extiende hasta los límites del sistema solar", explica Opher. "Debido a que el Sol gira sobre su propio eje, el campo magnético se enrolla y se pliega, como si fuera la falda de una bailarina. Muy lejos del Sol, donde las naves Voyager se encuentran ahora, los pliegues de la falda se aplastan unos contra otros".
Cuando un campo magnético se dobla de esta manera tan severa, pueden ocurrir cosas muy interesantes. Las líneas de fuerza magnética se entrecruzan y se "reconectan". (La reconexión magnética es el mismo proceso energético que causa las llamaradas solares.) Estos pliegues de la falda se reorganizan, algunas veces de manera explosiva, hasta formar burbujas magnéticas que parecen espuma.
Big Surprise (bubbles, 200px)
Las burbujas magnéticas que se encuentran en los límites del sistema solar tienen un ancho de alrededor de 160 millones de kilómetros (100 millones de millas), el cual es similar a la distancia que hay entre la Tierra y el Sol. [Más información] Referencia: "AU": Astronomical Unit ("UA": Unidad Astronómica, en idioma español).
"Nunca esperamos encontrar esta espuma en el borde del sistema solar, ¡pero allí está!", dice Jim Drake, quien es físico y colega de Opher en la Universidad de Maryland.
Las teorías vigentes, las cuales datan de la década de 1950, predicen un escenario muy diferente: Se supone que el distante campo magnético del Sol debería curvarse en arcos relativamente suaves, hasta plegarse lo suficiente como para acoplarse de vuelta con el Sol. Pero estas burbujas parecen ser independientes y estar sustancialmente desconectadas del resto del campo magnético solar.
Las lecturas proporcionadas por los detectores de partículas energéticas sugieren que las sondas Voyager ocasionalmente entran y salen de esta espuma magnética, de manera que podría haber regiones en las cuales las viejas ideas todavía son válidas. Pero no cabe duda de que los antiguos modelos, por sí solos, no pueden explicar lo que han encontrado las sondas Voyager.
"Aún estamos tratando de descifrar las implicancias de estos descubrimientos", dice Drake.
La estructura del distante campo magnético solar, es decir, la cuestión de si se asemeja a la espuma o no, es de vital importancia científica, pues define cómo interaccionamos con el resto de la galaxia. Los investigadores llaman "heliofunda" a la región en la que se encuentran las naves Voyager. Esencialmente, es la frontera entre el sistema solar y el resto de la Vía Láctea. Muchas cosas intentan cruzarla: nubes interestelares, nudos del campo magnético galáctico y rayos cósmicos, entre otras. ¿Encontrarán estos intrusos una zona de burbujas magnéticas desordenadas (la nueva visión) o un racimo de apacibles líneas de campo magnético que conducen hasta el Sol (la vieja visión)?
Big Surprise (oldvsnew, 550px)
La vieja y la nueva visión de la heliofunda. Las espirales rojas y azules son las líneas de campo magnético curvándose suavemente, como lo predicen los modelos ortodoxos. Los nuevos datos proporcionados por las sondas Voyager agregan una espuma magnética a la historia (ver recuadro). Imágenes ampliadas: vieja, nueva.
El caso de los rayos cósmicos es ilustrativo. Los rayos cósmicos galácticos son partículas subatómicas que son aceleradas por agujeros negros distantes y explosiones de supernova hasta alcanzar velocidades cercanas a la de la luz. Cuando estas balas de cañón miscroscópicas intentan ingresar al sistema solar, deben abrirse camino a través de las líneas de campo magnético del Sol para alcanzar los planetas interiores.
"Estas burbujas magnéticas podrían ser nuestra primera línea de defensa contra los rayos cósmicos", comenta Opher. "Aún no sabemos si esto es bueno o no".
Por un lado, las burbujas parecen ser escudos muy porosos, los cuales permiten que muchos rayos cósmicos escapen a través de los agujeros. Pero por otro lado, los rayos cósmicos podrían quedar atrapados en el interior de las burbujas, lo cual convertiría a la espuma magnética en un muy buen escudo.
"Probablemente descubriremos cuál de estas posibilidades es la correcta cuando las sondas Voyager se adentren en la espuma y conozcan más sobre su estructura1", dice Opher. "Esto es sólo el comienzo, y pronostico que habrá más sorpresas".
Créditos y Contactos
Autor: Dr. Tony Phillips
Funcionaria Responsable de NASA: Ruth Netting
Editor de Producción: Dr. Tony Phillips
Traducción al Español: Juan C. Toledo
Editora en Español: Angela Atadía de Borghetti
Formato: Juan C. Toledo

Más información
Nota al pie:1Hasta el momento, la mayor parte de la evidencia proviene de las mediciones de partículas energéticas y de las mediciones del flujo realizadas por las naves Voyager. También es posible obtener información de las observaciones del campo magnético que llevaron a cabo las sondas Voyager, y algunos de los datos ya recogidos son muy sugerentes. Sin embargo, debido a que el campo magnético es tán débil, toma mucho más tiempo analizar los datos con el cuidado necesario. Por lo tanto, desentrañar las características magnéticas de las burbujas en los datos proporcionados por las sondas Voyager es un trabajo que está aún en proceso.
Misión Interestelar Voyager —(en idioma inglés)

domingo, 5 de junio de 2011

¿Afecta a la fe cristiana que haya extraterrestres?

¿Afecta a la fe cristiana que haya extraterrestres?

Hace 16 horas
Por Julio de la Vega-Hazas Ramírez*
MADRID, sábado 4 de junio de 2011 (ZENIT.org).- La astronomía y astrofísica no pueden por sí mismas demostrar ni la existencia ni la inexistencia de Dios. Su método empírico se lo impide. Pero una cosa es la astronomía, y otra el astrónomo. Éste puede reflexionar a partir de su ciencia –lo cual, se dé cuenta o no, le hace salir de la misma y entrar en terreno filosófico–, y, como ser humano, tiene sus creencias y sus ideas. Tiene su propia cosmovisión, en la que las distintas teorías astronómicas encajan mejor o peor. Por eso, hay teorías que, por lo que se ve, aunque no demuestran nada al respecto inclinan a pensar en un Dios creador o en un universo autosuficiente que no necesita de ser trascendente alguno. Aquí hay un trasfondo que condiciona, más de lo que parece, la información que se da sobre estas materias.
Cuando Einstein publicó su teoría de la relatividad, todo el mundo científico pensaba en un universo estático, que de por sí existiría “desde siempre” y duraría indefinidamente. Einstein lo concibió como limitado en tamaño, pero seguía siendo estático. Georges Lemaître, un astrofísico belga que desarrollaba las teorías de Einstein, fue el primero que empezó a hablar de un universo en expansión, lo que Einstein no aceptaba. Y, en 1931, en una conferencia que había sido invitado a dar en Londres, Lemaître dio un paso más, proponiendo que el universo se expandía de un punto inicial, que denominó átomo primigenio. De inicio no se aceptó muy bien en la comunidad científica. En una entrevista radiofónica de la BBC, un prestigioso astrónomo y futuro premio Nobel, Fred Hoyle, la descalificó acuñando un término que sonaba despectivo: el Big Bang. Durante varios años lo utilizaron los “estaticistas”, quienes rechazaban la nueva teoría.
Desde el principio la polémica tuvo resonancias que rebasaban el ámbito de la astronomía y entraban en el de las creencias. No parecía casualidad que Lemaître fuera, además de científico, sacerdote católico, Hoyle un ateo convencido, y Einstein se inclinara por un etéreo panteísmo. El mismo Lemaître encendió la mecha cuando, en su exposición, calificó su teoría como “el huevo cósmico explotando en el momento de la creación”. Años después, con los ánimos más serenos, la madurez científica de los protagonistas y el Big Bang cada vez más confirmado por los datos obtenidos –el último que faltaba tardó en llegar hasta los años 60–, los tres cambiaron. Lemaître dejó su teoría en su preciso lugar declarando que no podía considerarse una demostración de la creación. Einstein pronto se rindió a la matemática del modelo de Lemaître y rectificó su propia teoría (calificó la constante que había introducido para preservar el modelo estático como el gran error de su vida). Hoyle, por otros derroteros, acabó por afirmar que el universo estaba tan ajustadamente sintonizado para permitir la vida inteligente que había que admitir una mente superior y trascendente.
Pero estas muestras de honradez intelectual no cambiaron el panorama general en bastantes años. El modelo “dinámico” del Big Bang inclinaba a admitir la creación divina, el “estático” a rechazarla. De ahí que, por regla general, los astrónomos ateos se aferraran al modelo estático. Conforme la teoría de Lemaître se precisaba (hoy se calcula que el Big Bang tuvo lugar hace unos 13.700 millones de años) y se demostraban sus implicaciones, se buscaron nociones que la hicieran compatible con un universo de duración indefinida. Esto cuajó en una visión según la cual el universo estaba en continuo proceso de expansión y contracción: la concentración motivaría la explosión, la gravedad volvería a contraer lo expandido; una especie de traslación al terreno astronómico del “eterno retorno” de los antiguos griegos, para quienes no cabían dudas de que el universo era eterno.
Los últimos descubrimientos no permiten sostener este modelo de continua expansión–contracción. El universo se expande aceleradamente, cuando para esta teoría tendría que ser al revés, o sea, deceleradamente. Lo cierto es que no se encuentra hoy por hoy explicación a este fenómeno, pero no es menos cierto que la realidad es ésa. Un último refugio del estaticismo lo constituye la idea de que puede haber un número indefinido de universos, entre los que de algún modo se compensen sus dinámicas para dar lugar a un resultado que “está ahí” desde siempre. Pero esto ya es muy poco científico. No es que sólo conozcamos este universo, es que no resulta posible conocer ningún otro, exista o no, por lo que se trata de una teoría insostenible desde un punto de vista científico y, lo que es peor para sus defensores, resulta muy fácil advertirlo. Por esta razón se está diluyendo cada vez más este punto de vista, y se admite pacíficamente el Big Bang –término que ya no se usa despectivamente en absoluto–. ¿Y antes de esos 13.700 millones de años qué había? Un “no se sabe” es científicamente correcto y neutro en cuanto a las creencias, por lo que es aceptable para todos. Uno verá ahí la creación; otro, el punto inicial de una evolución que por encontrar una explicación integral en la ciencia no necesita de la figura de Dios para dar razón de sí.
La cuestión de una visión cósmica que de alguna manera apoye la creencia en Dios o tienda a desmentirla se tenía que trasladar a otro lado, y lo ha hecho a la cuestión de si hay vida extraterrestre, sobre todo vida inteligente. En la actualidad, los avances en la observación espacial y en el procesamiento de los datos de esa observación permiten expandir nuestros conocimientos. La tierra, nuestro hogar, aparece cada vez más como un lugar minúsculo en el universo. En nuestra galaxia, la Vía Láctea, se estima que hay entre doscientos y cuatrocientos mil millones de estrellas (no todas son detectables), y sólo es una entre unos doscientos mil millones de galaxias. Parece un poco pretencioso, con estos números, afirmar que no hay más planetas habitables y no hay vida fuera de la tierra. Y, entre esa vida, en algún caso tendría que haber vida compleja como la nuestra,
¿Qué significa eso? Para más de uno, y sobre todo para muchos divulgadores de la ciencia –los científicos auténticos son más rigurosos– significa que se comprueba la falsedad de las religiones cuando colocan a la tierra o al sol en el centro del universo, que se hace difícil sostener que la creación ha sido hecha para el hombre, y que deja de tener sentido mantener la condición privilegiada que tiene el hombre en su relación con Dios. Esto último es particularmente importante con el cristianismo y el plan redentor divino que sostiene. ¿Habría que admitir que Dios se habría encarnado también en otro tipo de seres inteligentes? Y si no es así, ¿por qué iba a resultar el hombre privilegiado con respecto a otros seres posiblemente más inteligentes? De ahí que, quienes desean ver una ciencia que destruya la religión (sobre todo el cristianismo, y entre todo el cristianismo el católico en primer lugar), tengan verdadera prisa en que los descubrimientos confirmen su visión, y que aparezca vida. Se difunde así la creencia –porque eso es– de que esos hallazgos son inminentes, al menos los primeros indicios. No es raro que, al trasladarse algo nuevo a la prensa, se distorsione la información en este sentido.
Podemos poner un par de ejemplos. En 2007 se descubrió agua en un exoplaneta (un planeta que orbita una estrella distinta del sol) conocido por la referencia HD 209458b. Gran parte de la prensa dio la noticia como si por fin se hubiera descubierto un serio candidato a la vida, pues se necesita agua para la vida; además, la estrella (HD 209458a) es parecida al Sol. Si se buscaba más información –o se tomaba uno la molestia de leer el detalle de la noticia, según los casos–, el paisaje cambiaba mucho. Se trataba de un tipo de planeta conocido como “Júpiter caliente”: una gran bola gaseosa algo menor que Júpiter orbitando tan cerca de su estrella que su año era de apenas tres días y medio. Su cercanía a la estrella producía una temperatura de unos mil grados centígrados en su superficie, y que perdiera masa proyectando gas al espacio. En ese gas se había detectado algo de agua gaseosa –el descubrimiento era haberse podido hacer esa detección por primera vez–, pero el conjunto resultaba un entorno particularmente hostil a todo tipo de vida, tanto o más que, por ejemplo, en un cometa, que suele contener mucha agua, en este caso en forma de hielo.
El otro ejemplo es el descubrimiento, en diciembre de 2009, del exoplaneta GJ 1214b. Fue presentado por sus descubridores como una “supertierra”, término que designa planetas rocosos –o sea, como el nuestro– de mayor tamaño que la Tierra, en este caso de masa unas seis veces mayor que la terrestre, y un diámetro dos y medio veces mayor. El que dijeran que es lo más parecido a la Tierra descubierto hasta la fecha se tradujo en la prensa como el hallazgo de un planeta como la Tierra, lo cual no es lo mismo, e incluso que era posible o incluso probable que sostuviera vida. No se reparó mucho en que el tamaño de la estrella, mucho más pequeña que el Sol, convertía esa probabilidad en bastante improbable, pues para recibir la energía necesaria el planeta tiene que estar tan cercano que gira presentando siempre la misma cara a la estrella –como la Luna respecto a la Tierra–, y se expone a llamaradas como las producidas por el Sol, que tendrían un efecto mortífero al estar mucho más cerca los dos cuerpos. Pero, una vez pasadas las sensacionales –o sensacionalistas– cabeceras de los periódicos, las críticas de la comunidad científica dejaron más en evidencia lo afirmado a bombo y platillo. Con los datos que se aportaban, el planeta podía ser una supertierra, pero también podía ser un “minineptuno”, un planeta gaseoso con núcleo rocoso, como Neptuno pero de menor tamaño (era posible también alguna otra configuración). Después se puso en evidencia que el anuncio fue prematuro, aunque más tarde se confirmara. Todo esto da una cierta idea de cómo la auténtica ansia por encontrar vida extraterrestre distorsiona con enorme facilidad las noticias que salen a la luz pública y puedan tener una mínima relación con el tema.
¿Pero qué sabemos en realidad de la vida extraterrestre? O, mejor dicho, puesto que todavía no se ha encontrado nada, ¿qué expectativas razonables tenemos de encontrarla? Es famosa la frase del físico nuclear Enrico Fermi, pocos años después de la última guerra mundial: “Si hay extraterrestres… ¿dónde están?” No se puede contestar con certeza, pero sí se puede decir que, conforme la ciencia avanza, tendríamos que situarlos cada vez más lejos. Desde siempre, la imaginación humana ha situado la posibilidad de otros seres habitando los astros observados. Pero de entre todos los lugares posibles hay uno que ha destacado con mucha diferencia sobre el resto: Marte. Hace apenas un siglo, en 1908, apareció un libro escrito por un divulgador científico: Mars as the Abode of Life (“Marte como un lugar de vida”) del norteamericano Percival Lowell. Desde el observatorio de Marte que se había hecho construir en Arizona, describía a Marte como un lugar de vida, con sus canales de irrigación con los que la avanzada civilización que allí vivía había convertido el planeta en un vergel. Los “canales” habían sido observados por el italiano Schiaparelli, pero sin llegar a esas deducciones. El término italiano canali puede traducirse al inglés tanto como channels como por canals, siendo la diferencia el que la primera palabra se refiere a accidentes naturales, y la segunda a construcciones humanas. Lowell no dudó en utilizar la segunda. La comunidad científica recibió el libro con bastante escepticismo, pero eso no obstó para que las tesis de Lowell se impusieran en la opinión pública, y, lo que es más sorprendente aún, en la divulgación científica, que despertaba el interés del público con los misteriosos canales. Ese mismo año se publicó el artículo titulado The Things that Live in Mars (“Las cosas que viven en Marte”), del inglés Herbert Wells. Aunque sostenía que el contenido, una somera descripción de flora y fauna marcianas, se basaba en el razonamiento científico, se trataba de un escritor de ciencia ficción. Y los científicos no le tomaron en serio. Pero se hizo ilustrar el artículo por un dibujante, y los dibujos de unos marcianos altos, flacos y verdes calaron hondo en lo que hoy llamaríamos el imaginario popular. Cuando en 1938 Orson Welles desató el pánico con una descripción radiofónica de la invasión marciana –sacada de una novela de Wells–, indirectamente dio buena muestra de lo profundamente que había arraigado en la gente la figura de los marcianos.
Toda esta visión se vino abajo a partir de 1965, cuando la primera sonda Mariner –el Mariner 4– empezó a transmitir fotografías de Marte, seguida en los años sucesivos por otras sondas Mariner y Viking. Marte era árido, sin rastro de vida, y el único “canal” encontrado fue un enorme cañón ramificado de 4.500 kilómetros de longitud junto al ecuador marciano que en honor de la sonda descubridora ha recibido el nombre de Valles Marineris. De todas formas, los que esperaban encontrar vida no se han rendido. Marte es el único planeta que está cerca, comparte con la Tierra bastantes propiedades favorables al desarrollo de la vida, y permite ser explorado y analizado. Cualquier descubrimiento que pareciera favorable se ha anunciado con grandes titulares; los contrarios, en letra pequeña o no se han anunciado. Así, por ejemplo, sucedió con un meteorito marciano descubierto en la Antártida en 1984 (ALH84001), que contenía lo que parecía ser restos fósiles de una microbacteria. Ahora se tiene por algo no concluyente, y no sólo por la posibilidad de contaminación terrestre de la piedra, sino sobre todo porque la estructura hallada puede tener origen geológico y no biológico; aquí, como en otros lugares, el término “compuesto orgánico” se presta a equívocos, pues se aplica incluso a cualquier hidrocarburo incluido el más sencillo, el metano, un simple compuesto de carbono e hidrógeno muy común en objetos siderales en donde no hay vida ni la ha podido haber nunca (lo hay, por ejemplo, en Júpiter, y en Titán, satélite de Saturno, incluso llueve metano). También han merecido destacados titulares las pruebas de la existencia actual de agua helada en el subsuelo y de agua superficial en el pasado –aparte de la que queda hoy en los polos–. Pero con menos énfasis se han anunciado resultados de análisis de suelo cuyo resultado es muy desfavorable para albergar vida. El agua es necesaria para la vida, pero no suficiente. Lo cierto es que cada vez sabemos más de Marte, y no aparece rastro de vida por ninguna parte.
Fuera de la Tierra, Marte es, con diferencia, el lugar más apto para acoger vida dentro de nuestro sistema solar. Venus, teóricamente en buena posición, es, con sus 500 grados centígrados de temperatura y cien atmósferas de presión, un lugar mucho más hostil, sin apenas esperanzas. Por lo demás, se han buscado lugares en los entresijos del sistema solar –sobre todo algunos satélites de Júpiter como Europa, cubierta por un oceano de agua bajo un casquete de hielo–, y los resultados por el momento han hecho las delicias de los geólogos, pero no han dado nada a los biólogos. Las esperanzas de encontrar algún tipo de vida elemental –los tipos más sofisticados están ya descartados– en el sistema solar se desvanecen.
Son los descubrimientos científicos los que han empujado a buscar esa vida fuera. Pero “fuera” es muy lejos. Las estrellas más cercanas son las tres que forman el grupo Alfa Centauro. La más cercana, llamada por eso Próxima (Proxima Centauri) es demasiado pequeña para tener esperanzas fundadas y no se le han detectado planetas, pero, en cualquier caso, está a 4.2 años–luz de nosotros. La sonda más rápida lanzada hasta el momento, Voyager I, que ya ha traspasado la zona planetaria y se dirige al espacio interestelar, viaja a unos 17 kilómetros por segundo. A esa velocidad, una sonda necesitaría unos 75.000 años para alcanzar Próxima. De las otras dos del grupo, un poco más lejanas, Alfa Centauro A es muy parecida al Sol, pero forma un sistema binario con Alfa Centauro B, un poco más pequeña, lo que significa que orbitan entre sí, lo cual casi con seguridad distorsionaría una órbita de planeta lo necesariamente estable y circular como para albergar vida. Para encontrar una estrella apta para albergar un planeta con vida hay que mirar a Épsilon Eridani, a 10.5 años luz, aunque, si se confirma la existencia de un planeta tipo Júpiter orbitando de forma elíptica la estrella, se dificultaría seriamente la posibilidad de un planeta con una órbita más circular como el nuestro, y con ello la posibilidad de encontrar algún viviente. En un radio que llegue a 16 años luz encontramos dos estrellas candidatas, pero dos tienen bastante menos condiciones que el Sol: una, Tau Ceti (11.8 años luz) tiene demasiado pocos elementos más pesados que el helio como para poder encontrar planetas rocosos en los alrededores; la otra, Groombridge 1618 (15.8 años luz), parece –está sin confirmar aún– que tiene un planeta gaseoso de masa al menos cuatro veces la de Júpiter en un borde de la llamada “zona habitable” (donde puede haber agua líquida), y si es así no permitiría a otro planeta rocoso más pequeño orbitar tranquila y circularmente en esa zona.
Cada vez descubrimos más. Ya tenemos identificados más de quinientos exoplanetas, y muy pronto rebasaremos los mil. Lógicamente, hemos empezado por lo más fácil, planetas de gran masa –grandes bolas gaseosas que se miden en “Júpiters”– y planetas muy cercanos a la estrella que orbitan. La Tierra, así como cualquier planeta con esperanza de albergar vida, no encaja en ninguna de estas categorías, y de momento no se han detectado planetas del tamaño de la Tierra en una órbita idónea para albergarla. Con todo, se avanza en esta dirección. Ya hay unas 35 supertierras confirmadas, y casi 300 por confirmar, aunque en bastantes casos el método de detección no permite saber si son supertierras o minineptunos. También existen media docena de “tierras” por confirmar; la más segura tiene una masa ligeramente superior a la de la Tierra (1.35), y orbita a una estrella muy parecida al Sol, pero está demasiado pegada a ella (su año dura un poco más de un día), aparte de estar a la ya respetable distancia de 127 años luz. Lo previsible es que aparezcan pronto unos cuantos planetas rocosos de tamaño comparable al nuestro, y que serán anunciados con titulares del estilo de “encontrado un planeta como el nuestro”. Lo que se dirá menos es que la semejanza en solidez y tamaño es sólo un primer requisito, al que deben seguir muchos más. Y menos aún se cae en la cuenta de que todos estos descubrimientos son la cara alegre de la moneda. La otra cara es que conforme más se ha descubierto, más se descarta. Se abren nuevas posibilidades, pero cuanto más se conocen los requisitos necesarios para que se pueda encontrar vida, resulta que cada vez son más numerosos, y cada vez las posibles esperanzas reales están más lejos.
Se podría replicar que, de la misma manera que avanza la detección, puede avanzar el viaje. De momento, eso no es cierto: se ha descubierto mucho en los últimos treinta años, pero Voyager I, lanzado en 1977, sigue siendo el vehículo espacial más rápido (New Horizons, lanzado en 2006, llegó a superarlo por muy poco, pero actualmente viaja a cerca de 16 km/s). Para alcanzar velocidades que realmente permitan explorar un cuerpo celeste ajeno a nuestro sistema solar, hay que cambiar el actual sistema de propulsión, pues el cohete a reacción de propulsión por reacción química –lo que hoy se utiliza– no puede dar mucho más de sí de lo que ya da. Esto se sabe desde hace mucho tiempo, y por eso desde los años 50 ha habido investigaciones en marcha por parte de norteamericanos, rusos y británicos con el fin de hallar sistemas de propulsión alternativos. Los proyectos que contemplaban microrreacciones atómicas en cadena (Nuclear Pulse Propulsion) parecen ya descartados. Más prometedores han sido los motores de chorro de partículas (iones o plasma). Se trata de generar una corriente eléctrica que impulse a gran velocidad partículas, que por reacción muevan el vehículo en dirección contraria, como cualquier cohete. El rendimiento es bajo, pero puede ser continuo, que es lo que hace falta cuando se trata de enviar una sonda a enormes distancias, y lo que no proporciona un cohete convencional. De hecho, rusos y norteamericanos lo han experimentado, aunque solamente para movimientos auxiliares y obteniendo la electricidad de paneles solares. Los americanos declararon satisfactorio su experimento; los rusos –soviéticos entonces– lo habían utilizado antes, no dijeron nada y sencillamente lo abandonaron. El panel solar no sirve conforme se aleja la nave del sol, por lo que habría que sustituirlo por un reactor nuclear. Todo esto no pasa del proyecto, y tendrán que pasar bastantes años hasta que funcione debidamente. Además, por el momento los objetivos marcados no van más allá de una velocidad unas diez veces mayor que la del Voyager. Tendrán que pasar bastantes años hasta conseguir propulsar una sonda que llegue en un tiempo razonable –menos de 100 años– a Próxima.
En cualquier caso, sean cual sean los avances que se realicen en la propulsión y lo que se tarde en obtenerlos, hay un límite absoluto: la velocidad de la luz. Es físicamente imposible superarla. Nada ni nadie puede llegar a Próxima en menos de 4.2 años si saliera hoy. De todas formas, no parece un tiempo excesivo para una sonda emplear cinco años en llegar a una estrella. Es cierto, pero no es claro que sea posible. Los cuerpos pesados celestes rara vez superan los 100 kilómetros por segundo, y el viento solar, consistente en partículas elementales eyectadas por gigantescas explosiones en el Sol, se desplaza a una velocidad media de unos 400 kilómetros por segundo, muy lejos de los 300.000 kilómetros por segundo de la velocidad de la luz. Acerarse a esta velocidad puede suponer desestabilizar los átomos mismos del objeto, y una colisión con una partícula de polvo interestelar, teniendo en cuenta que la energía liberada está en función del cuadrado de la velocidad, parece que resultaría fatal. No hay experiencia alguna, ni natural ni experimental, de una cosa así, y no es nada temerario concluir que, cuanto menos, está todavía muy por encima de nuestras posibilidades. Y eso que hablamos de lanzar sondas no tripuladas. El sueño –vendido en más de una ocasión como algo que no tardará mucho– de colonizar otros mundos se enfría bastante cuando se sabe que un viaje a Marte, que en las condiciones actuales tardaría algo más de un año entre ida y vuelta, pone al límite la resistencia humana a la vida en condiciones de ingravidez.
Hay sin embargo algo que sí viaja a la velocidad de la luz: las ondas de radio en el espacio. Con la premisa de que una civilización avanzada –como la nuestra o más– las utilizaría de un modo u otro, se creó en los años 70 el proyecto SETI (Search for Extra Terrestrial Intelligence, “Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre”). Inicialmente era un proyecto de la NASA, impulsado sobre todo por Carl Sagan, un astrónomo –más divulgador que científico– que por lo demás no ocultaba la pretensión de utilizar los descubrimientos cósmicos como elementos de una apología de un naturalismo ateo. El proyecto consistía –y consiste– en la conexión del mayor número posible de computadores para analizar las señales de ondas provenientes del espacio y encontrar en ellas signos de emisión por parte de seres inteligentes. Con el paso de los años, la falta de resultados ha motivado la progresiva supresión de las subvenciones públicas, y la red ha pasado a ser una red privada de extensión mundial. Ahora cualquiera puede tener un ordenador personal de potencia suficiente en casa, y SETI busca en el gran público tanto fondos como nuevos procesadores que se añadan a la causa. En general, sus varios miles de componentes comparten la ideología y las esperanzas del ya difunto Sagan. Sigue de cerca la exploración espacial, y sabe dónde dirigir con prioridad los radiotelescopios con que puede contar en un momento dado; así, por ejemplo, recientemente se dedicaron 200 horas de radiotelescopio –las de ordenador no se pueden calcular– a enfocar a Épsilon Eridani. El resultado, tanto en este caso como en toda la actividad de SETI, es nulo: no se ha encontrado nada. Esto no prueba la inexistencia de civilizaciones inteligentes –podrían estar en un momento equivalente a nuestro neolítico–, pero sí que, como línea de investigación que consume dinero y recursos, no se sostiene. Quizás constituya en la actualidad la mayor pérdida de tiempo del último medio siglo. Lo cual no obsta para que SETI siga incansablemente buscando recursos financieros y personales con un entusiasmo propio de la más encendida apología. SETI, indudablemente, busca realizar descubrimientos científicos, pero no se mueve por criterios científicos, que exigirían desviar esos recursos a áreas más prometedoras, sino por una convicción: por una fe. Desde el punto de vista científico, lo único que permite concluir es que por aquí “cerca” no se encuentra lo que busca; puede seguir buscando, pero tendrá que ser más lejos, cada vez más lejos.
En esta búsqueda, los cálculos teóricos podrían ser de ayuda. No señalan ningún punto concreto, pero proporcionan una estadística aproximada; en este caso, de cuántos planetas candidatos a albergar vida podemos esperar encontrar en nuestra galaxia. Cuando son los partidarios de encontrar otros mundos habitados quienes tratan del asunto, siempre sale a relucir la llamada ecuación de Drake, llamada así porque la formuló en 1961 Frank Drake, profesor de astronomía en la Universidad de Santa Cruz de California, y uno de los pioneros de SETI. Básicamente su formulación consistía en el producto de una serie de funciones inversas, cada una de un factor necesario para un planeta con vida, sobre el total de estrellas en la galaxia. Por ejemplo, si una de las funciones es el porcentaje de estrellas con planetas (lo es en realidad), y resultara ser, pongamos por caso, la mitad, la función multiplicaría el número total por 1/2; o. dicho de otro modo, reduciría el número barajado hasta su mitad. Para el profano suena altisonante: ¿quién va a contradecir una formulación matemática elaborada por un astrónomo? El profesional piensa de otra forma: no se trata de contradecir nada, sino sencillamente de aclarar que esa ecuación se limita a plantear el problema según los conocimientos del momento, sin resolver nada. No es que sea incorrecta, lo que ocurre es que, si supiéramos bien qué funciones hay que aplicar y cuáles son los porcentajes, el problema podría resolverlo cualquier escolar de catorce años. La ecuación combina una serie de factores de los que no conocemos su valor exacto; y peor todavía, ni siquiera sabemos si tenemos todos los factores que deben ser tenidos en cuenta. De hecho, desde su primera formulación han variado mucho las dos cosas. Como señalaba un crítico un tanto ácidamente, “la ecuación de Drake consiste en un gran número de probabilidades multiplicadas juntas, Al tener garantías de que cada factor da una cifra entre el 0 y el 1, el resultado asimismo garantizado es un número que suena razonable entre el 0 y el 1. Por desgracia, todas las probabilidades son completamente desconocidas, dando un resultado peor que inútil” (por resultado final se refiere al cociente que hay que aplicar al número total de estrellas). Según se tomen las variables, puede dar desde los 100.000 planetas con vida inteligente que en un principio anunciaba Sagan –luego rebajó el número–, hasta menos de 1. Desde que Drake formuló su teoría, ésta ha cambiado mucho, pero siempre en un sentido: reduciendo las posibilidades. Hay factores cuya cifra sigue sin saberse a ciencia cierta como el número de planetas habitables por estrella con planetas, pero de lo que cabe poca duda con los conocimientos actuales es que la cifra que debe colocarse no es 2 como estimaba Drake, sino mucho menos. Algún otro factor, como que las galaxias mismas tienen zonas habitables y zonas hostiles a la vida, ni se podía pensar entonces. Lo cierto es que los descubrimientos lo que hacen es añadir más factores a la ecuación, con lo que el número resultante disminuye conforme se sabe más. No es precisamente una buena noticia para los buscadores de alienígenas.
La ciencia no es optimista ni pesimista, simplemente sabe lo que sabe. Y sobre los cuerpos celestes cada vez sabe más. Pero es un saber más que descarta muchas expectativas, las cuales, sean sostenidas por el gran público o por los científicos, no son propiamente ciencia, aunque la estimulen. Lo que de verdad se sabe tiene la tendencia a alejar la posible vida extraterrestre de la Tierra, y a considerarla como bastante más escasa –si es que la hay– de lo que se pensaba hasta el momento. La pretensión de encontrar esa vida en fechas próximas y de pensar que cada vez nos acercamos más a ese descubrimiento no obedecen a lo que muestra la ciencia, sino más bien al deseo de que suceda así. ¿Qué causa este deseo? En primer lugar el hecho de que el sensacionalismo vende. Muchos de los descubrimientos que son apasionantes para los especialistas resultan aburridos para el gran público. Hay que buscar algo que interese, y así se explican titulares como el de una revista de supuesta divulgación científica que anunciaba que pronto podremos comer lechugas cultivadas en Marte, algo que, se mire por donde se mire, es científicamente un desatino. También puede contribuir a este fenómeno el que, en cierto modo, gracias a la rapidez de los viajes y también a las salidas al espacio exterior, nuestro mundo se nos ha hecho pequeño, y queremos buscar algo útil fuera del mismo. Pero hay que contar también con ideologías como la de Sagan o parecidas, según las cuales la “vulgaridad” de nuestra condición en el cosmos prueba la falsedad de religiones como –o sobre todo– el cristianismo, que sostiene una situación privilegiada del ser humano tanto con respecto al universo como en su relación con Dios. De paso, daría lugar a un universo que se explica en su totalidad por sí mismo, y no necesita de Dios ni para existir ni para ser como es.
Desde luego, lo que la ciencia muestra con claridad es que ni la Tierra ni el hombre son una vulgaridad cósmica. Somos más bien un bicho raro, pero eso no zanja la cuestión, pues de lo que se trata es de ver si hay más bichos raros, y la repercusión religiosa que eso pueda tener. Lo primero es fácil de responder: habría que conocer al detalle el universo entero para dar una respuesta cierta, lo cual está muy lejos de nuestras posibilidades actuales (las futuras no las conocemos). La conclusión es clara: no lo sabemos.
Lo segundo es más complicado, y requiere una aclaración previa: ¿de qué religión hablamos? No vale con responder que el cristianismo, pues lo hay de varios tipos, y en este terreno la diferencia es importante. Muchos de los que contraponen religión y ciencia dirigen sus principales ataques al catolicismo, pero, especialmente en los Estados Unidos, parece que lo que tienen en mente cuando se refieren al cristianismo es más bien el protestantismo evangélico.
En los medios evangélicos la réplica al naturalismo ateo es la llamada teoría del diseño inteligente (Intelligent Design). Nació en los años 20 como contraposición al evolucionismo darwinista. Su tesis es que la biología respondía a un diseño tan complejo y ajustado que no podía proceder de un mecanismo ciego como la selección natural; como en el caso del ejemplo clásico del reloj, la comprobación de su sofisticado mecanismo no permitía otra opción como causa que la de un relojero inteligente. La teoría tenía un trasfondo: el literalismo bíblico. Si se descalificaba una explicación cientifista era para dejar cabida a un creacionismo “instantáneo”, el que se lee en el primer capítulo del Génesis. Por lógica, este argumento se tenía que trasladar a otras áreas del saber, como la astrofísica y astronomía. Aquí no resultaba tan convincente el argumento, pero el Génesis habla de que la Tierra apareció más o menos como está ahora en menos de una semana, y no en algo más de 10.000 millones de años como sostienen los cálculos contemporáneos.
Posiblemente el peor efecto de la teoría del diseño inteligente fue el implícito de que había que elegir entre las dos posiciones: o Darwin tenía razón, o la tenían ellos. En realidad, no la tenía ninguno. Hoy ningún evolucionista ve en la selección natural de Darwin la explicación última de la evolución de la vida. Pero la teoría del diseño inteligente, tal como se formulaba, tampoco resultaba muy aceptable. Al fin y al cabo, cualquier hembra animal preñada genera una estructura biológica muy compleja, es causa suya, y no es inteligente ni es consciente de esa complejidad. Con esto se quiere decir que remontar la causa última del universo y la vida a un ser supremo inteligente no descarta la existencia de verdaderas causas más inmediatas no necesariamente inteligentes, que son objeto del estudio de la ciencia natural. Aunque cuando el enemigo es la selección natural de Darwin el diseño inteligente tenga su atractivo, no deja por ello de no distinguir bien entre los diversos planos de causalidad, y la tendencia de atribuir a una acción directa de Dios cualquier fenómeno natural del que carecemos de explicación. O sea, si la ciencia no consigue explicarse algo, es que ha tenido que haber una intervención directa de Dios. Pero eso tiene poco peso, incluso desde el punto de vista religioso: el actuar divino no puede depender de lo que nosotros sepamos. Y es que, en el fondo, estamos ante un argumento teológico disfrazado: lo que en el fondo quiere decir es que, a falta de una explicación científica razonable, hay que dar la razón al Génesis.
Es un error incluir a Santo Tomás de Aquino entre los defensores de un diseño inteligente tal como aquí se expone. Tomás era teólogo pero también, particularmente en este punto, era un metafísico. Distingue bien. Sostiene que el orden del universo manifiesta una racionalidad que remite a su creador, pero éste es causa última que manifiesta mejor su poder dejando obrar a lo que llamaba “causas segundas”, que son las que estudia la ciencia. La ciencia ayuda a descubrir a Dios precisamente porque estudia la racionalidad del universo, pero Dios no sustituye a la ciencia, ni completa sus posibles lagunas. No es la ciencia natural la que demuestra la existencia de Dios: su método la limita a no poder salir de lo material. Es la reflexión a partir de la ciencia y de la observación del mundo lo que permite descubrir a Dios con la razón: es la filosofía (y hoy añadiríamos: la metafísica y la filosofía de la ciencia). Un protestante evangélico difícilmente puede aceptar eso, por el rechazo que el protestantismo tiene de la filosofía. La antropología de Lutero y Calvino era la de un ser humano corrompido en lo más profundo de su espíritu, del que por tanto no se podía esperar nada en el ejercicio de su razón especulativa. La filosofía, su máximo exponente, no sirve para nada concluyente. Así que tiene que ser en el ámbito mismo de lo directamente observable –la ciencia está ahí– donde tiene que sacar sus argumentos. Como Dios es trascendente, ese mismo pesimismo antropológico invalida cualquier salto racional de la observación o la ciencia a Dios. Pero en el fondo no importa tanto, ya que las pretensiones de la argumentación no van más allá de invalidar el rigor de la contraria; para afirmar a Dios creador está la Biblia.
El pensamiento católico distingue mejor los ámbitos del pensamiento, y defiende la autonomía de cada ciencia, que con su propia metodología saca sus propias conclusiones. Tiene también una lectura de la Biblia distinta de la del fundamentalismo protestante. La Biblia no enseña ciencia positiva –todo lo más, Historia–, pues no es ése su propósito. Su enseñanza son verdades referentes a Dios y su plan salvador del hombre. Afirma, eso sí, la creación. Pero la interpretación moderna del primer capítulo del Génesis lo ve como una pieza didáctica que enseña la universalidad de la creación, especificando que todo lo que adoraban los pueblos vecinos no son más que criaturas divinas, y proporcionaba un fundamento para la guarda del shabbat, el sagrado séptimo día judío. Querer sacar otras cosas –y en particular ciencia natural– es salirse de contexto. La misma extrapolación, en sentido inverso, se da en el campo contrario. Una ciencia, aquí la astronomía, que encuentre respuestas ciertas para todos sus interrogantes –algo, por cierto, muy lejos de nuestras posibilidades actuales– no es una ciencia que ha logrado excluir a Dios. Si las respuestas son auténticas, no ha podido salir de su propio ámbito, pues Dios no es una realidad empírica ni matematizable. Más bien habría que deducir que el hecho de dar respuesta científica a todo supone, tomando prestada una terminología de los antiguos griegos, que el universo es un cosmos –un todo armónico– y no un caos, y es precisamente esa característica la que requiere una explicación que cae fuera del ámbito de esa misma ciencia. Ése es el sentido del razonamiento de Tomás de Aquino (antes, de Aristóteles), y del pensamiento católico y lo que entiende por diseño inteligente. Una buena manera de entender cómo la ciencia puede servir de partida para una conclusión de este tipo la podemos ver, por paradójico que sea, en SETI. La idea que lo pone en marcha es que el registro de una emisión de ondas de radio que muestre una cadencia ordenada remite a un lenguaje, y por tanto a un emisor inteligente; del mismo modo, la cadencia ordenada resultante de las leyes tanto físicas como biológicas habla también un lenguaje de la naturaleza que remite a un Autor inteligente. La desgracia de esta visión es el verse atrapada entre dos fuegos: la ciencia que suplanta a Dios, o el Dios que suplanta la ciencia. La opinión pública norteamericana se ha visto impelida a elegir entre Sagan y los telepredicadores. Sí, es verdad que había más opciones, pero éstos eran prácticamente los únicos que salían en la televisión.
Un calvinista protestante quizás piense que debe tomarse al pie de la letra el pasaje del segundo capítulo del Génesis que pinta a Dios haciendo desfilar todos los animales delante del hombre para que éste diera a cada uno su nombre. Si es así, la existencia de formas de vida distintas en otros planetas constituiría un problema. Para un católico eso no es así. La lejanía de seres vivos en el espacio sería tan irrelevante como lo ha sido la lejanía en el tiempo. Nunca ha constituido un problema doctrinal en la Iglesia Católica la existencia de tiranosaurios o de trilobites, formas de vida extintas mucho antes de la aparición del hombre sobre la Tierra. Tampoco lo es ni lo va a ser el hipotético hallazgo de una bacteria, una planta o una especie de caballo cósmicos. La posible vida no inteligente extraterrestre, más simple o más compleja, es un asunto que interesa a la ciencia, no a la teología.
Sin embargo, se disimula a veces bastante mal que el descubrimiento de una bacteria cósmica sería considerado y proclamado por muchos como el hallazgo del primer eslabón que conduciría, poco menos que irremisiblemente, a la posterior aparición de vida inteligente. Dicho de otra manera, con frecuencia se piensa que la biología evoluciona de por sí a la vida inteligente. Esto ya resulta bastante más discutible. Desde luego, no puede significar que allí donde hay una bacteria tiene que haber un alienígena. Sería como admitir una evolución tan absurda, que el resultado final figuraría ya al principio siempre. En la búsqueda espacial, los datos de la Tierra misma no resultan muy aleccionadores como ejemplo. Aquí se calcula (los cálculos no son exactos y varían de unas estimaciones a otras) que la vida lleva unos 3.500 millones de años, y un solo millón la vida inteligente; o sea, de entre los planetas que pueden albergar vida, cabría esperar que sólo uno entre tres mil quinientos tendría seres inteligentes, y eso sin contar la posibilidad nada despreciable de que pueda haber planetas algo menos idóneos que el nuestro para la vida, donde no pueda llegar a formas demasiado complejas o llegue bastante más tarde (compensa muy ampliamente a la baja la rectificación al alza que hay que hacer al considerar que hay planetas más viejos que el nuestro).
Lo que quiere decir, claro está, es que, con el tiempo y las condiciones adecuadas, la vida evoluciona siempre hacia la inteligencia. Pero tomar esta afirmación como una verdad científica es por lo menos poco riguroso. Por una parte, apenas se conoce el “mecanismo” evolutivo. Y la estadística inductiva es imposible: en realidad sólo se conoce una sola especie en un solo planeta con vida inteligente, y de esa muestra, que es la mínima, no se puede inferir nada. Además, el proceso que ha desembocado en esa vida inteligente ha sido demasiado accidentado como para poder ponerlo sin más como modelo evolutivo. La especie humana, por lo que ahora sabemos, apareció en una zona muy concreta –es de suponer que especialmente favorable– en un momento dado, al parecer junto a otras ramificaciones de homínidos ninguna de las cuales prosperó –con otras ramas animales no ha sucedido así–, lo cual es un inicio muy frágil. Y sabemos que antes –millones de años antes– al menos en dos ocasiones el impacto de un asteroide en la Tierra modificó la trayectoria evolutiva. El último de los dos motivó la extinción de los hasta entonces animales predominantes, los dinosaurios, para dar paso a los mamíferos como nuevos señores del reino animal. No parece temerario concluir que también en este aspecto lo que mueve a sostener esta afirmación poco menos que como un axioma indiscutible es el deseo de que sea así, más que la ciencia propiamente dicha.
Pero la cuestión principal no es esa. Por inteligencia, al menos por inteligencia en su sentido más propio, no se debe entender un instinto altamente sofisticado que lleva al animal a crear una estructura social, utilizar instrumentos, fabricarse guaridas sofisticadas o seguir unas pautas de conducta muy complejas. Se debe entender más bien como una capacidad de abstracción y de pensamiento simbólico, que conducen a cosas como la reflexión consciente, el diseño o la conciencia de un pasado y un futuro. La ciencia positiva puede dar fe de este tipo de manifestaciones, como cuando se descubre un enterramiento de Neanderthales o las pinturas de Altamira. Pero su naturaleza escapa a las leyes de la materia, aunque se vea altamente influida por ellas, pues no estamos hablando de una biología con un pensamiento añadido, sino de un ser biológico que piensa. Esta capacidad no supone un escalón supremo en la línea instintiva que se va haciendo más perfecta y espontánea conforme se sube en la escala biológica. Es un grado superior a todo instinto; de hecho, las noticias de prensa hacen referencia frecuentemente a conductas humanas que contradicen los instintos más elementales, como el de conservación, como puede ser una huelga de hambre llevada hasta el final por una causa que no reporta ventajas inmediatas a quien la emprende. En la medida en que trasciende la biología, no corresponde a ésta ni a ninguna ciencia empírica tratar de la naturaleza del pensamiento, sino a la reflexión filosófica. Y aquí la teología sí tiene algo que decir.
La doctrina católica afirma la creación directa del espíritu humano –“alma” es el nombre más común–, principio del pensamiento y la voluntad, por parte de Dios. Recoge esa reflexión filosófica: puesto que no puede salir de la materia, sólo puede venir a la existencia por un acto creador de Dios. La evolución animal proporciona el cuerpo biológico: no un cuerpo cualquiera, sino uno apto para recibir ese espíritu. Un principio de acción espiritual que informara, pongamos por caso, un protozoo, resultaría completamente inoperante; hace falta algo más, bastante más, elaborado. Aquí se juntan creación y evolución. La vida inteligente extraterrestre también necesitaría esa intervención divina, pero eso no significa que pueda aparecer en cualquier parte. Necesita una materia apta, lo que significa un planeta apto para la vida compleja, y un grado de desarrollo de la vida que diera lugar a una biología idónea para albergar el tipo de ser resultante.
Es evidente que lo antedicho no descarta la existencia de seres extraterrestres con inteligencia. Dios puede crear espíritus como puede crear universos. La filosofía ya no tiene más que decir aquí. Y la búsqueda de alienígenas no se altera lo más mínimo: puede haber, puede no haber –la voluntad de Dios es incognoscible salvo que Él mismo la manifieste–, y hay que buscar en los mismos lugares y del mismo modo. En cierto modo, la razón humana puede verse inclinada a pensar que los debe haber, pues parece tener más sentido que su contrario. Crear un universo tan grande y tan poblado de astros parece ser más congruente cuando hay más hogares de vida inteligente que el nuestro. Ahora bien, esto no pasa de ser una pura especulación mental nuestra inconclusiva. Por el mismo precio, podríamos pensar que la enorme magnitud del universo ha sido hecha para que nos demos cuenta de la inmensidad de su Autor. En realidad, seguimos sin saber nada.
Queda por ver lo que tenga que decir la teología. De entrada, hay que hacer una aclaración importante. Ninguna de las verdades de fe católica se refiere a la existencia o la no existencia de extraterrestres. El mensaje bíblico, en sus dos Testamentos, bascula entre el Cielo –trascendente al universo visible– y la Tierra. Las estrellas son criaturas divinas –el interés en subrayarlo radica en que había pueblos vecinos que adoraban los astros–, manifiestan el poder divino y por lo demás son un decorado en el gran drama que se produce en la relación del Dios con el hombre. Nada más. Lo cual quiere decir que en el terreno que nos ocupa se juega no con verdades de fe en sentido estricto, sino con razonamientos elaborados a partir de los contenidos de fe.
En cuanto a lo que se suele denominar teología de la creación, no se encuentran especiales dificultades. El hombre como coronamiento de la creación visible lo es con respecto al mundo irracional que lo rodea, y como hecho a imagen y semejanza de Dios lo es debido a su carácter racional. El reinado del hombre alcanza hasta donde llega su poder y su presencia. Hay así hueco para otros posibles reinos sin que cambie nada. El verdadero problema viene con la teología de la redención. En ella contemplamos a Dios que, para redimirnos, se ha encarnado, haciéndose verdadero hombre en Jesucristo sin dejar de ser Dios, y como hombre ha recibido una gloria que, utilizando la expresión bíblica, le hace estar sentado a la diestra de Dios Padre. Si se tratara de una relación privilegiada con Dios, podría aceptarse la posibilidad de que otros compartieran ese privilegio. Pero parece tener los rasgos de una relación demasiado exclusiva. ¿O tendremos que admitir que Dios también se ha encarnado en un alienígena, y Cristo debe compartir la diestra del Padre con él, siendo además los dos la misma persona divina (el Hijo)? Lo cierto es que parece difícil de asumir, aunque conviene hacer dos observaciones. La primera es que el plan divino para con esos hipotéticos seres podría ser distinto, como podría haber sido distinto para con el hombre. La segunda es que, aunque fuera sustancialmente el mismo, no es ni contradictorio con lo relevado, ni incompatible, ni imposible. En Dios cabe todo lo bueno; lo que no cabe es lo absurdo, y esta posibilidad no lo es. El que pudiera haber otros que disfrutan por igual del don divino no nos quita absolutamente nada, tampoco del amor de Dios, que por ser divino es infinito. Por eso, si alguna vez apareciera un alienígena ello no supondría quiebra alguna a la fe católica.
De ahí que tengan poco sentido las posturas tanto del católico que mire con cierta aprehensión los descubrimientos astronómicos en el temor de que le vayan a suponer una quiebra de su fe, como la del ateo que piense que estamos cerca de hacer descubrimientos que pondrían en evidencia la fe cristiana. A la Iglesia Católica no le ha importado mucho este problema hasta la fecha, lo que no ha ocurrido con otros temas donde estaba implicada la ciencia natural, como el evolucionismo. De hecho, no ha hecho pronunciamientos o manifestaciones al respecto. Pero eso no quiere decir que sea lo más razonable sumarse al optimismo desmedido que con tanta frecuencia distorsiona lo que la auténtica ciencia descubre y sabe. Por caminos distintos, tanto la ciencia por un lado como la fe por otro convergen en invitar a un cierto escepticismo sobre la existencia de extraterrestres inteligentes, sin cerrarse a la posibilidad de que pueda suceder lo contrario a lo esperado. La ciencia, porque cada vez son más numerosos los requisitos para la existencia de semejante vida, y por tanto cada vez es estadísticamente más improbable encontrarla (y no lo sabemos todo: todavía puede haber más). La fe, porque ese tipo de vida –los demás tipos no le importan en absoluto– no es el resultado únicamente de la evolución sino también de una intervención específica divina que se considera poco probable. Si algún día apareciera una evidencia de lo contrario, la ciencia se alegraría (en principio: habría que ver cómo nos consideran y nos tratan), y a la Iglesia no le costaría mucho aceptarlo. Pero ese día, hoy por hoy, cada vez se ve más lejano.
Por Julio de la Vega-Hazas Ramírez, sacerdote español del Opus Dei, doctor en Teología y licenciado en Derecho, miembro de la Red Iberoamericana de Estudio de las Sectas (RIES), y autor, entre otros, de los libros El complejo mundo de las sectas (Grafite, Bilbao, 2000), El mensaje social cristiano (Eunsa, Pamplona, 2007) y Educar en la templanza (Cristiandad, Madrid, 2009).